No se asuste por el encabezado que quiero darle a esta crónica, querido reportero, me dice D. Cosme para comenzar este relato. Ciertamente, sigue, es difícil encontrar un ser humano con los extraordinarios y firmes principios morales y personales de Frey Don Pedro Álvarez de Sotomayor, pero a lo que quiero aludir con ese título, es a los grandes problemas que tuvo D. Pedro, en Manzanares, en ese año final del siglo de las luces, que fue también el primero de su larga travesía vital en nuestra villa.
Y es que, siendo cierto que esa intensa y larga peripecia de Sotomayor en Manzanares, sigue D. Cosme, no dejó nunca de estar plagada de cuitas y dificultades, desde su llegada a nuestra villa, ese último año del Siglo Ilustrado, su primero en Manzanares, “se llevó la palma” en ese aspecto, al extremo que estuvo a punto de abortar, casi antes de iniciarse, la que habría de ser la trayectoria vital más importante y trascendente de un pastor espiritual en la villa de Manzanares, la de Frey D. Pedro Álvarez de Sotomayor.
Ese primer año, 1799, Sotomayor tuvo numerosos problemas en su actividad pastoral y en sus relaciones con el concejo y otras autoridades del Consejo de las Ordenes, que repercutieron hasta en su salud.
Nada más llegar a Manzanares, sigue D. Cosme, y tras su incorporación real a nuestra villa, en abril o mayo de aquel lejano 1799, comenzaron los problemas de Frey Sotomayor, por el desordenado estado de la Parroquia de Manzanares en aquel tiempo. En todo caso y así las cosas, el 27 de Junio de 1799, tuvo lugar el acto solemne de recepción oficial de Sotomayor en la catedral de Manzanares. Ese día histórico, D. Francisco Antonio Núñez Prieto, rector por entonces del cabildo, hizo leer la solicitud del nuevo párroco acerca de su toma de posesión. Terminada la lectura, desde el cabildo, se le preguntó a D. Pedro Álvarez de Sotomayor “si conocía y si se hacía cargo de sus obligaciones en la Comunidad a la que se incorporaba como párroco”, a lo que, Frey Sotomayor, lacónicamente, respondió “afirmative”, con lo que, de manera automática, quedó confirmado como máximo pastor de la villa de Manzanares de la Mancha. Meses después, en octubre de 1799, Sotomayor escribe al Consejo de Ordenes lo siguiente: “El pueblo de Manzanares, al menos de diez años a esta parte, en lo formal, no ha tenido párroco, pues el antecesor, por sus achaques y avanzada edad, todo lo fiaba a los tenientes, el exponente lo encontró todo en el mayor desorden; desde su ingreso en el curato ha procurado, a costa del mayor trabajo, poner en orden aquella feligresía como es notorio, aunque no completamente por ser obra de más tiempo”
A este tiempo, Frey Sotomayor ya había tenido ocasión de mostrar en la villa su beligerancia a favor de los pobres y enfermos, cuando, al hacerse cargo de la muy deficiente situación del hospital de Altagracia, del que, como Párroco, formaba parte de su patronazgo, se quejó de ello a sus responsables, al cabildo y al Consejo de las Ordenes y, si bien –sigue D. Cosme- solo recibió, por única y desabrida respuesta, que fuese él, como uno de los patronos del hospital, quien se responsabilizase de administrar lo que había, no dejó de luchar, en sus primeros tiempos de estancia en Manzanares, por mejorar las condiciones del hospital, y lo hizo a base de obtener, como no se había visto hasta entonces en la villa, limosnas y dádivas de la feligresía.
Este episodio, del primer tiempo de Sotomayor en Manzanares, le dio pie a D. Pedro para mostrar de inmediato un discurso determinado en sus homilías, donde siempre dejaba claro que la caridad cristiana, no era algo voluntario, sino imprescindible y obligatorio para un buen cristiano. Para Sotomayor, el que tenía más, venía obligado a compartir con quien tenía menos y, en eso, era inflexible y contundente.
Este discurso, en aquel tiempo, era un mensaje a veces difícil de asumir por mucha gente, pero la firmeza y solvencia en los planteamientos de Sotomayor, su brillantez en la transmisión de la doctrina cristiana y su capacidad de liderazgo, le granjeó, muy pronto, el respeto y la admiración de su feligresía, en este y en otros aspectos pastorales de su actividad.
Por otro lado, en el desarrollo de las cuestiones parroquiales que tuvieran que ver o compartieran, de algún modo, responsabilidades con el Concejo, D. Pedro también dejó claros indicios de su personalidad desde los primeros tiempos de su llegada. De hecho, prosigue D. Cosme, en un principio, los regidores y miembros del Concejo de la villa, se mostraron sorprendidos e incluso, vieron con cierto recelo y preocupación, la rápida, intensa y determinada actitud que mostraba D. Pedro en cualquier caso que se trataba entre Parroquia y Concejo. Ya hemos comentado el asunto del Hospital de Altagracia y la queja inmediata que dio Sotomayor de sus carencias, al poco de llegar a la villa, pero es que, en otros muy diversos temas, también hubo sus más y sus menos.
Por ejemplo, continua D. Cosme, hemos visto también, cómo Sotomayor se quejó al Consejo de las Ordenes de la situación parroquial, cuyo desorden y falta de control, seguramente, hizo que, con frecuencia, competencias de la parroquia fueran invadidas por el Concejo o estuvieran al descubierto, cuando él se hizo cargo de la misma. Ante esa situación, Sotomayor fue muy claro a la hora de recuperar y defender para la Iglesia y su curato las que eran, de manera exclusiva, competencias parroquiales, en tanto que comenzó a exigir al Concejo cumpliese aquellas obligaciones que tenía con la Parroquia, que estaban descuidadas, no controladas o, simplemente, ni se cumplían, por la situación de desorden y falta de autoridad en la iglesia local, en el tiempo anterior a su llegada a Manzanares.
Sin duda, dice D. Cosme, en sus primeros difíciles meses en Manzanares, hubo momentos tensos y complicados entre Álvarez de Sotomayor y el Concejo, pues la personalidad determinada de D. Pedro, su claridad en los conceptos, la urgencia de algún tema y el convencimiento que tenía en sus propias razones, posiblemente, le llevaban a mantener un discurso tajante, convincente y bien estructurado, pero quizá muy exigente, en cuanto a rapidez de acción y resultados, para sus interlocutores del Concejo, quienes, seguramente, dijo jocoso y retrancoso, D. Cosme, manchegos como eran, estaban imbuidos, muchos de ellos, de una “campechanía natural”, rayana con frecuencia en cierta “galbana sancho panzesca”, una característica que adorna a mucha de la buena gente de nuestra tierra, para las que, sigue D. Cosme con su retranca, el tiempo de reacción ante cualquier propuesta no es nunca algo primordial. Pero, sigue, a la percepción del inquieto y activo nuevo pastor de Manzanares, eso debió resultar desesperante, al extremo que le produjo un estado de ansiedad y desasosiego que, como veremos, repercutió en su propia salud y estuvo a punto de motivar que nos dejara el mismo año de su llegada a nuestra villa. Por fortuna para Manzanares, mi querido reportero, continua D. Cosme, eso no sucedió, tras las diversas peripecias y gestiones habidas al respecto, que, finalmente, certificaron la permanencia en Manzanares de Frey Sotomayor.
Todo eso, también se lo contaré, para que usted lo recuente en el próximo relato, por su curiosidad, como por la trascendencia que pudo tener para Manzanares, que Sotomayor se hubiera marchado al poco de llegar. Seguro que nuestra historia posterior, sigue D. Cosme, habría sido muy distinta, si Sotomayor hubiera dejado nuestra villa antes de concluir aquel último año del siglo ilustrado, en el que llegó a Manzanares. Pero lo cierto fue que, pasado un poco más de tiempo, las cosas cambiarían totalmente y, aunque nunca sabremos las razones últimas de ese cambio, en mi opinión, sigue D. Cosme, y haciendo uso de algunos datos de la tradición oral recontada, generación tras generación en el siglo XIX y también por lo que se puede deducir de otros episodios que, en distintos momentos, protagonizó Frey Sotomayor en Manzanares, la inteligencia natural de D. Pedro, le llevó a comprender y a entender muy bien las características psicológicas de nuestro pueblo y sus gentes. Esa forma manchega de ser, tan genuina de Manzanares que, aparte de la “campechanía”, considerada antes, quizá, origen de bastantes de las cuitas iniciales de Sotomayor, es también poseedora de otros muy grandes valores y de pequeñas imperfecciones. Siempre fuimos gentes muy solidarias y generosas entre los paisanos y con quien necesita ayuda, muy respetuosos con las jerarquías civiles y eclesiásticas pero, a la vez, muy autosuficientes y muy celosas y ocultistas de lo propio, (casi siempre más que por avaricia, o miedo a perderlo, por aquello del “qué dirán”), lo que nos hace, con cierta frecuencia, desconfiar del “forastero” que llega, antes de conocer sus intenciones, tal como creo, incide D. Cosme, pudo ser el caso de D. Pedro Álvarez de Sotomayor.
Cuando él comprendió, y se hizo cargo, de ese carácter nuestro, sin variar ni un ápice sus exigencias, que estaban bien fundamentadas en las leyes eclesiales y civiles vigentes, con un hábil discurso, muy bien adaptado a lo que pedía esa psicología manchega tan nuestra, se mostró al Concejo, al igual que había hecho con la feligresía común de la villa, no como un contrincante reivindicativo, sino, también, como el pastor de todos ellos, su referente espiritual, haciéndoles ver que lo que les pedía era algo sencillo y normal, cumplir el compromiso que, como cristianos, tenían con la Santa Madre Iglesia, representada, para ellos, en la Parroquia de su pueblo, a la que debían ver, más como feligreses que como dirigentes.
La brillantez discursiva de D. Pedro, continua D. Cosme, en torno a ese argumentario doctrinal, hizo todo lo demás. Consiguió en poco tiempo todo lo que reivindicaba del Concejo para la Parroquia y se ganó el respeto y admiración de todo su pueblo, (pobres y poderosos), que asumieron la jerarquía moral e intelectual del párroco, algo que, además, explica muy bien que Sotomayor, no solo se erigió entre su pueblo como gran pastor espiritual, sino que se convirtió, también, en el líder político-social del pueblo, lo que se mostraría de manera palmaria y evidente en los primeros años de la centuria que se avecinaba, cuando los durísimos tiempos de la invasión francesa de España y la subsiguiente Guerra de la Independencia.
Pero de todo eso, querido cronista, de la importancia y relevancia que tuvo nuestro insigne Párroco en Manzanares, tendremos ocasión de comentar en múltiples otras crónicas que habrán de sucederse. De momento puede dar por concluida esta, que fue ya de bastante para explicar mucho de cómo era D. Pedro Álvarez de Sotomayor, y cómo se ganó a su pueblo y que no quiero que concluya usted sin dejar aviso a sus lectores de la que a continuación tendrán ocasión de leer, acerca de esos apuntados problemas de salud que sufrió D. Pedro, al poco de llegar a Manzanares, que merecen, por sí solos un relato, por la curiosidad de las descripciones galénicas, escritas al tiempo y a la altura de ese salvífico arte, a finales del Siglo Ilustrado.