Bálsamo de España, y Sotomayor al mando
Comienza 1809
El título de la crónica, pretende evocar lo que supuso nuestra villa de Manzanares, con su victoria en la batalla frente a los Dragones de Latourg Manbourg, el 21 de diciembre de 1808, para los ejércitos españoles del sur, que veían inminente la toma de Sierra Morena y, por tanto, la frontera norte de Andalucía, por parte del ejército imperial napoleónico.
Una vez que el mando militar español, con sede en Sevilla, observó aliviado que, tras la derrota de Manzanares, el ejército francés retrocedió a Tembleque, el «bálsamo» que Manzanares representó para la tropa española, prosigue D. Cosme, fue extraordinario y, aunque no se interpreta en casi ningún libro de los que han tratado la Guerra de la Independencia, lo que pudo representar la victoria de Manzanares en el devenir de la guerra, a ningún observador mínimamente ducho en estrategia militar se le escapa que sin duda fue mucho. No hay más que pensar lo que hubiera supuesto la entrada de los franceses en Andalucía, con un ejército español en desbandada y huyendo hacia el sur, casi en paralelo a un enemigo avanzando ya por los primeros llanos de Andalucía.
Lo cierto fue que, advertido el repliegue francés a Tembleque, el ejército español del sur no perdió tiempo en reordenar y organizar las dispersas tropas situadas más abajo de nuestra villa, muchas de ellas en repliegue y huida desorganizada, provenientes de los pueblos de la «Mancha alta» que, uno tras otro, habían sido tomados por las tropas francesas, antes de su debacle en Manzanares. Así, por ejemplo, continua D. Cosme, la Junta de Gobierno de La Mancha, aprovechó el tiempo de calma logrado tras la victoria de Manzanares, para acelerar, en Santa Cruz de Mudela y La Carolina, el alistamiento de reclutas y el acopio de équidos para los regimientos del ejército manchego.
Otro tanto se hacía en Sevilla por parte de la Junta Central Suprema Gubernativa, reorganizando las tropas del sur, al tiempo que el mismo 28 de diciembre de 1808, en que proclamó a Manzanares «Fidelísima villa», publicó el llamado «Reglamento de guerrillas». Las guerrillas habrían de constituirse en elementos de combate decisivos en aquella contienda; en ellas no podían integrarse ni desertores, ni soldados regulares, pero «no iban por libre» -comenta D. Cosme- estaban a la orden de las diferentes divisiones orgánicas presentes en donde actuaban.
Es decir, se puede concluir, asevera D. Cosme, que la última semana de 1808, por la victoria de Manzanares, el ejército español de La Mancha y el del sur tuvieron un tiempo precioso para reorganizarse, algo que, quizás la historia no ha reconocido suficientemente en la importancia que tuvo, pero que yo -dice enfático y sonriente D. Cosme- recuerdo aquí como corresponde, porque el mérito de todo ello corresponde a mi pueblo, que no es otro, como usted sabe, que Manzanares.
En la primera semana de enero de 1809, las tropas españolas de Sierra Morena y su avanzada de Manzanares, estaban ya reorganizadas y dispuestas a seguir avanzando hacia el Norte y así lo hicieron, con una determinación e ilusión que resultarían impensables solo dos semanas antes y esa nueva actitud nacía de la victoria de Manzanares, que galvanizó a un ejército previamente desmoralizado y en retroceso ante el empuje francés.
Así las cosas en la Mancha, el turno de contraatacar le tocaba al ejército español y así lo hizo; desde Manzanares se avanzó hasta Villarta y en unos días se tomó Madridejos, algo que ratificó en Toledo el general francés Lasalle, en un parte emitido a su mando madrileño el 10 de Enero de 1809, en el que afirmaba que: …»el grueso de la tropa española se hallaba repartido entre Valdepeñas y Manzanares, pero que una vanguardia de unos 700 soldados de Caballería, mandados por el coronel Echavarri, había tomado Madridejos y Consuegra».
Esta información quedó confirmada, por el general Latour Maubourg, en otro parte militar emitido por entonces, que también era coincidente con la información que el Mariscal Víctor había remitido a Madrid, desde Aranjuez, el día de Navidad de 1808, en la que precisaba que unos 15.000 soldados españoles se distribuían por Valdepeñas, Manzanares y Villacañas.
Mientras tanto, a nivel local, Manzanares comenzaba a retomar el pulso de su vida civil y eclesiástica, al momento de comenzar el año 1809 pues, aunque aún se vivía en la villa el vértigo intensísimo de los días finales del año previo, tras la zozobra de las batallas ganadas en la frontera norte de Manzanares contra los franceses, la muerte inesperada del alcalde Miret y el reconocimiento a nuestro solar y a nuestras gentes, con el título de «Fidelísima villa» por la Junta Central Suprema Gubernativa del Reino de España, las ganas de recuperar los costumbrismos de la vida cotidiana, junto a la ansiedad de retomar las tareas del campo por parte de los labriegos de la villa, muy ansiosos en apreciar el estado de las tierras de cultivo, abandonadas en su laboreo a causa de los acontecimientos bélicos de diciembre de 1808, hicieron que, enseguida, los labradores del pueblo se pusieran en marcha y comprobaran con alivio, sigue D. Cosme, que las batallas y el abandono transitorio de la tierra, no habían ocasionado, por fortuna, excesivo daño sobre las futuras cosechas, lo que les motivó aún más, para salir a los campos y reanudar las labores de labranza a pleno rendimiento y normalidad.
Algo parecido sucedió en el interior de la villa, continua D. Cosme su disertación, referente a las diversas actividades civiles, eclesiales, comerciales y administrativas. Se montaron los puestos en la Plaza para el mercadeo diario, abrieron los comercios, posadas, herrerías y otras muchas pequeñas industrias del eje Cárcel-Empedrada y también las de otras vías importantes del pueblo, como la calle Ancha y la calle Toledo.
Los juzgados acogieron de nuevo pequeños pleitos locales, referentes, por ejemplo, a tierras, animales y enseres que, por una u otra razón, habían cambiado de manos o de dueños, sin la anuencia de quienes los poseían previamente y, en fin, remata D. Cosme, Manzanares, como si nada de enjundia hubiera pasado, después de lo mucho que había sucedido, retomó sus rutinas, sus labores y también, claro que sí, los tiempos de ocio de sus gentes, paseando los Paseos del Rio, desde la Ermita de San Isidro en el Parterre, hasta la alameda y el camino de los molinos, como ancestralmente se hacía desde tiempo inmemorial.
En la Parroquia, se reanudaron los oficios, los bautizos y las bodas, tal como quedó reflejado, por ejemplo, en el libro registro de enlaces matrimoniales, el mismo día 1 de enero de 1809, en que se inscribe la boda de Diego Camacho con la joven Ana Romero. También, como va dicho, se empezaron a celebrar bautizos y era curioso y de orgullo local, contemplar en el encabezamiento de cualquier acta, escrito o legajo, más o menos oficial, de juzgados, concejo o registros parroquiales, el título de «Fidelísima villa», pegado al nombre de Manzanares.
Todo esto sucedía, continua D. Cosme, cuando ya Manzanares, tras la muerte de Miret, estaba bajo el liderazgo único de D. Pedro Álvarez de Sotomayor, que unificó en su egregia persona los poderes civiles y religiosos, como persona más relevante y capaz de la Junta Local de Gobierno de Manzanares. El estilo Sotomayor se empezaría a notar muy pronto en las peripecias futuras que habría de vivir Manzanares y, aunque el extinto Miret había sido un personaje de gran enjundia en nuestra historia reciente, la valía, inteligencia y capacidad estratégica de D. Pedro Álvarez de Sotomayor, llenaría enseguida todo el espacio del poder en la villa y nutriría muy pronto, su buen hacer, de nuevas glorias a Manzanares.
Lo primero que hizo Frey Sotomayor, fue no dar pábulo alguno a los rumores, dimes y diretes acerca de la muerte de Miret. Mucha gente especuló con una muerte violenta, pero Sotomayor avaló siempre su deceso por causas naturales, lo que da mucha veracidad a esa versión, ya que D. Pedro era una persona que odiaba la mentira aunque, ciertamente, también era un gran estratega en sus acciones, dirigidas siempre al bien de su pueblo y «rebaño de almas», como él gustaba decir y, fue por eso que mucha gente interpretó que, en función del «principio cristiano del mal menor», (al que D. Pedro Álvarez Sotomayor se acogería muchas veces a lo largo de su trayectoria), en el hipotético caso que la muerte de Miret hubiera sido violenta, D. Pedro hubiese preferido no hacerlo público, por si eso fuera causa de rencillas en el pueblo entre supuestos afrancesados y supuestos patriotas españolistas, enfrentamientos que, en toda su trayectoria como líder social de la villa, intentó siempre evitar, ya que, con buen criterio, entendía que la fortaleza de Manzanares pasaba por la unidad de acción del paisanaje.
El pueblo y sus gentes, al comienzo de 1809, y ya libres de la amenaza inmediata de los franceses, estaba todavía conmocionado por todo lo sucedido, aunque también muy orgulloso de lo que había hecho y del galardón que se había concedido a la villa, algo, esto último, que, en medio de la gran tensión que se vivía y dado nuestro carácter interiorista, al principio nadie quiso resaltar demasiado, incluido Frey D. Pedro Álvarez de Sotomayor, aunque por motivos bien diferentes; la gente del pueblo por no parecer prepotentes ante los pueblos vecinos, por aquello del «qué dirán» tan nuestro y, en el caso de Sotomayor, que ya había cogido al vuelo nuestras costumbres, lo hacía para no presumir en demasía de «pueblo elegido», ante la no muy descabellada posibilidad de que los franceses, en un futuro más o menos próximo, volvieran a tener algo que decir en Manzanares; por eso, curándose en salud, dio orden de ocultar muchos documentos en donde se hacía ostentación del título de Fidelísima villa refiriendo, en hoja anexa al documento concreto, que se hacía ocultación del mismo «por la venida de los franceses» lo que debía interpretarse, no porque los franceses estuvieran en Manzanares, que aún quedaba mucho para eso, sino al temor que algún día estuvieran así, los documentos permanecían a buen recaudo, ocultos y, en caso que un día los franceses llegasen a la villa, mejor que no supieran la alta consideración que nos tenía España.
Lo que ningún manzanareño suponía entonces, incluido seguramente Sotomayor, es que el mismísimo Emperador, Napoleón Bonaparte, nos tenía «entre ceja y ceja» desde hacía tiempo y no servía ya ninguna ocultación local al prestigio adquirido por nuestro pueblo, tanto a los ojos del resto de España, como del enemigo francés.
El año de 1809 comenzaba, y la villa de Manzanares de La Mancha, lo quisiéramos o no, que no lo quería en demasía casi ninguno de nuestros convecinos, era objeto continuado de muchos comentarios patrios y del enemigo francés. Nuestro destino, estaba escrito y echado; seriamos, ya por siempre, en esa Guerra de la Independencia, un lugar muy codiciado por su posición estratégica en la geografía española, a la par que un pueblo muy admirado, en ambos bandos, por el arrojo y la valía de sus magníficas gentes.
Dicho todo ello, creo momento adecuado de dar final a esta crónica, que ha sido de bastante para mostrar lo que Manzanares volvió a suponer de gran importancia y por primera vez, que no última, en el comienzo de la segunda etapa de la Guerra de la Independencia contra los franceses, al tiempo que, el devenir del discurso, nos dio pie para comentar la reanudación de la vida normalizada en la villa, bajo la égida, y el estilo, del insigne pastor de Manzanares en aquel proceloso tiempo, Frey Don Pedro Álvarez de Sotomayor.
Pedro Villarroel González-Elipe
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