Frey Sotomayor, ingenuamente, se las prometía muy felices, pensando que, por fin, podría dedicarse en exclusiva a su feligresía, liberado ya de las tareas socio-políticas, que tuvo que realizar durante la Guerra de la Independencia, que tanto sirvieron al pueblo de Manzanares y, sobre todo, a la indemnidad de su paisanaje.
Había terminado la guerra y Sotomayor estaba en el pueblo en olor de multitudes, que admiraban y agradecían a su Pastor lo mucho que hizo por ellos. A ese tiempo, aparte de Párroco, D. Pedro, era también Rector del Cabildo, para el que fue elegido, de acuerdo a reglamento, por insaculación, el día 30 de junio de 1812, solo 6 días después de salir los últimos franceses que ocuparon nuestro pueblo, Todo parecía indicar, por tanto, que Sotomayor iba a poder desarrollar en Manzanares, tal como él quiso siempre, sus labores de pastor de almas, sin tener que meterse en otros asuntos diferentes pero, pronto comprobaría que, para disgusto suyo, estaba muy equivocado.
En primer lugar, continua D. Cosme, precisamente por su cargo de Rector del Cabildo, pues algunos miembros de su clero estimaron excesivo el protagonismo de Sotomayor, les parecía inoportuno que el Párroco del pueblo fuese a su vez Rector del Cabildo y, aunque D. Pedro se defendía enseguida de esa cuestión, diciendo que al igual que él no se había nominado para Párroco, tampoco lo había hecho para el rectorado, una vez que aceptaba un cargo, lo hacía siempre con todas las consecuencias, de acuerdo a la responsabilidad que conllevase.
En todo caso y sea como fuese, sigue D. Cosme, lo cierto fue que, por pequeñas o grandes rencillas dentro del mismo Cabildo, unas veces por envidia de alguno de sus miembros al por todo el mundo enaltecido D. Pedro y otras, porque no todos los curas estaban predispuestos a la exigencia que establecía Sotomayor en su rectorado, el Cabildo, en su conjunto, no se lo puso fácil a D. Pedro. No es que se comportase como un dictador, pero sí que era muy exigente con la labor de su clero y, como no es hábito de todos los portadores de hábito, el mismo amor al trabajo, comenta jocoso y redundante D. Cosme, por unos u otros motivos, existía en el Cabildo una actitud de poner “palos en la rueda” que hacia rodar Sotomayor, termina metafórico D. Cosme.
A pesar de todo, por su autoridad moral y saber hacer, no estaba excesivamente preocupado en cuanto a sus posibilidades de afrontar algunas veleidades de ciertos miembros de su curato. Entre otras cosas, porque su magnífica dialéctica, su claridad de ideas y su ascendente sobre todos ellos, era más que bastante para controlar con facilidad los desencuentros o escaramuzas que se producían en las reuniones del Cabildo.
Pero claro, Sotomayor, quizá de manera ingenua o porque, simplemente, no quería ni planteárselo, no contaba con que su fama de buen gestor no estaba pasando desapercibida, ni mucho menos, en el Consejo de Ordenes y en la misma Orden Calatrava. De hecho, en los últimos tiempos de la guerra, había acumulado cada vez más funciones operativas en la Orden; al añadirse a las propias las de algunos dirigentes calatravos que se “afrancesaron”, haciendo no solo dejación de sus funciones, puestas a la orden de los galos, es que también dejaron, al término de la guerra, “manga por hombro” sus conventos o lugares de influencia.
Y todo eso, prosigue D. Cosme, había venido siendo así, porque la trayectoria y logros de D. Pedro, durante la guerra, en Manzanares, aparte de ser conocidos en toda la región, como le he dicho antes, no pasaron, en absoluto desapercibidos, en el Consejo de Regencia, en el Consejo de la Órdenes Religiosas y, por supuesto, tampoco en la Orden Calatrava a la que pertenecía.
Así las cosas, las pretensiones de quedar tranquilo en Manzanares, anheladas por Sotomayor, se comenzaron a esfumar, continua D. Cosme, meses antes de concluir la guerra, cuando el Consejo de Ordenes, todavía sito en Cádiz, a la vista de la lamentable situación en que se encontraba el Sacro Convento de Calatrava y la incapacidad de gestión e inapropiada conducta de muchos de los responsables de la Orden, en La Mancha, decidió, a fecha 3 de junio de 1813, que “tiene a bien nombrar Presidente y Prior del Sacro Convento de Calatrava en Almagro a Frey Don Pedro Álvarez de Sotomayor” “…en consideración a su actividad, instrucción y probidad”… “autorizándole en toda forma para que citara, emplazara y reuniera en el Convento de Almagro a todos los individuos que debían componer su Comunidad; haciendo reparar el edificio en lo más preciso; establecer el orden y disciplina religiosa; y juntando la Comunidad propusiera al Tribunal para el empleo de Prior tres religiosos adornados de las debidas cualidades, sin perder de vista lo prevenido en las Definiciones de la Orden, siguiendo Álvarez de Sotomayor en el de Presidente hasta que electo tomara posesión del Priorato”.
D. Pedro, sigue D. Cosme, vio, con desasosiego, que sus pretensiones de vivir tranquilo en Manzanares, haciéndose cargo solamente de lo concerniente a su feligresía y de la responsabilidad del Cabildo, “se iban al garete”. De momento tendría que desplazarse muchas veces a la vecina Almagro o, tal como estaban las cosas por allí, aunque en el nombramiento no estaba explicitado, fijar su domicilio en la vecina localidad.
Naturalmente, este estado de cosas, no fue recibido con agrado por D. Pedro, y no por lo que conllevaba de carga de trabajo, algo que nunca arredró a nuestro insigne párroco, ni por lo que suponía no poder desarrollar tranquilamente su labor pastoral en Manzanares, sin duda lo que más fervientemente anhelaba entonces; es que, sigue D. Cosme, me barrunto, y digo me barrunto, porque nada quedó escrito de ello, que D. Pedro no estaba muy de acuerdo con el rumbo que empezaban a tomar las cosas en España, en lo que concernía a la posición de la aristocracia y, sobre todo, a la de las propias órdenes religiosas y gran parte de sus respectivos cleros, que abogaban por recuperar las prebendas y el dominio de las cosas que, ambos, tenían antes de la guerra; lo que no se compaginaba nada bien con la idea pastoral de Sotomayor, muy centrada en eliminar, en lo posible, los focos de pobreza, la austeridad y la ausencia de privilegios que para él resultaba obvia, mandatoria e ineludible y no solo para su Orden, para cualquier organización religiosa que se preciase de tal.
De forma y manera que, antes de entrar en la difícil contradicción entre sus ideas y las órdenes de sus superiores, algo que por carácter y deber de obediencia, le hubiera creado muchos problemas personales, se agarró a la literalidad de lo escrito en su nombramiento y, lo más rápido que pudo, dio tres nombres de sacerdotes calatravos (entre los que, naturalmente, no se incluyó) para que en el Consejo de las Ordenes procediera a la elección de uno de ellos y así, acortar lo máximo posible su interinidad en el cargo de Presidente.