La envidia y la insidia, mi querido reportero, reflexiona D. Cosme al iniciar la crónica, acompañan al humano desde los primeros que en la tierra fueron y, en aquel crucial tiempo en que el insigne Pastor de Manzanares estaba en la cumbre del Cabildo de Manzanares y de la Orden Calatrava, tuvo que padecer de ambos avatares, como ya le apunté en anteriores capítulos.
Las murmuraciones de algunos curas del Cabildo de Manzanares, acerca de la dejadez de funciones por parte de D. Pedro, quedaron en eso, en simples cabildeos, (nunca mejor dicho) con muy escasa trascendencia personal para Sotomayor. Pero, los comentarios que hicieron otros, en Almagro y Manzanares, sugiriendo o “dejando caer” su posible implicación en actividades de la masonería, sí le trajeron bastantes complicaciones jurídicas y anímicas en el año 1815, cuando el “Santo Oficio”, recuperado por Fernando VII, reanudó su tétrica actividad.
El Tribunal de la Inquisición de Almagro, en 1.815, inició, entre otras, la investigación sobre la masonería en la Mancha durante la ocupación francesa. Pronto quedó claro que las primeras actividades masónicas de La Mancha fueron en Almagro, pero también, que la auténtica, verdadera y primera Logia de La Mancha, se conformó en Manzanares, al quedar constituida nuestra villa como capital francesa de la región. Los primeros declarantes ante ese Tribunal del Santo Oficio, acerca de las actividades masónicas en La Mancha, que eran almagreños, con el lógico objetivo de quitarse de encima posibles cargos más graves, enseguida traspasaron la responsabilidad más seria de esta actividad a Manzanares, en donde, afirmaron, se constituyó la verdadera Logia de La Mancha.
Alguno de los llamados a declarar como testigos, sugirieron, más o menos malévolamente o, más o menos “dirigidos”, una cierta implicación de Sotomayor en la formación de la Logia de Manzanares, al comentar que el personaje iniciático de la citada Logia, un tal Mr. Del Nor, fue huésped de D. Pedro, en su casa del curato de Manzanares de la calle de las Trompas. No indicaba eso, para nada, que Frey Sotomayor tuviese algo que ver con la masonería, pues los “mandamases” galos, cuando buscaban alojo en un pueblo ocupado, solían elegir ellos mismos la casa donde morar; sin dar muchas más explicaciones a los dueños; pero entre contar algo que era cierto y el “difama que algo queda”, existe solo un pequeño recorrido, que alguno de los declarantes dejó más que sugerido.
Todo se inició con una declaración, ante el Tribunal del Santo Oficio de Almagro, de un vecino de esa villa, D. José Pimienta, que, a 26 de Mayo de 1815, dijo: “ habiendo en tiempo de los franceses existido, como es constatante y casi público, una logia en Almagro y otra (la más principal y numerosa) en Manzanares, donde estaba el principal Gobierno intruso, no es creíble que en ambos pueblos deje de haber personas de probidad y conducta que sepan las que concurriesen a ellas, y en cuyo número entiende el exponente han de ser precisamente muchas de las que deja manifestadas; y que en Manzanares sabrá y podrá decir entre otros buenos vecinos, el señor don Pedro María Álvarez y Sotomayor, del hábito de Calatrava y prior de aquella iglesia parroquial, pastor de los más celosos de la provincia”.
Esta declaración y esa supuesta alabanza a Sotomayor, sigue D. Cosme, tiene también otros análisis, pues siendo muy evidentes y muy reconocidos sus méritos, alguien podría pensar, entre ellos yo mismo, que no viene a cuento, en la declaración genérica de José Pimienta, nominar a una sola persona concreta y ponerla así, de uno u otro modo, a los “pies de los caballos” del Santo Oficio; porque, cabría preguntarse: ¿Conocía Pimienta que Sotomayor tuvo alojado en su casa a Mr. Del Nor? De ser así, ¿por qué no dijo nada de eso?
De nuevo, cualquiera podría interpretar que Pimienta “dejó caer” el nombre de Sotomayor, para que cuando saliese a la luz su fortuita relación con Mr. Del Nor y los numerosos contactos que mantuvo D. Pedro con el “mundo afrancesado” de Manzanares, mantener al máximo la indemnidad de su feligresía, pudieran interpretarse en otro sentido por el Tribunal del Santo Oficio. Por ejemplo, como prueba de traición y afrancesamiento. De ahí, a poder suponer que la intención del tal Pimienta estaba aderezada de “pimienta envenenada” hay un pequeño paso; y, al menos, eso fue lo que interpretó el Tribunal, que pronto inquirió a próximos declarantes sobre D. Pedro, incluido el mismo Sotomayor, como iremos teniendo oportunidad de conocer enseguida.
A principios de agosto, el abogado de los Reales Consejos y procurador síndico general de Almagro, D. Lorenzo-Antonio Beltrán, declaró que: “…era voz común, pública y notoria en esta ciudad (Almagro) y pueblos inmediatos que, en dicho tiempo hubo en Manzanares logia formal y corriente». Esta declaración, se continuó con otra del franciscano Manuel Ramón, también de Almagro, quien dijo que: «ha oído como voz general que, en Manzanares, hubo logias en la Casas de Francisco Treviño», pero que no otra cosa particular ha entendido de ella que el haber sido uno de sus individuos un tal padre agonizante franciscano de Manzanares” (Evidentemente, comenta D. Cosme, se refería a Fray Nicasio de Manzanares, vicario impuesto por los franceses durante la ocupación).
Manuel-Ramón no dio nombres, pero si la idea al Tribunal de la participación de sacerdotes en la logia, lo que indirectamente podía señalar, de nuevo, a Sotomayor como posible partícipe. Posteriormente, D. Francisco de Paula Acuña, otro abogado de los Reales Consejos, a final de agosto de 1815, fue de los primeros que defendió a D. Pedro, al afirmar que: “por el año 1811 oyó decir que en la villa de Manzanares había logia de francmasones y que sabedor de ello, el prior de aquella parroquial, don Pedro Álvarez de Sotomayor, del hábito de Calatrava, había hecho una exposición contra semejante Junta, con exposición de su vida…”.
Un mes después, el 28 de septiembre, el afamado cura guerrillero, don Fernando Cañizares, (con gran protagonismo en toda la Mancha y en Manzanares en la lucha contra el francés), parecía dejar claro al Tribunal el buen nombre de D. Pedro Álvarez de Sotomayor, al declarar esto: “En Manzanares, donde es indudable hubo logia de francmasones, a que fácilmente podrían agregarse unos hombres entregados del todo a los franceses y de una conducta nada moral y arreglada, cual así lo advirtieron los vecinos de Manzanares, y quienes muy por menor pueden decir y exponer todos los hechos y conductas, particularmente el presbítero de esa villa don Melchor Vázquez y el celosísimo y benemérito Párroco de la misma, don Pedro Álvarez y Sotomayor, del hábito de Calatrava, quien por su conocido y acordado amor a sus feligreses, celaba incansable para preservarles del contagio moral que procuraban extender los perversos”.
El prestigio de Cañizares en la Mancha, similar al de Sotomayor, pareció disipar todas las dudas, pero la detalladísima y muy prolija declaración de otro sacerdote agustino, Juan Antonio Ruiz de Santa Rita, que vivió en Manzanares durante el dominio francés, dio un nuevo punto de duda a la trayectoria de Sotomayor, al declarar que, “antes de agregarse a las armas estuvo también algunos días en la villa de Manzanares, en casa del difunto don Carlos de Angeville, gobernador antes por nuestro legítimo Gobierno de esta ciudad y después al servicio del enemigo; que con este motivo oyó como cosa cierta haber en dicha villa una logia, que celebraban, primero en casa del prior de aquella parroquial, don Pedro Álvarez y Sotomayor, del hábito de Calatrava, donde estaba alojado uno de los «mandantes de los franceses y luego se reunían en otra casa de aquella población, cuyo dueño ignora» (se refería a la Casa de los Merinos).
Luego se extendía en consideraciones sobre los miembros de la logia y sus actividades, sin nombrar para nada a Sotomayor, pero, una vez más, volvía a poner en sospecha al Pastor de Manzanares. Todas esas referencias a su persona, en el juicio del Santo Oficio, que D. Pedro iba conociendo, de inmediato a las declaraciones de los distintos testigos o encausados, por el mucho tiempo que pasaba en Almagro, afectaron mucho su ánimo. Tanto que, incluso vio como un alivio que el Tribunal le terminase citando para conocer su versión de los hechos y aclarar todo lo que se comentaba acerca de su relación con los masones de Manzanares.
D. Pedro, los días previos a esa citación, tiró de memoria y de algunos documentos, pergeñando el que habría de ser un brillante testimonio, propio de su preclara inteligencia y habilidad argumental. Su discurso ante el Tribunal, sorprendió por su diseño a todos los que lo escucharon, despejó cualquier duda que pudiera existir sobre su actitud personal en el tema y fue tan prolijo en datos, que quedó en el Tribunal, como el alegato más definitivo de los que había escuchado hasta entonces. sobre lo que representó la masonería en Manzanares; su historia y sedes temporales en la villa y sobre quienes fueron los responsables máximos de la logia y sus miembros más relevantes.
Pero es preceptivo ya, acabar este relato, pues ya fue de bastante para indicarnos cómo se sucedieron los acontecimientos que terminaron con D. Pedro Álvarez de Sotomayor, insigne Pastor de la villa de Manzanares de La Mancha, ante el Tribunal del Santo Oficio de Almagro.