La Piel de Gallina, un 14 de Septiembre, tras la Despertá

Hay veces que te levantas y parece que no te has acostado. Noches en que tienes la verbena debajo de la ventana de tu alcoba y no has dormido. Pero viene Él y te despierta suavemente. No es más que un soplo. Pero lo oyes. Te pones “el manto y las cuentas” y te encaminas hacia el templo, para encontrarte, unas horas después, con el MEJOR AMIGO DE LOS MANZANAREÑOS Y MANZANAREÑAS.

Los bancos de la iglesia se hacen pequeños y te estorba el hermano de la izquierda, pero le miras a los ojos y te sigues despertando, lentamente. Comienza la Santa Misa. La de HERMANOS. Y sigues ahí “amodorrao”. La entrada, oraciones iniciales y, ¡por fin!, depositas las posaderas en el banco y escuchas las lecturas de todos los años: “Números, no olvidéis…, San Pablo y San Juan, este último, de pie”. Y llega la homilía. Y tú estás acostumbrado o acostumbrada o eso piensas, a que las homilías del 14 de Manzanares, son parecidas: La cruz, su exaltación, Jesús, su patronazgo… ¡Jo! ¡Qué rollo! ¿Para qué habré venido? Podía haberme quedado en la cama tan ricamente y, después, voy a por las migas a la Plaza.

En estas estamos, cuando el Señor, en forma de sacerdote espigado y alto de estatura y de muchas cosas más. Sobre todo, lleno de Dios de los pies a la cabeza, comienza su homilía. Y, de pronto, algo estalla en el ambiente. Podría compararlo como la explosión del último cohete de la traca de cada año. Y empiezas a pensar que el Señor, el de la carroza, que siempre está arrodillado te está diciendo, francamente enfadado, a pesar de que estás allí para celebrar su gran día, no, perdón, es MI GRAN DÍA: “Tú no sabes na’ de esto. Estás aquí pa’ que te vean. Pero a lo mejor te conviene escucharlo. Anda, espabila”

Menos mal que puse la grabadora, porque si no, cómo iba yo a traducir lo que continua. Cómo iba a gozar, mientras aprendo a rezar, que, según nos decían hace “muchismos años”: ORAR ES HABLAR CON DIOS.

Ha sido mano de santo la colleja que me dio y escucho a don Secundino:

“A lo largo de los siglos, nuestros antepasados, honraron la imagen de Jesús del Perdón, lo veneraron, le rezaron, le adoraron en su ermita, lo pasearon por las calles de nuestro pueblo, celebraron una fiesta en su honor y pusieron su pueblo bajo su patrocinio.

Celebramos la fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz. Exaltar, significa ensalzar, enaltecer, aclamar, alabar, encumbrar… ¿Exaltar el sufrimiento? ¿El dolor? ¿Un instrumento de tortura, como la cruz? En medio de una sociedad que busca el placer y la comodidad. ¿No es fomentar un ascetismo, contrario a la alegría de vivir? Nuestro Patrón, es un Dios caído en tierra y aplastado por el peso de la cruz.  ¿Qué sentido tiene celebrar a un crucificado? ¿Adorar a un dios aplastado? ¿A un dios caído? ¿No será un escándalo predicar a un crucificado entre dos ladrones? Que, incluso es abandonado por los suyos, cuando la gente, hoy, busca el prestigio, la relevancia, ser bien mirado por todos. ¿Cómo adorar a un Dios con ese descrédito, ante todos?

Cuando, con los ojos de la fe, penetramos en el misterio de la Cruz, no descubrimos un elemento de tortura, sino un amor inmenso, que en ella nos redimió. Lo que vemos es la ternura de un Dios, que ha querido compartir nuestra vida y nuestra muerte, hasta el extremo. “Tanto amó Dios al mundo…” Un Dios caído, aplastado y triturado por el mal del mundo, es la mayor declaración de amor. La cruz, nos revela el amor increíble de Dios.

¿A quién íbamos a acudir, en nuestros sufrimientos, en nuestros dolores, en esas noches oscuras de la vida, de lágrima, hospital, dolor, sufrimiento y tristeza, donde se te junta el cielo con la tierra, si Nuestro Padre Jesús del Perdón fuera un poderoso, un lejano satisfecho, muy parecido a los poderosos de la tierra, pero más fuerte que ellos? ¿Quién nos podría consolar, si no supiéramos que Nuestro Padre Jesús del Perdón, el Dios en quien nosotros creemos, es un Dios que está sufriendo como nosotros, al que no le podemos decir “por aquí Tú no pasaste”? ¿Cómo no vamos a ensalzar la Cruz de Nuestro Padre Jesús del Perdón, si en ella está Dios sufriendo por nosotros?

Por eso, creo que lo mejor que podemos hacer, es ponernos juntos a rezar. A ese Dios que conoce el paño, que sabe por experiencia lo que ocurre en nuestras vidas, la tuya, la mía, la de cada uno con sus cadaunadas. Ante Él, nos ponemos esta mañana a rezar y decirle:

Recibe, Señor, nuestras debilidades y flaquezas.

Conviértelas en fortalezas.

Recibe, nuestros temores y nuestros miedos,

porque, aunque taconeamos por la vida,

nos estremecemos ante el informe médico,

que pone en duda nuestra salud.

Transforma, Señor, nuestros miedos en confianza.

Recibe nuestra pobreza y nuestra indigencia

Transfórmalas en riqueza

Recibe los lamentos, las quejas,

que vamos dando por la vida y

conviértelas en una alabanza agradecida.

Recibe los sufrimientos y dolores

nuestros y de nuestras familias.

Señor, que tengamos un poco de gozo, de paz, de alegría.

Recibe nuestros agobios, nuestros apuros

cuando nos llega el agua al cuello

y transfórmalos en serenidad agradecida.

Recibe nuestros cansancios y desalientos.

Recibe las quejas, de los que dicen “ya no puedo más”

Transfórmalos, Señor, en descanso

Conviértelos en sosiego.

Recibe nuestro silencio, nuestro mutismo,

cuando, a veces, no podemos, ni nos salen las palabras.

Transfórmalos en un diálogo fraterno

para buscar la verdad.

Recibe las torpezas, con las que actuamos, a veces,

en la familia, con los que queremos y

transfórmalas, Señor, en ternura.

Recibe nuestros enfados, nuestras iras.

Conviértelos en paciencia.

Recibe nuestras crisis, nuestras oscuridades,

transfórmalas, Señor, en crecimiento, en luz.

Recibe nuestras heridas y cicatrices,

los resabios que la vida nos ha ido dejando

y transfórmalos en crecimiento y manantial de vida.

Recibe nuestro barro. Las faltas de nuestro pueblo

y haz de nosotros una vasija nueva. Un pueblo nuevo.

Recibe las oscuridades.

Cuando no vemos nada y todo se nos hace de noche.

Que Tú seas nuestra luz.

Tú también pasaste por esos momentos de oscuridad:

“Mi alma, está triste hasta la muerte”

Recibe nuestros desánimos y cansancios

nuestro no querer tirar del carro.

Transfórmalos, Señor, en una fe confiada

que contigo y detrás de Ti,

sigue llevando la Cruz.

Recibe nuestra amargura,

nuestros momentos de tristeza y desolación.

Transfórmalos en paz.

Recibe la soledad

de los que, a veces, están juntos y en compañía.

Transfórmala en unión y cercanía.

Recibe, Señor, nuestras enfermedades,

las enfermedades de los hijos e hijas de nuestro pueblo,

de los que dicen “esto no va a tener solución”

cuando se traspasan esos umbrales

y se camina por esas cañadas oscuras de la vida

sin ir cogidos de tu mano.

Transforma, Señor, nuestras enfermedades en salud,

y recibe nuestra muerte cuando llegue.

Transfórmala en vida eterna.

Como nuestros antepasados,

ya ves que, aquí estamos nosotros

poniendo nuestro pueblo bajo tu patrocinio.

A TUS PLANTAS CONTINUAMOS.

NO NOS ABANDONES.