Para darnos idea de cómo el siglo XIX transformó a Manzanares y a sus gentes, me dice D. Cosme, le haré una semblanza de la villa a primeros de ese siglo, para mejor entender su evolución a lo largo del citado siglo decimonónico.
Manzanares, a fecha de 1800, era una villa tranquila que, según un informe parroquial, contaba con 2.071 vecinos y 5.671 habitantes adultos (“almas de comunión”) a los que había que añadir los conocidos como “párvulos”, con lo que la cifra total de habitantes era de, más o menos, unos 8.000. Dicha población, se componía sobre todo de labradores de terreno propio y jornaleros por cuenta ajena, que faenaban casi toda la semana, haciendo vida en cualquiera de las “Casas-Quintería” de los campos de nuestra Encomienda, por lo que la mayoría de la población de la villa estaba habitualmente fuera de los contornos del poblado, También, existían paisanos que trabajaban dentro del pueblo en oficios subsidiados a la agricultura y las tareas del campo y su producción; bodegueros, herreros, molineros, aunque ya en esta época, todavía previa a la industrialización de la segunda mitad del XIX, había cada vez más vecinos que también desarrollaban su actividad cotidiana dedicados al comercio, la artesanía, trabajos administrativos y profesiones liberales, como abogados o médicos, así como una considerable cantidad de miembros del clero y el cabildo eclesiástico.
De todo ese paisanaje, conoceremos bastantes cosas genéricas y algunas más específicas, referidas a personajes concretos, que merezcan dar su nombre en algún relato próximo.
Considerando, ahora, como era nuestra villa en cuanto a su fisonomía y constitución urbana, lo primero a comentar, sigue D. Cosme, es que Manzanares era manifiestamente más pequeño que el que podemos contemplar a fecha de hoy. Por entonces, continua D. Cosme, la mayoría de sus casas eran de planta baja y, las que tenían piso superior, como muchas de las casas solariegas del casco antiguo, eran generalmente de techado bajo, de tal modo que la perspectiva de la villa, a las afueras aplanadas y extendidas de la llanura manchega, era una pequeña mancha plana de casas encaladas, destacando sobre ellas nuestra magnifica Torre. Y, para que se haga usted idea de lo dicho, según la costumbre de entonces, la “medida en pasos” desde el centro de la Plaza a la casa del paisano más alejado quedaba a unos quinientos o seiscientos pasos y el perímetro del casco urbano de la villa, efectuada por algún oficial del Ayuntamiento, era de “diez y nueve veces ciento noventa pasos”.
Ese contorno del poblado, en su parte norte, sigue D. Cosme, lo constituía la larga “calle de los Serranos”, que, desde el Paseo del Rio, donde se iniciaba, cortaba en su recorrido el denominado “Camino de las cruces” y, luego, el final de la calle Ancha, que se seguía hacia el norte del llamado, por entonces “Camino Ancho de Arenas”. Todas esas vías urbanas confluían a la atura de la actual Plazuela del Chorrero, el Corral del Concejo, y la Ermita de la Virgen de La Paz; quedando algo por encima, en el extrarradio, y en la contigüidad del camino de Arenas una manzana de casas en torno a la denominada calle Donas. La calle de los Serranos tenía abundantes huertos a ambos lados de su extensión y, tras cruzar la plazuela del Chorrero, se continuaba, hasta terminar, haciendo esquina, con el final de la calle Toledo, en el límite nordeste de la villa, donde estaba la famosa posada de Triviño con su molino de aceite. Ese cruce de Serranos con Toledo, sigue D. Cosme, era un punto cardinal de la villa, porque ahí confluían las cañadas reales de Soria y Cuenca y, allí, también se iniciaban dos vías trascendentales; por un lado, el camino Real de Madrid, que comenzaba en lo que hoy es el Paseo de la Estación, que a esas fechas no tenía el obstáculo de las vías del tren, ni del propio edificio de la Estación y, divergiendo ligeramente desde su inicio, en la pequeña plazuela adonde llegaban y salían todas esa calles y caminos, se continuaba el camino de Alcázar de San Juan, transitando en sus primeros metros por lo que entonces ya era conocido en la villa como “vereda”, por ser el camino habitual del ganado trashumante, que llegaba desde la parte sur de Manzanares, atravesando las calles de Mayorazgo, Trompas y Toledo. En el margen derecho de la calle Toledo, antes de acabar en la vereda, -sigue D. Cosme- el pueblo terminaba en la Plaza de la Virgen de Gracia, donde destacaba su gran y bella ermita, un humilladero con su cruz y el cementerio más grande del poblado que, como ya sabe usted, hubo de ser vallado por aquel tiempo, en base a una normativa de salud pública de 1804.
El contorno de la villa en dirección saliente, sigue D. Cosme, se continuaba desde la Plaza de la Virgen de Gracia, en la calle del mismo nombre, y ésta, a su vez, en la de San Juan, a cuyo final se encontraba la ermita que daba nombre a la calle. Las calles paralelas del Toledillo y de La Tercia, se extendían luego hasta el Castillo, completando el contorno saliente de la villa. Al final de la calle de la Tercia, estaba la enorme fachada posterior de la casa que daba nombre a la calle, donde se recogían los diezmos de nuestra Encomienda, que, a primeros del siglo XIX, todavía mantenía su actividad jurídico-administrativa y recaudatoria. La calle de la Tercia terminaba en el lateral este del castillo, y saliendo ya de la población, se continuaba, al sur en un estrecho camino en dirección Membrilla. Los lindes del sur de Manzanares eran entonces, el lado meridional del Castillo y su Plaza, con la pequeña ermita del Santo Sepulcro, y el convento de los Carmelitas, Entre la Plaza del Castillo y el Convento de los Carmelitas Descalzos, la calle del Carmen daba salida hacia el Sur al camino principal de La Membrilla.
La parte más oeste del convento de los Carmelitas, sigue D. Cosme, iniciaba el contorno poniente de la villa, continuándose en la calle San Isidro, que acababa en la Plazuela del mismo nombre, enseñoreada por la coqueta ermita de San Isidro, un bello entorno, de los más populares de la villa en ese primer tiempo de siglo XIX, que, lamentablemente, sería destruido por los franceses al final de la primera década de esa centuria. La calle de San Isidro, sigue D. Cosme, se continuaba por el Paseo del Rio, que completaba el contorno poniente de Manzanares, cerrando el círculo perimetral que estamos comentado, al terminar su recorrido en el inicio de la calle de los Serranos. El Paseo del Rio, no solo era la porción más larga del contorno oeste de la villa, era vía de paso del ganado trashumante a la aldea por la calle Mayorazgo o alguna otra vía perpendicular; también era la salida natural y nexo de unión de la villa a los puentes y a la vega del Azuer, al abocar en él, desde el interior del casco urbano las calles: Duran, Cárcel, Mayorazgo, San Antón, Granados, Feria, Tejeras y Serranos. Por si eso fuera poco, el Paseo del Rio era entrada y salida natural de la villa a los Caminos de Andalucía, Bolaños, Almagro y Daimiel.
El contorno de Manzanares, a principios del Siglo XIX, salvo en este costado poniente, pegado a la madre nueva del Azuer, que fluía paralela, quedaba rodeada por eras, donde las labores de trilla, con su aparataje, las mulas y los paisanos que faenaban en ellas, concretaban un paisaje característico de la periferia del Manzanares de aquel tiempo, que todavía se mantiene incólume a este día de hoy, en el que estamos hablando, usted y yo, concluye D. Cosme su descripción de los límites y contornos de Manzanares.
Naturalmente, en esta semblanza del pueblo a primeros de Siglo, una vez descritos sus contornos, prosigue D. Cosme, hay que hablar de la Plaza, punto central y cardinal de la villa. En aquel primer tiempo del XIX, su aspecto era diferente al actual, en el sentido que las casas de dos pisos que conforman sus márgenes eran todavía volanderas, es decir, con las fachadas de las plantas superiores más próximas a la Plaza que las de las plantas bajas, generando amplios corredores bajo el suelo de los pisos superiores, que conferían a la Plaza un aspecto de mayor amplitud y que servían para la circulación de la gente y colocar puestos del mercado que cada día se montaba allí. Estos corredores, por tanto, no estaban soportados, pues ese proceso se llevó a cabo, precisamente, a lo largo del XIX. En este siglo XX, sigue D. Cosme, queda como recuerdo de aquellas casas volanderas la que se aprecia en la Plaza, al inicio de la calle Ancha. El suelo de la Plaza era de tierra, como el de todo el pueblo, salvo el de la calle Empedrada. Existían faroles de aceite en las esquinas de la Plaza, para iluminarla en la noche. Los edificios de sus contornos, a primeros del XIX estaban igual que en el siglo XVIII, destacando, claro está, sigue D. Cosme, la Catedral, con su extraordinario frontispicio y un amplio atrio-cementerio en las fachadas delantera y posterior; en ésta parte posterior, al inicio de la calle Ancha, existía una cruz de piedra. Los otros inmuebles importantes de la Plaza eran, como ya sabemos; la Casa Consistorial, que albergaba también el Juzgado en su piso bajo, la carnecería, la casa del peso y el Pósito. En la Plaza existían también dos pozos públicos en uso: uno al lado del Consistorio y otro cerca de la Iglesia.
De aquel tiempo de primeros del siglo XIX, prosigue D. Cosme, tenemos bastante constancia escrita de cómo eran otras muchas cosas de la villa; por ejemplo, sus calles, que merecen algún relato especifico, en el que podamos conocer cómo se llamaban las vías principales y las cosas más importantes o significativas a decir de ellas. Ya hemos contado algo de las que formaban sus contornos, pero vale la pena recrearse en aspectos diferentes que servirán a sus lectores para imaginar cómo era la vida entonces en nuestra villa, reconociendo algunas gentes que las habitaban, los negocios, posadas o cualquier otra curiosidad a destacar en lo que eran sus trayectos urbanos. Igual cabe decir de cómo eran y estaban: la Encomienda, el Castillo, los conventos y las ermitas de Manzanares a principio del XIX; antes que la Guerra de la Independencia y la desamortización de Mendizábal, transformaran muchas cosas e incluso, eliminaran parte de ese histórico patrimonio de Manzanares.
De todas esas cuestiones, daremos pinceladas en relatos próximos, que nos ayudarán a conocer más el Manzanares de primeros de siglo, siendo esa información, también, la manera mejor de comprender e ir siguiendo todos los cambios que se fueron sucediendo en Manzanares.
Pedro Villarroel González-Elipe