UN ENCUENTRO DE LEYENDA, QUE ES HISTORIA
Mi querido reportero, me dice D. Cosme, Manzanares amaneció el día 31 de marzo de 1809, en la expectativa anunciada por el ejército francés de la llegada a nuestra villa del General Sebastiani, tras su paseo triunfal por La Mancha hasta Sierra Morena, para inmortalizarse ante el mundo y ante Napoleón, como el conquistador de ese símbolo de resistencia ibérica llamado Manzanares, de La Mancha.
Sotomayor, seguramente, ya tendría todo preparado para el acto de recepción del general francés en la Catedral. Pero la noticia inesperada de la presencia de tropas españolas cerca de Ciudad Real, truncaba, al tiempo de salir Sebastiani de Santa Cruz de Mudela, hacía Manzanares, ese acto simbólico, pues resultaba perentorio para Sebastiani acudir directamente a Ciudad Real, dejando a un lado la visita a Manzanares.
Todo lo preparado por Frey Sotomayor, máxima autoridad de Manzanares en aquel momento, seguramente un acto expresivo de mutuo perdón en la Catedral, quedó suspendido en aquel momento y, por eso mismo, pienso, sigue D. Cosme, que la única posibilidad que existía para que Sotomayor se enterase del cambio de planes y pudiese reaccionar como lo hizo, es que ese encuentro estuviese pactado de antemano y que, al no poder cumplirlo, Sebastiani le informase que iría directamente a Ciudad Real. Lo más probable, es que alguna avanzadilla de la comitiva militar de Sebastiani, llegase a nuestra villa con el fin de anunciar ese cambio de planes al mando del contingente de tropas francesas que ocupaba Manzanares desde dos días antes, para que se lo hiciesen saber a Sotomayor.
La mente ágil y determinada de D. Pedro, se dio cuenta, enseguida, que Sebastiani tendría que llegar desde Santa Cruz, por el Camino Real de Andalucía, hasta los contornos de Manzanares, donde se encontraba el desvío viario que enfilaba a Ciudad Real y, en ese mismo instante, como no le gustaba nada aplazar el encuentro, cristalizó su idea de mantenerlo para ese mismo día de Viernes Santo, aunque no en el lugar que él había elegido, sino en otro, el pequeño humilladero de San Cristóbal, que estaba ubicado en la cima de un pequeño cerrete, a la entrada sur de Manzanares desde el camino de Andalucía, y que quedaba relativamente próximo al desvío que Sebastiani tenía que tomar para llegar a Ciudad Real, lo que permitiría realizar allí un breve acto, sin demorar mucho su llegada a la capital.
Y, sigue D. Cosme, Sotomayor, hombre de hechos, poco dado a la lamentación improductiva, debió decirse enseguida a sí mismo, que ningún lugar mejor elegido que el humilladero donde los viajeros que entraban o salían de Manzanares, oraban un rato para que la providencia les protegiese en su viaje. Respecto a eso, podía armar su discurso ante el viajero Sebastiani. Solo faltaba que este, diese su anuencia al nuevo emplazamiento del encuentro y, seguramente, la misma avanzadilla partió al galope de nuevo, al encuentro con el general y retornó a Manzanares con su anuencia, en unas dos horas.
No había tiempo que perder, pues el grueso de la comitiva de Sebastiani estaría ya en las cercanías de Valdepeñas. Frey Sotomayor convocó al pueblo de Manzanares desde su Catedral, a toque de campana y, en unos minutos, se congregó en la Plaza una gran multitud, extrañada por esa llamada de su Pastor. Los paisanos que quedaban en el pueblo, (algunos habían huido a las quinterías y a otros villorrios alejados de los caminos reales) habían comprobado, sigue D. Cosme, que en los dos días que llevaban en la villa los soldados galos, no habían cometido desmán alguno, pero el temor de una posible venganza francesa, por la matanza del hospital y las recientes humillaciones provocadas a los Dragones de Latour, aún se palpaba en el ambiente.
¿Que querría decirles el Párroco, en esa coyuntura?, se preguntaban todos los que iban llenando la Plaza. Sin duda debía ser algo de enjundia y, además, consentido por los ocupantes franceses, lo cual, siendo inquietante, les daba cierta tranquilidad. Esa expectación enigmática solo duró una media hora, hasta que D. Pedro Álvarez de Sotomayor advirtió que ya había suficiente gente en la Plaza. Entonces, apareció erguido y esbelto, con gesto serio y solemne, en uno de los balcones de la fachada principal del Templo. Con voz firme y potente, que los presentes escucharon de manera nítida, Sotomayor, simplemente y por la premura del tiempo con que contaba, pidió a los allí congregados que le acompañasen en procesión, con la imagen de Nuestro Padre Jesús del Perdón, a encontrar al mando de la tropa francesa en el humilladero de San Cristóbal, ya que, contra lo anunciado, no entraría a Manzanares pero sí pasaría por allí, después del mediodía y sería en ese humilladero donde se llevaría a cabo el acto previsto en la Parroquial.
Sin más dilación, unos cuantos manzanareños entraron en la Catedral, para portar las andas de la imponente imagen de Nuestro Padre Jesús del Perdón; la sacaron por la puerta principal al atrio, donde Sotomayor y los allí congregados hicieron una pequeña oración para, inmediatamente, salir por la Plaza y enfilar la calle de la Cárcel, buscando el Camino Real de Andalucía. Sotomayor y algunos miembros del cabildo, encabezaban la comitiva. Detrás, la imagen de nuestro Cristo Arrodillado del Perdón e inmediatamente después, una gran multitud de personas, decididas a enfrentarse al riesgo evidente de un encuentro así, confiados en la palabra del Pastor y en el icono espiritual de Manzanares, su adorado Cristo del Perdón.
La comitiva transitó con agilidad los más o menos 3.500 pies, que separan la Parroquia del humilladero, llegando allí con el tiempo justo, pues solo pasaron unos minutos cuando vieron aparecer las primeras unidades a caballo de la imponente tropa del General Sebastiani, que se acercaba, marcial y perfectamente uniformada.
Todo lo que se ha dicho, contado y escrito con posterioridad, mi querido cronista, acerca de lo que ocurrió durante el desarrollo de aquel histórico suceso, pertenece a la leyenda y la tradición oral. Por tanto, yo, sigue D. Cosme, le daré mi versión de cómo creo se pudo desarrollar ese mítico encuentro, y la que creo es la razón por la que nada quedó relatado del mismo en escritos hispanos o franceses.
Empezaré por esto último que, a mi juicio, solo se explica razonablemente bien (como otros hechos de este episodio) si asumimos que todo quedó pactado así, pues ciertamente, en lo inmediato, a ninguno de los acordantes le interesaba que trascendiera, se hubiese visto como una componenda inaceptable en tiempos de guerra, para cualquiera de los dos bandos en conflicto.
Pero se dio la feliz circunstancia de que el general Sebastiani no podía demorarse mucho más tiempo en notificar la toma de Manzanares, a un Napoleón que la esperaba inquieto y, por nuestra parte, Sotomayor, que tenía muy clara la prioridad de mantener indemne a la gente de Manzanares, tampoco quiso demorar ese acuerdo no escrito, pero ratificado en un acto eclesial, en el que ambas partes se juramentaron más o menos así: “nadie de los protagonistas escribiría nunca nada de lo acordado”.
Y a fe que cumplieron. Sebastiani nunca se refirió para nada al episodio en sus partes o escritos posteriores y lo mismo hizo Sotomayor que, incluso ordenó al clero local que redactó el famoso Manuscrito de la Merced, (donde se dio cuenta de numerosos aconteceres de Manzanares en la Guerra de Independencia) que no escribieran nada del suceso.
Ciertamente, para cualquiera, resulta casi increíble que, en 1815, recién terminada la guerra, y liberada toda España de franceses, un episodio como aquel, que se instaló para siempre en la mitología histórica de Manzanares, quedase inédito en aquel manuscrito, pero eso, otra vez más, es algo que avala la existencia de un pacto, del que nunca se escribiría nada. Conociendo a Sotomayor, su cumplimiento no solo estaba asegurado, es que era obligado, ya que estaba consagrado ante Dios y la Iglesia.
Para acabar el relato, me dice D. Cosme y por eso lo dejo para el final, nada mejor que la descripción del encuentro, tal como yo creo ocurrió. Muchas versiones del suceso, refieren que Sotomayor se arrodilló ante Sebastiani, implorando su perdón para Manzanares, en actitud sumisa y casi humillante, pero creo que no sucedió de esa manera. D. Pedro siempre defendió sus causas llevando la iniciativa, mucho más si iban de la mano de sus firmes creencias cristianas, como era el caso. Además, por lo que sabía de Sebastiani, estaba muy confiado en que dicho general cumpliría su parte. Si no lo hubiese estado, nunca se hubiera arriesgado a poner (literalmente) a los pies de los caballos franceses, a gran parte de su pueblo, que procesionó con él hasta el humilladero de San Cristóbal. Otra razón más de las que avalan que todo estaba pactado previamente.
Así las cosas y según mis razones, cuando Sebastiani y Sotomayor estuvieron frente a frente, se miraron a los ojos y, seguramente, Sotomayor se dirigió a Sebastiani en los siguientes o parecidos términos:
“Señor, ante vos, el pueblo de Manzanares y su Cristo Arrodillado del Perdón, que esta misma noche de Viernes Santo, según nuestra común tradición cristiana, dará su vida para redimir la de todos los hombres y mujeres de la Tierra, sacrificio que hizo con la intención eterna de que su ejemplo de perdón incondicional, reflejado perfectamente en la mirada de la imagen que nos acompaña, perdurase siempre, como orden divina, en la actitud de todos los perdonados. Nos toca hoy, por tanto y más que nunca en este día de la Pasión de Cristo, obedecer ese mandato a los que creemos y practicamos la misma fe católica”.
El ardoroso y siempre convincente discurso de Sotomayor, escuchado y bien entendido por otro ferviente católico, como el general Sebastiani, dejó en el escenario, la ineludible actitud mutua de perdón acordada y debió conmocionar tanto el alma de Sebastiani, que bajó de su caballo y se arrodilló ante la imagen de Nuestro Padre Jesús del Perdón, tomando entonces, Sotomayor, la misma actitud genuflexa para, juntos, orar unos momentos ante ese Cristo conmiserativo que les perdonaba, pero también les exigía un mismo pacto de mutuo perdón.
Concluida la oración, Sotomayor y Sebastiani se levantaron, y en un gesto que quizá no estaba previsto, el general se despojó de su verde fajín de seda, anudándolo a la cintura de Nuestro Padre Jesús del Perdón. Ese fajín, conservado en la Ermita de la Veracruz, procesionaría siempre, todos los viernes santos que se sucedieron y se sucederán, anudado a la cintura del hoy Patrono de Manzanares, Nuestro Padre Jesús del Perdón y quedaría para la historia de Manzanares como único testigo, mudo y ágrafo, de aquel encuentro mítico que simbolizaba el mutuo perdón entre la Francia napoleónica y la insigne villa de Manzanares de La Mancha.
DESPUES DEL ENCUENTRO
El título que le propongo para este relato, quiere representar que ese mítico encuentro entre el general Sebastiani y Nuestro Padre Jesús del Perdón marcaría, para siempre, un antes y un después en la historia de Manzanares.
Ese mágico instante en que el general Sebastiani anudó su fajín verde a la cintura de la imagen de nuestro Cristo Arrodillado del Perdón, no solo fue la rúbrica de un gesto simbólico de mutuo perdón entre el pueblo de Manzanares y el ejército francés, representó también el origen de una leyenda que acompañaría a esa escultura y a nuestro pueblo hasta nuestros días, motivando, entre otras cosas que, en 1905, el Cristo Arrodillado de Manzanares, Nuestro Padre Jesús del Perdón, fuese reconocido oficialmente como Patrón de este pueblo nuestro, Manzanares de La Mancha.
De hecho, nada más ajustar Sebastiani su fajín a la cintura del Cristo y pronunciar unas breves palabras de reconocimiento y perdón a nuestro pueblo, que fueron contestadas en reciprocidad por Sotomayor, se produjo en aquel escenario del antiguo humilladero de San Cristóbal, una especie de aura mística e invisible que embargó a todos los allí presentes, tal como ha quedado después reflejado en múltiples referencias de nuestra tradición, oralmente transmitida de generación a generación. Es cierto que nada quedó relatado de aquel momento en escritos civiles, militares o eclesiales de carácter oficial, aunque, sabemos también, debió formar parte de un pacto que se cumplió a rajatabla por parte de Sotomayor y Sebastiani.
“Nada de ese encuentro quedaría escrito”, pero está claro que, no es nada raro, continua D. Cosme, que toda aquella gente que vivió aquel encuentro, incluidos sus máximos protagonistas, debió notar en sus entrañas espirituales algo emocionalmente muy impactante. No era normal, ciertamente, en una guerra llena de crueldades, tropelías y venganzas, un episodio como este y, no resulta nada extraño que fuera considerado por muchos un milagro o algo imbuido de tintes sobrenaturales que, lógicamente, los naturales de Manzanares de ese tiempo atribuyeron enseguida al que ya, desde más de un siglo antes, era su principal icono espiritual, Nuestro Padre Jesús del Perdón.
De modo que, cuando Sebastiani volvió a montar en su caballo y enfiló con sus tropas el camino de Ciudad Real, tampoco resultó extraño que, seguramente instados por Frey Sotomayor, todo el numeroso paisanaje que había procesionado hasta el humilladero con su Cristo, se arrodillase ahora, ante ÉL, de nuevo, para ofrecerle una oración de acción de gracias, antes de retornar de vuelta al pueblo, jubilosos, entonando cánticos religiosos.
Al entrar a la villa, volvieron a sorprenderse al ver que los soldados galos del coronel Barthelemy, que habían ocupado Manzanares tres días antes, se marchaban también del pueblo y, aunque la explicación de su salida era tan lógica como la de seguir una orden directa de Sebastiani, que les pidió unirse a las tropas que él conducía a Ciudad Real, pues estaba seguro que Manzanares podía quedarse desguarnecida de tropas francesas por el pacto establecido con Sotomayor y prefirió aumentar sus efectivos, por la previsible batalla que habría de mantener en Ciudad Real. Sin embargo, muchos de los paisanos que retornaban al casco urbano con su Cristo Arrodillado del Perdón, seguro que interpretaron esa retirada francesa como parte del milagro que estaban viviendo.
Llegados al pueblo, sigue comentándome D. Cosme, y haciendo el mismo recorrido que a la ida, la tumultuosa procesión, a la que se había ido añadiendo mucha más gente, desembocó en la Plaza pública por la calle de la Cárcel y, quienes portaban las andas del Cristo, introdujeron la imagen a la Catedral, para dejar dispuesto al mítico Cristo en su Altar Mayor a la espera de la procesión nocturna del Viernes Santo. Toda esa tarde del 31 de marzo de 1809, debió ser muy especial en Manzanares. Los comentarios del vecindario sobre lo sucedido solo unas horas antes en el humilladero de San Cristóbal, iban subiendo el tono a lo sublime, dando carta de sobrenaturalidad a los hechos vividos. En Manzanares, para mucha gente que no estaba en la totalidad de los hechos, solo conocidos en su exacta veracidad por Sotomayor y su círculo más próximo, lo que estaba ocurriendo ese día era un auténtico milagro, propiciado por Nuestro Padre Jesús del Perdón que, si ya antes era un icono espiritual de Manzanares, a partir de ese momento entraba de lleno en la rica mitología de nuestra historia y espíritu, como el protagonista más significado, remata enfático y solemne D. Cosme.
Cuenta nuestra tradición oral, que durante el oficio vespertino que Sotomayor llevó a cabo antes de salir la procesión del Viernes Santo, proclamó, muy emocionado, pero tan clarividente como siempre era, que Manzanares había tenido el enorme privilegio de haber vivido, esa misma mañana, la versión real del simbolismo que se iba a representar esa noche en la procesión de Viernes Santo: el perdón a las ofensas y las insidias humanas, por nuestro Dios y Padre, hecho hombre.
Podrá imaginarse, sigue D. Cosme, cómo se vivió luego esa procesión, el aura de misticismo que envolvió al pueblo al paso de su Cristo milagroso, cuya mirada conmiserativa, con esa dualidad tan particular y característica que, en un mismo gesto, conjuga el dolor humano y el divino perdón incondicional, impactó esa noche a nuestros sobrecogidos ancestros como pocas veces antes. Aquello, sin duda, esa noche de Viernes Santo vivida en Manzanares, debió ser inenarrable y, desde luego, muy especial; termina D. Cosme esta parte de su disertación.
Mientras tanto, continua D. Cosme, Sebastiani, con sus tropas reforzadas por diferentes contingentes como el de Barthelemy, había llegado a media tarde de aquel Viernes Santo histórico, a Ciudad Real, comprobando para su sorpresa que, contra lo que le habían informado, no existían tropas españolas que amenazasen la recién tomada capital de la provincia; todo había resultado una falsa alarma. Eso disgustó mucho a Sebastiani, un hombre muy metódico que, por culpa de una información falsa, había visto truncados sus planes de entrar triunfante en Manzanares, para mostrarse ante Napoleón Bonaparte como el conquistador de esa espina manchega, clavada en el corazón de Francia.
Sebastiani, prosigue D. Cosme, cuando ya estuvo más tranquilo, asumiendo los hechos consumados y pudiendo analizarlos con más sosiego, llegó a pensar que algún espía español le había tendido una trampa, en una maniobra de distracción, que propiciase levantamientos o algún contraataque de tropas españolas hacia las villas que, como Manzanares, habían quedado desguarnecidas de soldadesca gala. Solo faltaría, debió mascullar por lo bajo Sebastiani –comenta con sorna D. Cosme- que ahora Manzanares se sublevase, y se enterase el Emperador.
Lo cierto es, con cierta razón por su parte, continua D. Cosme, habida cuenta de las múltiples artimañas que el bando español se gastaba en aquella guerra, que Sebastiani se alarmó mucho ante esa posibilidad de estar siendo víctima de una “trampa manchega” y el uno de Abril de 1809, Sábado Santo, en su cuartel de Ciudad Real, decidió reordenar inmediatamente a sus tropas, para que, al día siguiente, Domingo de Resurrección, estuvieran, cada una de ellas, en sus nuevos destinos; sobre todo, en aquellos lugares que habían quedado más desguarnecidos de soldados, como el caso de nuestro pueblo, Manzanares de la Mancha.
Y, precisamente por ser Manzanares y querer Sebastiani asegurarse que en nuestra villa nadie se iba a mover más de la cuenta, decidió que viniera a nuestros lares, nada más y nada menos, que el grueso de la famosa división polaca del general Valance, en concreto sus regimientos 4, 7 y 9. Como ya sabemos, esta división se llamaba así por estar conformada, mayoritariamente, por soldados de esa nacionalidad. Manzanares ya había tenido ocasión de probar como se las gastaba esta división, nueve meses antes, cuando arribó a nuestra villa, camino de Sierra Morena,
Esta brigada polaca, continua D. Cosme, se estaba caracterizando como particularmente cruel y despojadora, con las gentes y territorios por donde circulaba; además, la indisciplinada y soez actitud de sus soldados, hacía imprevisible lo que podía suceder en los sitios por donde transitaban.
Ciertamente, sigue D. Cosme, su elección para Manzanares no se compaginaba nada bien con las promesas pacificadoras que Sebastiani había transmitido, solo dos días antes, frente a Nuestro Padre Jesús del Perdón, en el humilladero de San Cristóbal, aunque es justo reconocer que, Sebastiani, antes que cada brigada fuese a sus nuevos destinos, les arengaba para que se comportaran con disciplina, mantuviesen el orden en las villas y pueblos donde habían sido destinados y no cometieran ningún desmán o tropelía con la población civil.
Seguramente Sebastiani, pensó que Valance, aseguraría mejor que nadie todos esos aspectos y consideró que era la persona más indicada para combatir cualquier supuesta insurrección de nuestra aguerrida gente.
Así pues, mi querido cronista, queda usted, y sus lectores, en la expectativa de lo que iba a suceder en Manzanares el Domingo de Resurrección, día dos de abril de 1809, cuando las tropas polacas de Valance entraron en nuestra villa, porque este relato debe concluir aquí, dado que ya dio apropiada cuenta de cómo vivió nuestro pueblo el final de aquella Semana Santa histórica de 1809, en que Nuestro Padre Jesús del Perdón, cimentó y encumbró su leyenda entre la gente de Manzanares de La Mancha.
Pedro Villarroel González-Elipe