Cuento Navideño

Cuentan, los que de esto saben, que la noche de Navidad, había un cierto revuelo en la Ermita. La Virgen que viste de verde, despertó a la que siempre tiene la cara triste y suele vestir de luto:

– María, ¿has oído ese ruido junto al altar? ¿No se habrá removido el Niño y se caerá por las escaleras? Vamos a ver lo que pasa.

Ambas se quedaron muy atentas, escuchando los sonidos de la noche y tanta atención pusieron que, descubrieron que el Niño se había despertado y estaba reclamando alguna mantita para mitigar un poco el frío que sentía.

Ambas Marías, no lo pensaron e, inmediatamente, subieron por los escalones y encontraron al Niño al pie del altar, tiritando de frío. La que viste con el manto oscuro se lo quitó e hizo un doblez, poniéndoselo encima a Jesús, que al instante se acurrucó dulcemente y las miraba con una tierna y dulce sonrisa.

La María de verde, le sugirió a la María de negro:

¿Por qué no le cantamos aquel villancico que interpretó el coro aquel, uno de estos años, cuando estuvieron en esta casa?

Y al instante, las dos Marías, suavemente, comenzaron a entonar:

Niño mío, niño mío,

escápate del portal

y ven al corazón mío,

que en él te quiero guardar

para que no tengas frío.

Está todo el aire lleno

de los cristales del frío;

desde el fervor de la luna

hasta los juncos del río.

La helada ha puesto un reflejo

de estrella en el camino

y los ángeles de luces

lleno de escarcha el vestido.

Tiene el niño tiritando

el cuerpo tan moradito

que en el pesebre parece

un montoncito de lirios.

Niño mío, niño mío,

escápate del portal

y ven al corazón mío

que en él te quiero guardar

para que no tengas frío.

Y el Niño Dios, entornó los ojos y comenzó a soñar con que los Reyes Magos, le traían hermosos juguetes y una cunita de madera, para descansar.

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Quizás el cuento no sea bueno, que el villancico sí lo es, pero es que en estos días todo es más luminoso y más alegre y hasta en esta Ermita, normalmente tan seria, se añade un poquito de Navidad, con ese Niño Jesús que colocamos, con todo nuestro cariño, a los pies del altar de Ortega Bru, en unos mullidos cojines y flanqueado por multitud de angelicos, que lo enmarcan y enriquecen.

Nos apetecía dejarlo aquí reflejado, para los presentes y, sobre todo, para los ausentes, con nuestros deseos de un año cargado de ilusión y esperanza, en el que todos podamos ser o hacernos un poco más niños, caminando de la mano, con Jesús del Perdón.