La figura de D. Pedro Álvarez de Sotomayor y su prestigio personal, en La Mancha y en el ámbito de la Orden de Calatrava, salió muy reforzada, si es que cabía, tras su brillantísima declaración ante el Tribunal del Santo Oficio de Almagro, donde, de un plumazo, aclaró todo lo referente a la logia de francmasones de Manzanares, despejando, además, cualquier duda que la insidia y mala intención de algunas gentes habían hecho sobre su persona en comentarios y en declaraciones ante ese Tribunal, comenta D. Cosme, como entradilla para esta crónica.
Sin embargo, continua, como le indique al final de la anterior, querido plumilla, D. Pedro terminó exhausto el susodicho episodio, compungido y con su ánimo muy afectado por todo lo que había supuesto el cuestionamiento a su ideario cristiano, a su comportamiento personal y a Manzanares como pueblo en aquel momento. Lo que su triunfal declaración hubiera supuesto de positivo en el ánimo de cualquier otro, en Sotomayor, hombre serio, circunspecto y muy celoso de su actitud cristiana ante la vida, representó un fuerte golpe emocional; entre otras cosas, porque muchas de esas insinuaciones llegaban desde gentes cercanas a él y del ámbito eclesial. Comprobar la mezquindad de algunos; fuese por envidia, interés de cualquier tipo o simple desvarío y sabiendo D. Pedro que todos ellos conocían su trayectoria y el porqué de sus acciones con el mundo afrancesado, afectó mucho, psicológicamente, al Pastor de Manzanares, que comenzó a sentirse enfermo, con dificultades para conciliar el sueño y descansar, presentando continuas molestias gastrointestinales, que le llevaban a comer poco y mal, perdiendo mucho peso.
D. Pedro, en esa tesitura, continua D. Cosme, una vez terminado el juicio, decidió tomarse unos días de descanso en Manzanares, para reflexionar sobre el panorama que tenía ante sí, al tiempo de consultar sus problemas de salud con su médico particular, Miguel Dauxá. Ya en Manzanares, entre las primeras cosas que hizo D. Pedro, muy preocupado por sus síntomas, fue la visita al galeno, quien, según vio el aspecto de D. Pedro, muy delgado y avejentado, se alarmó y, tras las preguntas que le hizo, relacionó lo que le ocurría con el excesivo trajín, trabajo y responsabilidades nuevas que le obligaban a viajar continuamente de Almagro a Manzanares y a otros puntos de Calatrava.
El galeno de confianza de D. Pedro, prosigue D. Cosme, le comentó al Pastor que todo lo que le contaba eran síntomas parecidos a los que ya padeció en su primer tiempo de estancia en Manzanares, antes de la guerra y que, si no era capaz de quitarse implicación personal en las muchas tareas que había acumulado, la única solución era apartarse de ellas, de las responsabilidades nuevas que le estaban amargando la existencia. Aunque, D. Pedro, no quiso, seguramente, «confesar» a Dauxá que, más que el trajín del trabajo en sí, lo que más le mortificaba era la deriva en que comenzaban a moverse las cosas en el ámbito político y eclesial de España, que le motivaban grandes contradicciones personales; es casi seguro también que, en el ánimo de Sotomayor, se truncó su anterior resistencia a asumir ese consejo médico, que tantas veces le había indicado antes D. Miguel Dauxá.
Asustado por los síntomas y la debilidad física que sentía, D. Pedro -prosigue D. Cosme- debió entender, por entonces, que la obediencia debida a la Orden Calatrava no podía estar por encima de su salud; comprendió que, como ser humano y como cristiano, debía intentar aumentar su tiempo vital en el mundo y plegarse a la orden médica. Y, en ese ir y venir de ideas sobre el tema, en el magín de don Pedro, probablemente, se fue concretando que esos consejos médicos, convenientemente argumentados, quizá, podrían servir a sus antiguos propósitos de renuncia al cargo de Prior de la Orden Calatrava y de su Sacro Convento de Calatrava.
Para Sotomayor, continua D. Cosme, no cabía duda que la aconsejada vida sosegada y de moderado trabajo, que proponía Dauxá, era la de Prior de Manzanares, mientras que el ajetreo y el desasosiego vital, causante de sus males de salud, provenía de su cargo de Prior de Calatrava; y así se lo transmitió al Dr. Miguel Dauxá. Seguro que D. Pedro rechazó inicialmente la idea de utilizar sus problemas de salud para lograr sus anhelos personales; pero, enseguida, observó que el Dr. Miguel Dauxá compartía el mismo análisis; lo que fue decisivo, para que viera claramente luz en el túnel de sus desesperanzas, y le pidiera al médico ayuda para lograr lo que, hasta ese momento, no había conseguido, que el Consejo de las Ordenes aceptase su renuncia al Priorato de Calatrava y su Sacro Convento.
Entre médico y Pastor, prosigue D. Cosme, existía suficiente complicidad, para que el segundo propusiera al primero la redacción de un informe médico que le permitiese avalar sus argumentos de renuncia al Priorato de la Orden Calatrava, algo que Dauxá aceptó de buen grado, pues convencido, como estaba, probablemente con toda la razón, que la principal causa del deterioro de salud de D. Pedro eran sus nuevas tareas en el citado Priorato de Calatrava, le pareció muy bien, y una estrategia médico-eclesial brillante, para intentar mejorar, a la vez, la salud física y psíquica de su insigne paciente.
Así que, dicho y hecho, continua D. Cosme, al final de 1815, el Dr. Miguel Dauxá comenzó a tomar los datos médicos que estimó necesarios, para configurar un detallado informe médico, fechado en febrero de 1816, que entregó a Don Pedro, para que lo utilizase convenientemente donde procediera. Por su interés y curiosidad, le ruego ahora, inserte en la crónica, la textualidad del citado informe, en el que, entrelazado en el dirigido discurso médico, se pueden apreciar sutiles apreciaciones que, casi seguro, fueron sugeridas al médico por D. Pedro, a efectos de facilitarle la redacción de una nueva petición de renuncia a sus cargos de Prior de la Orden Calatrava y de su Sacro Convento, de la que daremos cuenta en crónica posterior. Vamos ya con el informe del galeno:
Don Miguel Dauxá, médico titular de la villa de Manzanares, certifico y en caso necesario juro: que he asistido a don Pedro Álvarez de Sotomayor, cura párroco de esta villa, de una calentura intermitente nerviosa complicada con un cólico del mismo carácter, la que no cedió a los remedios más conocidos hasta el 22 de diciembre, cuya enfermedad, tanto por su duración como por los síntomas malignos que la acompañaban, le puso en grave peligro (quizá, exagerando algo) tanto que insinué a los de la casa era necesario disponerlo, y que me temía fuese la calentura mortal si no cedía antes de dos días, pues los síntomas nerviosos se aumentaban al paso que marchaba la fiebre en la convalecencia, aunque feliz, como sucede en todas las dolencias nerviosas, y solo podrá verificarse absteniéndose de todo trabajo por tiempos dilatados, (primer aval claro de Dauxá a las pretensiones de D. Pedro ante el Consejo de las Ordenes) y pasado este, tomándolo con mucha medicación y gozando de un régimen y método conforme al estado de su naturaleza, fundado en mi sentir en que las enfermedades en que le he asistido no han tenido otro origen que el trabajo excesivo;(otra insistencia de Dauxá en el origen de los males de D. Pedro) en los años de diez y once padeció en ambos años intermitentes del mismo carácter, que cedieron con facilidad a la medicina por haberle acometido en tiempo favorable, (aquí habla Dauxá de la solución, y de la necesidad de hacerlo cuanto antes) esto es, en junio, su origen no podría ser otro que el excesivo trabajo que se había tomado en la Cuaresma por falta de ministros, predicando a su pueblo con frecuencia, asistiendo al confesionario y, lo peor a mi entender, asistía a los que el Tribunal del Gobierno intruso condenaba al último suplicio, más cauto con el miedo a lo que había experimentado, ha continuado en los años posteriores en el excesivo trabajo y robustecido y firme, en el año anterior se entregó de nuevo a un trabajo excesivo, explicando la doctrina con arreglo a lo prevenido y mandado por S.M.(Dauxá achaca expresamente los últimos males de Sotomayor al nombramiento y tareas del Priorato de Calatrava) no ciñéndose solo a una sencilla y breve explicación, sino ampliándose en ella a contrarrestar los vicios y enseñar las virtudes, en término que hizo una verdadera misión, sin dejar por esto de atender puntualmente a los varios ramos de su ministerio y otros encargos particulares que desempeñaba en el mes de julio; salió para Almagro, donde por referencias he sabido se entregó a su trabajo en los excesivos calores, en términos que no volvía en si hasta que contrajo la enfermedad última,(reafirmación explicita de Dauxá en que la gravedad actual se debía a sus actividades como Prior de Calatrava. Pudiendo apreciarse, como muy significativo, que no añade nada del juicio del Santo Oficio, para no dar pistas del desafecto de Sotomayor a esa Institución, ni a lo que contribuyó en sus malestares) que, bien sea por la edad más avanzada, bien por lo que anteriormente había padecido, fue más pertinaz y peligrosa; estas experiencias y motivos conocidos me deciden a afirmar que el don Pedro Álvarez de Sotomayor no debe tomar ningún trabajo que no sea muy moderado y metódico, pues cualquier exceso puede abreviar sus días, así como cualesquiera falta de regalo y cuidado, pues debe observar una conducta en esta parte propia de un enfermo amenazado de una dolencia mortal. Y para que conste donde convenga doy la presente, que firmo en la expresada villa de Manzanares a 23 del mes de febrero de 1816. Miguel Dauxá. Legitimada la firma por los escribanos Josef de la Torre, Manuel Y Josef Ximenez.
Y así, mi querido reportero -me dice D. Cosme- con la plasmación de ese texto en la crónica, puede usted darla por concluida, pues ya fue de bastante para dar a conocer al mundo y a sus lectores, el informe que el Dr. D. Miguel Dauxá elaboró (seguramente al alimón con nuestro párroco) que serviría, muy pronto, a nuestro insigne Pastor, D. Pedro Álvarez de Sotomayor para escribir un nuevo y brillantísimo alegato, en el que solicitaba su renuncia al, para él, muy dañino cargo de Prior de la Orden Calatrava y de su Sacro Convento.