Habíamos dejado atribulado a Frey Sotomayor en el capítulo anterior, con la ratificación real, de 14 de octubre de 1814, a la propuesta insistente del Consejo de las Órdenes religiosas, que le ponía al frente del priorato de Calatrava y, por ende, de su Sacro Convento, en los tres siguientes años.
Lo que para cualquiera (incluso para él mismo en otras circunstancias) hubiera supuesto un honor y un reto ineludible, en su caso y para su intimidad, cada vez más se le antojaba como una losa pesada y muy difícil de sobrellevar que, además, interfería, hasta casi impedirle su muy anhelada vida tranquila y en exclusiva, como Pastor y Rector del Cabildo de Manzanares. La guerra, había supuesto para D. Pedro Álvarez de Sotomayor un desgaste psicológico terrible, inmerso y ocupado como estuvo, durante todo el conflicto, en una doble labor política y eclesial en la que vivió momentos y situaciones muy difíciles donde, en muchas ocasiones, se tuvo que mover en ámbitos que no solo le desagradaban, es que eran muy contrarios a sus propias ideas y costumbres.
Ante sus más íntimos, al concluir la guerra, D. Pedro mostraba una cierta satisfacción personal por el resultado de sus afanes que, al menos, habían conseguido mantener casi indemne a toda su feligresía manzagata y, solía añadir … “que, por fin, llegaba el momento de poder ejercer, en exclusiva y “como Dios manda” la labor que de verdad le correspondía realizar en Manzanares, la de párroco y pastor espiritual de su feligresía”. Y cuando ya estaba casi “saboreando” ese, su dulce retiro pastoral con las gentes de Manzanares -prosigue D. Cosme- de un “plumazo real”, veía como se esfumaban todos esos anhelos, porque estaba claro que, compartiendo Manzanares con Almagro, las obligaciones del Priorato calatravo le ocuparían casi todo su tiempo en los tres años venideros.
Don Pedro, lo vimos en el capítulo anterior –continua D. Cosme- motivó su renuncia inmediata a su nombramiento para el cargo de Prior del Santo Convento calatravo en una incompetencia personal para desarrollarlo. Seguramente, aunque interfería seriamente en su anhelo personal de permanencia en Manzanares, por el reconocimiento que representaba a su persona y por el respeto y obediencia debida a la jerarquía de la Orden, (para él una premisa ineludible), habría aceptado el cargo sin reticencias. Pero la verdadera razón de su renuncia no era la incompetencia alegada en su escrito; eso no se lo creía ni él mismo pues, en el fondo, se sentía honrado por que hubiesen pensado en él y se sentía capaz de hacer muchas cosas, evidentemente necesarias, para recomponer y reconducir el enorme deterioro del Sacro Convento y de muchos aspectos del devenir de la Orden Calatrava.
Lo mismo estimaba el Consejo de las Ordenes; por eso, cuando leyeron su escrito, quedaron perplejos, pues pensaron en él, precisamente, por su capacidad y es que, tras analizar la trayectoria personal de los sacerdotes calatravos relevantes, por unanimidad tuvieron muy claro que, con diferencia, el más inteligente y apropiado era él. Así las cosas, tomaron su escrito de renuncia, como hubiera hecho cualquiera, suponiendo que se trataba de un alarde de humildad y, se reiteraron en la decisión de solicitar al Rey el nombramiento de D. Pedro Álvarez de Sotomayor. Pero, como también ya le expuse, creo que la verdadera razón de su intento de renuncia era la deriva que estaban tomando las líneas directrices del poder civil y muchas de las que se atisbaban en las eclesiales.
El Rey deseado, se había transmutado a rey felón al poco de su regreso a España; habiendo buscado, para su “despotismo poco ilustrado”, alianzas con las aristocracias venidas a menos durante la guerra, y con la nobleza afrancesada y el clero, a cambio de prebendas para todos ellos, centradas en la recuperación de patrimonios y los diferentes status de privilegio previos al conflicto. D. Pedro estaba en profundo desacuerdo con esa, más que atisbada evolución de las cosas mundanas y eclesiales y quiso “hacerse a un lado”, pues tenía muy claro que el cargo de Prior de Calatrava le pondría, muchas veces, en situaciones de difícil encuentro entre sus concepciones éticas y morales y algunas de las órdenes que posiblemente recibiría. Eso representaba para él la casi seguridad de un dilema continuo que, en modo alguno quería vivir y que le resultaba muy angustioso.
Sin embargo, aparte de ser su deseo íntimo, el priorato de Manzanares no tendría para él ese problema, porque conocía bien la realidad social de la villa y el enorme ascendente personal que había conseguido en los ámbitos eclesiales y civiles de Manzanares le harían muy sencillo su desempeño pastoral, pues él era un experto en llevar la doctrina católica a la expresión que quería, por encima de cualquier otras circunstancias mundanas o religiosas que estuvieran de “moda” o “colocadas” en la escena temporal.
Lo cierto fue –sigue D. Cosme- que, un poco tiempo después de asumir su nuevo cargo, D. Pedro, que llevaba a cabo todas sus responsabilidades con alto grado de implicación, interiorizando en su ánimo, sin dejar que trasluciera a su entorno, todas las emociones que conllevaban esas actuaciones, comenzó a sentir serios problemas gastrointestinales, derivados de ansiedad por la indeseada situación en que se encontraba, algo parecido a lo que le sucedió el primer año que profesó en Manzanares como párroco. Para más “inri”, continua D. Cosme, algunos miembros del cabildo de Manzanares, celosillos de siempre con Sotomayor, por su prestigio y ascendencia, cuchicheaban con otros clérigos de la desatención en que D. Pedro dejaba al clero de Manzanares, por sus prolongadas estancias en Almagro.
Esas pequeñas mezquindades, traspasaron la frontera local y llegaron a la jerarquía de la Orden calatrava y, por tanto, a conocimiento del propio Sotomayor. Por otra parte, y añadiendo otra preocupación más a Don Pedro, el recientemente restablecido Tribunal del Santo Oficio de Almagro, comenzó, en 1815, la investigación sobre las Logias masónicas existentes en la Provincia de La Mancha durante la ocupación francesa. Pronto salió a la luz que las primeras actividades masónicas de La Mancha se iniciaron en Almagro, pero muchos de los declarantes de esa villa, con el objetivo lógico de quitarse posibles cargos más graves, enseguida traspasaron la responsabilidad más seria de esta actividad a Manzanares, en donde, afirmaron, se constituyó la verdadera Logia de La Mancha.
Alguno de ellos, sigue D. Cosme, con cierta «mala baba» y quizá por indicación de algunos «enemigos íntimos» de Sotomayor, bien de la Orden, Almagro o Manzanares, intentaron implicarle en las actividades masónicas, al afirmar que uno de los creadores de la Logia de Manzanares, un tal Monsieur Del Nor, se alojaba en la casa de D. Pedro, algo que, no por cierto, que lo era, sacado de contexto sugería la participación activa de D. Pedro en dichas prácticas.
Ciertamente, tener que ir a declarar a ese juicio y desmontar las infamias y maledicencias que había en el trasfondo de alguna de esas declaraciones, colaboró a incrementar el malestar y ansiedad de Sotomayor, acentuando sus síntomas neuro-asténicos, por lo que en alguna de sus, entonces breves estancias en Manzanares, durante el año 1815, consultó a su médico personal, Dr. Miguel Dauxá, quien desde la primera vez que lo reconoció atribuyó los síntomas a la gran tensión y el desasosiego que estaba viviendo, diciéndole que eran problemas idénticos a los que ya padeció en su primer año de estancia en Manzanares.
Dauxá, le añadió que, por su carácter introspectivo, se “cargaba” interiormente de las cuitas que sobrellevaba que, finalmente, se reflejaban en la constelación de síntomas que tenía. Cuando Sotomayor le preguntó por posibles remedios, Dauxá, le dijo que solo existían dos maneras de controlar esos síntomas; la primera de ellas, pasaba por cambiar su manera de ser, asumiendo las cargas de la vida de otra manera y la segunda, pasaba por apartar las responsabilidades que le estaban amargando la existencia.
Don Pedro, reflexionó de inmediato sobre las dos soluciones, encontrando imposible la primera, porque no se trataba de cambiar su carácter y asumir mejor los problemas del día a día; se trataba de tener que entrar, con frecuencia, en contradicción con algunos de sus planteamientos y creencias más íntimas, enfrentadas, más de una vez, a las decisiones que habría de tomar por obediencia debida.
Sin embargo, en su ánimo, sí se “encendió” una lucecita de esperanza con la segunda de las soluciones propuestas por su médico. Quizá podrían servir a sus propósitos de renuncia al cargo, las pequeñas perversidades de sus “enemigos íntimos”, combinadas, oportunamente, con la segunda “receta” propuesta por Dauxá.
Y tras sus primeras reflexiones sobre todo eso, del magín excepcional de D. Pedro, afloró una estrategia ilusionante con la que, pensó, y también con la ayuda de sus oraciones, apartar de si el cáliz que el destino le había deparado con su nombramiento para ejercer el priorato de la Orden Calatrava.