El 14 de agosto de 1799, el dictamen del Consejo de la Orden Calatrava parecía dejar claro que el turbulento comienzo de la trayectoria vital, en Manzanares, de Frey Don Pedro Álvarez de Sotomayor había terminado y, definitivamente, quedaba confirmado como párroco; enseguida se pudo comprobar, comenta D. Cosme al inicio de esta crónica, que los atribulados miembros de nuestro clero, todo el paisanaje de Manzanares y el propio Sotomayor, iban a padecer una nueva incertidumbre a ese respecto.
Y es que, solo dos semanas después de esa ratificación del Consejo, el 31 de agosto de 1799, el mismo y recitado Consejo, decide elegir a Sotomayor, (tras ganar éste la votación a que fue sometida una terna de clérigos de prestigio en la que D. Pedro, había sido incluido) para ejercer el rectorado del Colegio Mayor de la Orden Calatrava en la Universidad de Salamanca.
La resolución del Consejo, sigue D. Cosme, explicaba la elección de D. Pedro Álvarez de Sotomayor y Rubio así: … “con atención a las particulares prendas del juicio, literatura y prudencia que concurrían en el propuesto y eran tan convenientes a las críticas circunstancias en que se hallaba el colegio”. Sin embargo, continua D. Cosme, aunque es probable que fueran esos méritos de Sotomayor los que, realmente, motivaron su designación y es la versión oficialmente admitida, no faltaron entonces, ni faltan hoy, argumentos algo más maledicentes o malévolos para explicarla; en la línea que, quizá, alguna autoridad local influyera para intentar quitarse de en medio a un personaje tan incómodo y reivindicativo, mediante ese proceder bien conocido y, frecuentemente, utilizado, dice jocoso D. Cosme, de “ascender” a alguien, a la vez que se le “quita de en medio”.
Además de lo que ya sabemos de la manera directa, concreta y determinada con la que planteaba sus demandas y proyectos a las autoridades locales –prosigue D. Cosme- Sotomayor, una vez reconfirmado como pastor de Manzanares, no cambió un ápice esa manera de actuar y, atribulado como estaba en relación a la gran mendicidad existente en la villa, nada más ser ratificado, advirtió que la financiación de la Encomienda a su Parroquia, resultaba manifiestamente insuficiente. Ni corto ni perezoso, instó al mismísimo comendador, el Infante D. Antonio Pascual, a que aumentase esa congrua de manera sustancial. Parece que el Infante, inicialmente, no accedió a ello y se molestó por la insistencia contumaz de D. Pedro. Por eso, nada de extraño habría en que tuviese cierta verosimilitud la hipótesis malévola del “ascenso” de Frey Sotomayor a un cargo mucho más relevante en Salamanca, “recomendado”, quizás, por el mismo Comendador, concluye su discurso, sonriendo, D. Cosme.
Y fíjese si era contumaz Frey Sotomayor, continua D. Cosme, que aun teniendo ya en su poder el nombramiento para el rectorado salmantino, el 13 de septiembre de 1799, sorprendió al Comendador, solicitándole, oficialmente, su demanda de aumento de la congrua antes citada. D. Antonio Pascual, debió quedar perplejo y, aunque siguió sin acceder a la magnitud de la demanda de D. Pedro, no le quedó más remedio que mostrar algún pequeño gesto, ordenando que, a partir del día 8 de octubre, se donase a la Parroquia, desde los almacenes de la Encomienda, 250 fanegas de trigo y 50 de centeno, para su reparto a los indigentes de la villa.
Sotomayor, entendió este gesto como algo casi ofensivo, pues él, exigente como era en temas de caridad hacia los pobres, era perfecto conocedor de la riqueza de nuestra Encomienda, no estaba dispuesto a conformarse con esas pequeñas migajas, totalmente insuficientes para los muchos indigentes que pululaban por la villa. Mucha gente piensa, entre los que me incluyo, sigue D. Cosme, que este episodio influyó decisivamente en el ánimo de Sotomayor, que empezó a sospechar, entonces, que su nombramiento como Rector en Salamanca, tal vez encerraba el malsano intento de alguna gente decidida a separarlo de Manzanares; y quizás, fue esto lo que encendió en su espíritu, por primera vez, el deseo de evitar esa separación. Empezó a ver como un reto personal la situación de nuestra villa y los problemas que tenía con algunas autoridades y, en consecuencia, con ello, en lugar de intentar marcharse de Manzanares, comenzó a buscar la manera de quedarse, asumiendo e interiorizando lo que entendía como obligaciones naturales de su acción pastoral, que le instaban a luchar por lo que consideraba justo para su rebaño, concreta, lírico, un D. Cosme, admirativo hacia la personalidad de Sotomayor. Esto que le comento, amigo cronista, es algo que se puede deducir, o pensar que así pudo ser, por los hechos que, a continuación, vamos a ir conociendo.
En un primer momento, Sotomayor, obediente y disciplinado, como también era, el 4 de octubre de 1799, redactó un escrito, dirigido al Consejo, que decía: “cuyo nombramiento acepta en debida forma, con arreglo a derecho y especialmente según las definiciones de la Orden, práctica de ella y providencias del Consejo dadas sobre el particular y terminaba dando al mismo tiempo las gracias a V.A. por la consulta con que se ha dignado favorecerle para dicho empleo”. D. Pedro viajó entonces a Madrid, para preparar el nuevo destino y, probablemente, por esa nueva certidumbre que anidaba en su espíritu, días después, el 23 de Octubre de 1799, envía otro escrito al Consejo en el que mostraba su preocupación por la situación que dejaba en Manzanares, desprovista de su Párroco en los tres años venideros, y en un estado parroquial muy necesitado para, enseguida, añadir algo que quedará en esta historia, bien como algo propio del afecto a Martos, de Sotomayor, o como una sutil estrategia de D. Pedro, ante el Consejo, para lograr lo que ya rondaba en su cabeza: permanecer en Manzanares.
Resulta que la parroquia de Martos, Santa Marta, había quedado vacante, al ser destinado Frey Bullido, su párroco en ese momento, a la villa de Abanilla. Así las cosas, Sotomayor, pidió al Consejo que se le adjudicase su amada parroquia de Santa Marta, sin los problemas de Manzanares y que podía aguantar mejor que nuestra villa los tres años que habría de estar sin párroco titular. De esa manera, en nuestra Parroquia de Manzanares, habría de nombrarse, ya, un nuevo párroco titular que pudiera atender las muy perentorias necesidades existentes, que, a su juicio, no podían quedar aparcadas durante tres años.
Bien sabía Sotomayor, continua D. Cosme, por todo lo que había sucedido solo dos meses antes, que este tipo de trueque no iba a ser aceptado por el Consejo y, además, en este caso, de ser admitido, al menos él, volvería a su amado Martos. Pero hay algo que nos hace pensar que Sotomayor contaba con esa negativa y que, en su estrategia estaba mantener su nexo con Manzanares.
En su escrito, D. Pedro, introdujo, después, unos párrafos muy bien pensados, hacia lo que era la sensibilidad propia del Consejo en su toma de decisiones, que nos inducen a pensar que permanecer en Manzanares era su verdadera intención. Comentaba que, de no ser posible la pretensión de su vuelta a Martos (con lo que, probablemente, “animaba” al Consejo a tomar la decisión habitual en estos casos) y aunque en Salamanca, en lo particular, él iba a vivir una situación amable y cómoda para su persona, no podía dejar de pensar en la mala situación que quedaba Manzanares y pedía al Consejo el favor de permitirle, a fuer de la carga personal y viajes que iba a suponer, pero que él asumía de buen grado, compatibilizar el Rectorado de Salamanca con la parroquia de Manzanares, en la que solo había podido sentar las bases de las muchas reformas que precisaba y seguía escribiendo, que era evidente que tres años sin párroco titular eran excesivos en esa situación, donde además estaba prevista la visita a la villa del Arzobispo de Toledo. No era, a su juicio, muy conveniente su ausencia en ese momento, dejando la Parroquia en las manos de algún ecónomo de la Orden, desconocedor de ese estado de cosas.
El Consejo, pasó el escrito al fiscal encargado de estudiarlo y el 30 de octubre, éste, contestó en la línea que había previsto Sotomayor en su estrategia. Inicialmente, el fiscal decía que no era posible el trueque de curatos, ya que estos precisaban de la reglamentaria oposición. Y en la segunda parte de su respuesta, asumía los argumentos de Sotomayor, sobre la pertinencia del momento para que, en función del complicado estado de nuestra Parroquia, éste, pudiese compatibilizar el rectorado de Salamanca con la Parroquia de Manzanares, “mordiendo el anzuelo” que Sotomayor había introducido en su carta, al afirmar el fiscal que: …“consideraba a Sotomayor muy conveniente para las reformas que necesita Manzanares y, sobre todo, que su presencia podía ser de gran utilidad en la visita del Arzobispo de Toledo a nuestra villa”. Finalmente, terminaba su escrito, alabando a Sotomayor al recomendar todas sus pretensiones de la siguiente manera: “El Consejo tendrá presentes las recomendables circunstancias y loable celo (de Sotomayor) en beneficio de aquella feligresía y Parroquia, en bien de la Orden, y los méritos que contraiga nuevamente en el desempeño de estos importantes encargos para los ascensos a que aspire”.
Así la cuestión, sigue D. Cosme, el Pleno del Consejo de las Ordenes, que se reunió al día siguiente, atendió parcialmente la propuesta del fiscal, escribiendo lo siguiente: “No hay lugar a las pretensiones de Frey D. Pedro Álvarez de Sotomayor, a quien se encarga que para el tiempo de la visita eclesiástica que ha de practicarse en Manzanares proporcione su residencia en aquella villa, y que durante su ausencia en Salamanca facilite al teniente que deje nombrado los conocimientos e instrucciones que juzgue convenientes para conservar el buen orden que desea en su iglesia”, … “el Consejo tendrá presente el mérito de este Párroco para sus pretensiones en lo sucesivo”.
De este modo, a pesar de la ambigua respuesta del Consejo, quedaba claro que Sotomayor había conseguido mantener su adscripción a Manzanares, junto a su destino de tres años en Salamanca, quizá no con la plenitud que pretendía D. Pedro, pero sí, logrando que ese nexo de unión no quedase roto. Unión intermitente, pero que habría de ser suficiente, para que, con el decisivo empuje de nuestro pueblo, terminase por ser definitiva.
Algo de lo que hablaremos en el siguiente relato, ya que este ha sido de bastante para dejar en suerte, el cómo nuestra gente de Manzanares terminó el trabajo que había iniciado Sotomayor, en asegurarse, para sí mismos, para toda la feligresía del pueblo, el cuidado definitivo de su insigne Pastor.
Pedro Villarroel González-Elipe