D. Pedro Álvarez de Sotomayor, mientras esperaba respuesta del Consejo de las Ordenes a la terna que propuso para cubrir el Priorato de la Orden Calatrava, de forma definitiva, comenzó a realizar sus funciones de máximo rector de la Orden, en Almagro, compaginándolas con las de sus actividades en la Parroquia y el cabildo de Manzanares.
Esto le obligaba, con disgusto y desasosiego para él, a desdoblarse entre nuestra villa y Almagro, con viajes continuos que, con frecuencia, le impedían estar presente en reuniones en las que consideraba conveniente participar y, precisamente, por mor de su supuesto menor rango e importancia, muchas a las que faltaba, eran en las que él más quería estar, las del cabildo de Manzanares, situación que afectaba profundamente a Sotomayor, pues veía como, por unas cosas u otras, no le era posible desarrollar una labor pastoral completa, tranquila y estable en su Parroquia de Manzanares, el mayor de sus deseos desde que llegó al pueblo.
Desasosiego aumentado para D. Pedro, sigue D. Cosme, cuando el Consejo de las Ordenes, en un comunicado oficial sobre los primeros tiempos de Sotomayor al frente del priorato de Calatrava, escribió lo siguiente: «Así ha continuado este celoso religioso desempeñando las respectivas obligaciones en el modo posible que le han permitido sus muchas y graves ocupaciones, evacuando cuantos decretos y órdenes se le han comunicado, relativos a la entrega de las fincas del Convento y demás, relativo a los asuntos de esta naturaleza, estando tomando las noticias más positivas y seguras del lastimoso estado de todo para dar cuenta de ello al referido Tribunal.»
Es decir, lejos de advertir una dejación de funciones o imposibilidad de realizar sus labores conjuntas, el Consejo de las Ordenes alababa la solvencia de D. Pedro Álvarez de Sotomayor en las obligaciones de su cargo, y en sus dobles labores: almagreñas y manzagatas.
D. Pedro, continua D. Cosme, se hizo cargo también, al conocer ese comunicado, que sus deseos de quedar tranquila y completamente en la exclusividad manzagata de su feligresía, su sueño personal en ese momento se podía quedar en eso, en un sueño que se alejaba de la realidad que la Orden Calatrava pretendía para él. Si a eso añadimos que la deriva que tomaban las cosas de las Órdenes religiosas en la España fernandina no convencían para nada a Sotomayor, que no gustaba de prebendas compartidas entre el poder civil y la Iglesia, dadas a la Orden, además, en contraprestación a su apoyo a la causa real, cada vez más claramente despótica y más que alejada de las ideas y sentimientos de Sotomayor, muy escaldado por lo que tuvo que vivir durante la guerra.
Y por eso, entenderá usted que, a D. Pedro no le hacía ninguna gracia ostentar una posición de mando en la Orden Calatrava, que le obligaría, más de una vez, a tomar decisiones por obediencia debida (algo que respetaba mucho), con las que ni su espíritu ni su mente estaban acordes. Una de las cosas que más le afligían el ánimo, sigue comentando D. Cosme, era el previsto renacer de la Santa Inquisición, institución que nunca le gustó, como queda claro en muchas de sus homilías, donde dejaba claro que: “los incumplimientos de leyes religiosas nunca debían ser juzgados por las personas, pues dependían del juicio divino”.
Puestos los hechos, como estaban puestos, Sotomayor tuvo dos cosas claras: la primera. que él no deseaba el cargo y, la segunda, que la Orden le consideraba la persona idónea para ocuparlo. Una difícil dicotomía, sigue D. Cosme, que obligaba a D. Pedro a tomar alguna iniciativa, si quería evitar (o permanecer mucho tiempo en él) su recién otorgado cargo de Prior de la Orden Calatrava. Tras reflexionar unos días sobre la estrategia más útil para que su renuncia fuese aceptada por el Consejo de Ordenes, Sotomayor decidió que la mejor de todas, era mostrarse como una persona humilde e incapaz de llevar a buen puerto esas tareas. Entendió que, en modo alguno, debía mostrarse reticente por otras razones de comodidad personal y, mucho menos, que su renuncia pudiera dar a entender desacuerdos con la Orden Calatrava.
Consecuente con esa estrategia, D. Pedro envió un sentido escrito al Consejo de las Ordenes, en el que, más o menos, decía esto: “mostraba su predisposición a cualquier mandato de la Orden, habiéndose sentido muy honrado, por el nuevo destino pero, enseguida de esta afirmación “solicitaba al Consejo su renuncia al nombramiento como Prior de Calatrava, aduciendo que era conveniente elegir para el mismo a una persona más inteligente que él, dada la magnitud de los encargos que conllevaba esa tarea, sobre todo teniendo en cuenta el deplorable estado en que se encontraba el Sacro Convento de Calatrava”.
El Consejo de Ordenes se mostró sorprendido por el escrito, pues era bien conocido por ellos la impecable trayectoria previa de Frey Sotomayor y el buen sentido e inteligencia que había mostrado en todas sus decisiones y actitudes, durante la guerra, en Manzanares, precisamente todo lo contrario a lo que aducía D. Pedro. Poca gente más inteligente y capaz que él en la Orden Calatrava para esas tareas. Así que, sin inquirirle sobre esa, para ellos, insólita autovaloración, sigue D. Cosme, tomaron el escrito como una muestra de humildad y modestia por parte de D. Pedro, antes que como una clara renuncia al cargo, de manera que pronto, le contestaron de este modo: “sin que fuera visto huir del trabajo que promete, para que el Tribunal pudiera elegir otra persona más inteligente y aunque después ha insistido en la misma renuncia, indicando los religiosos que en su concepto podrían desempeñar la Presidencia del Convento. El Consejo, que ha examinado este asunto con los antecedentes que dice referencia, conceptúa que en las actuales circunstancias para concluir todos los extremos de que se hace merito en esta consulta, no se presenta otro medio que el de proveer aquella casa de un Prior en propiedad que reúna todas las calidades que más que nunca se necesitan en el día después de un trastorno tan general en costumbres, sentimientos e ideas”.
Con este críptico mensaje ante sus ojos, Sotomayor, el día 2 de septiembre de 1814, a la vez que insistía en su renuncia al cargo, remitía al Consejo de Ordenes los nombres de posibles candidatos que él consideraba idóneos para el cargo; a la sazón: D. Luis Vinuesa, Prior de Santa María de Valencia y Frey D. Ginés de Moya, capellán de honor del Rey.
Sotomayor, inquieto, esperó la respuesta del Consejo, que llegó a los pocos días con este texto: “El Consejo, oído su parecer, propone como Prior en primer lugar a D. Pedro Álvarez de Sotomayor; segundo a Frey D. Ginés de Moya y tercero a Frey D. Antonio Solís, cura de la Parroquia de la Madre de Dios de Almagro”
La suerte, para mala fortuna de Sotomayor, continua D. Cosme, estaba echada. Su órdago de humildad no había dado los frutos apetecidos y, lo que siempre se temió, el nombramiento definitivo como Prior del Sacro Convento de Calatrava, llegó en octubre de 1814, cuando el Rey Fernando VII, en un documento muy rimbombante, le nombra definitivamente Prior del Sacro Convento de Calatrava.
“Don Fernando séptimo por la Gracia de Dios, rey de Castilla, de León, de Aragón, de las Dos Sicilias, de Jerusalén, de Navarra, de Granada, de Toledo, de Valencia, de… Administrador perpetuo de la Orden y Caballería de Calatrava por Autoridad Apostólica, hallándose vacante por renuncia que de él hizo en 30 de Octubre de 1807, D. Juan-Nicolás Sedano que lo obtenía y por su fallecimiento ocurrido posteriormente; por Resolución a consulta de mi Consejo de las Ordenes de 3 de Octubre de 1814, vine en nombrar para dicha Prelacía a frey D. Pedro Álvarez de Sotomayor, religioso profeso de la citada Orden de Calatrava y cura de la Iglesia parroquial de la villa de Manzanares. Por tanto, mando que por el tiempo de tres años sirva el expresado frey D. Pedro Álvarez de Sotomayor, el Priorato del Sacro Convento de Calatrava y que resida en su persona toda la potestad y jurisdicción que le es concedida como tal Prior por el Santo Concilio de Trento, Definiciones de la Orden Calatrava y Bulas Apostólicas expedidas en el asunto”.
Si alguna nueva ocurrencia de Frey D. Pedro Álvarez de Sotomayor no interfería en el devenir de los aconteceres, sigue D. Cosme, el insigne Pastor de Manzanares estaba “condenado”, por obediencia debida y por mandato real, a ostentar el cargo de Prior del Sacro Convento de Calatrava en los siguientes tres años.