DOS GENERALES Y UN CURA
Los dos generales eran franceses: Louis Michel Liger Belair y Horacio Sebastiani; y el cura era español, y muy nuestro, aunque naciese en Lucena, Frey D. Pedro Álvarez Sotomayor.
Ellos tres, sigue D. Cosme, iban a representar, en el inmediato tiempo que estaba por venir, un triángulo de diferentes intereses, unos personales y otros de sus respectivos pueblos, que a la postre resultaría decisivo en acontecimientos históricos en la ya larga y brillante historia de nuestro pueblo, entonces villa, de Manzanares de La Mancha.
Liger Belair, fue conocido en Manzanares en la semana decisiva que siguió al trágico asalto del 6 de junio de 1808 al hospital francés de sangre, en el convento de los Carmelitas de Manzanares, donde fueron brutalmente asesinados una docena de militares galos por una masa humana de paisanos manchegos enfebrecidos, en respuesta a la masacre que tenía lugar en el vecino de Valdepeñas.
Horas después del suceso, el General Liger Belair llegó a Manzanares, al alba del 7 de junio de 1808, tras dar por concluida la batalla de Valdepeñas, donde él dirigía las tropas francesas. En nuestro pueblo se encontró con el resultado trágico del asalto al hospital de sangre, y cuando nuestros paisanos se temían la peor de las venganzas, se produjo el efecto milagroso de la intervención de ese preclaro y decisivo Pastor que tuvo Manzanares, nuestro cura párroco de entonces, Frey Sotomayor quien, desde que llegó Liger Belair a Manzanares y durante la semana siguiente, tuvo conversaciones, largas y diarias con el general francés, en el que, más allá de la sintonía personal que se estableciera entre ellos, logró de Liger Belair lo que más le interesaba en ese momento, evitar daños y venganzas hacia la gente de Manzanares, llegando a un pacto mutuo de no agresión, por el que Liger Belair, máxima autoridad francesa de ese tiempo por aquí, se comprometía a no permitir venganzas ni desmanes de sus tropas en nuestro pueblo, a cambio de que nuestros paisanos no volviesen a agredir a los soldados galos de la guarnición que quedaría en Manzanares a su marcha, ni a los que restaban en el hospital de sangre, ni a los que pasasen por el pueblo en tránsito.
Y ese pacto de caballeros, hay que decirlo, se cumplió bastante bien por las dos partes hasta la batalla de Bailén. Liger Belair intervino más de una vez para apaciguar a las tropas francesas cuando empezaban a cometer algún desmán, tal cual fue el caso de la división polaca de Vedel a su paso por Manzanares, camino de Sierra Morena, en que la intervención de Liger Belair frenó en seco los saqueos que esos soldados habían perpetrado a su llegada a Manzanares.
Por su parte, Sotomayor, desde el púlpito, y en función del pacto establecido, con mucha frecuencia, hablaba de la doctrina cristiana, “contraria a la venganza y al crimen en cualquier circunstancia”. Lo cierto fue, que ese pacto funcionó muy bien y, hasta la Batalla de Bailén, ni Manzanares conoció muerto alguno entre sus paisanos en la villa, ni tampoco hubo muertos, por acciones manzagatas, entre los soldados galos en el interior del pueblo, con la sola excepción de uno, que apareció una mañana muerto y flotando en la llamada “sima del polaco”, el día que la división polaca del tétrico general Poisont había abandonado ya Manzanares.
Se preguntará usted ¿qué ocurrió con el general Liger Belair después de Bailen? y ¿a qué se debe su reaparición, en febrero de 1809, en la historia de Manzanares?
Pues le contestaré rápido a esas dos cuestiones, sigue diciéndome D. Cosme. A la primera de las dos, le diré que Liger Belair participó en la batalla de Bailén siendo hecho prisionero, aunque consiguió escapar y logró llegar hasta Francia, donde se reincorporó a su ejército. De su trayectoria posterior sabemos poco, aunque parece que su vuelta a España, él la tomó como lo que en realidad era, una oportunidad que le daba el Imperio francés para rehabilitar su trayectoria personal, tras el fiasco de sus tropas en Bailén.
Pero para nuestra historia local, el retorno de Liger Belair, aunque no hay escrito que refrende las conjeturas que yo voy a contarle, por la lógica de los hechos históricos y objetivos que ocurrieron enseguida, podemos suponer lo suficiente para dar una respuesta coherente a la segunda cuestión que yo le planteaba en el párrafo anterior de esta crónica, remata críptico Don Cosme. El 12 de febrero de 1809, Liger Belair, llegó destinado a Madrid e inmediatamente, fue adscrito al primer cuerpo de ejército del mariscal Víctor. A poca gente que esté leyendo esto y sepa del conocimiento previo que tenía de La Mancha, Liger Belair, se le escapará que el general había sido destinado a la tropa de Víctor, justamente por eso y algunos, entre los que me incluyo, prosigue D. Cosme, pensamos también que, entre las cosas que los mandos franceses suponían que les sería útil, estaba conseguir la ansiada toma de Manzanares, por el conocimiento que tenía de nuestro pueblo y sus dirigentes. Pronto veremos el alcance que tuvo esa idea del mando francés y de ese probable reencuentro Liger Belair-Manzanares, pero ya les adelanto que la decisión de los mandos franceses era, a priori, bastante acertada para sus intereses, pero paradójicamente y aunque parezca contradictorio, también para los manzagatos y habrá tiempo de contarlo y aclararlo, sigue críptico D. Cosme.
Ahora, le hablaré del otro general francés que protagoniza una parte de este relato. No es otro que Horacio Sebastiani, corso como Napoleón Bonaparte, del que era amigo personal, por la relación que tenían sus familias desde hacía años. Tampoco sabemos bien cómo fue la intrahistoria del tema, pero todos los indicios y la lógica apuntan a que Napoleón, harto de la resistencia manchega y muy particularmente de Manzanares, casi seguro que algo mosqueado con el mariscal Víctor y su diletancia y excusas en la toma de nuestra villa, puso al mando superior de las tropas francesas en La Mancha a su amigo Sebastiani, en el que tenía gran confianza.
Ciertamente, desde aquellos primeros tiempos de 1809 y durante todo ese año, el general Sebastiani sería decisivo para los franceses en La Mancha y, también protagonista de un suceso histórico en nuestro pueblo, aparte de otros hechos de menor enjundia. Pero a esta altura de la historia, hay preguntas que quedan en el aíre: ¿qué interrelación existió entre Liger Belair y Sebastiani, cuando ambos compartieron el cuerpo de ejército francés que actuaba en La Mancha? ¿Hablaron de Manzanares? ¿Comentó el general Liger Belair al general Sebastiani alguna cosa acerca de su relación particular y acuerdo con nuestro Pastor, D. Pedro Álvarez de Sotomayor?…
Aunque, obviamente, no quedó escrito en ningún papel, sigue D. Cosme, parece evidente que sí, que hablarían y mucho, de esas tres cuestiones y bastante de nuestro pueblo y la manera de tomarlo; primero y fundamental porque habían sido destinados a La Mancha para eso, para tomar todo el territorio y doblegar a Manzanares y en lo personal, los dos generales sabían que, si lograban el objetivo, templarían el enfado de Napoleón, a la vez que se ganaban su favor, algo desde luego importante para cualquier general francés de aquel tiempo.
Es decir, los intereses personales de Liger y Sebastiani en el tema Manzanares y La Mancha, estuvieron muy presentes en el tablero estratégico de los planes del ejército francés en La Mancha, durante los meses de febrero y marzo de 1809. Además, ambos generales, tenían una visión de las cosas y un carácter bastante parecido que, sin duda, facilitó su acuerdo en las decisiones. Ambos eran católicos, diplomáticos, estrategas y muy partidarios de los acuerdos con el enemigo y ahí, aún en una cercana lejanía, se encontraba esperándoles Sotomayor, todavía sin saber lo que se le avecinaba, pero con su enorme bagaje de catolicismo, diplomacia, estrategia y capacidad de acordar, que nada tenía que envidiar al de los dos generales franceses.
Ese triángulo de dos generales y un cura, con cualidades bastante similares, se mostraba muy interesante y le aseguro que el futuro inmediato lo mostró con creces. Manzanares tuvo «suerte» con esos dos generales enemigos y, sobre todo, con la egregia y determinante figura de su Pastor, Frey D. Pedro Álvarez de Sotomayor, el tercer vértice de ese triángulo, el cura, bastante tenía, en aquel tiempo, con observar, preocupado, lo que estaba sucediendo con el cuerpo de ejército acantonado en Manzanares, que fue reduciendo efectivos y moral desde finales de febrero y durante todo el mes de marzo.
Quizás llegase a conocer, como máximo responsable de la Junta Local de Manzanares, la vuelta a La Mancha de su «amigo» Liger Belair, pero esto no es seguro en modo alguno. Por supuesto, nada sabía de Sebastiani, ni podía suponer cuál iba a ser la relación con su historia personal y la de nuestro pueblo. Desde final de febrero, y durante el mes de marzo, Manzanares siguió libre, pero ya no recuperó de nuevo su vida normal. Las noticias de problemas en Ciudad Real y pueblos cercanos, como Almagro y Daimiel, hacían presagiar nuevos problemas. A Sotomayor no se le escapó que, en los tiempos por venir, sería necesario, de nuevo, lo mejor de sus dotes persuasivas, para adecuar los intereses del enemigo al que siempre sería su principal objetivo en Manzanares, lograr, a pesar de la guerra, minimizar lo máximo posible el daño para los fieles de su pueblo, Manzanares de La Mancha y lo haría en dos claves, la eclesiástica, en la que siempre se mostró brillante y convencido, y en algo inhabitual para él hasta ese momento de conflicto bélico, en clave política, donde mostraría también unas habilidades negociadoras y diplomáticas, dignas del más avezado de los políticos.
Y he de comentarle, al final de la crónica, que lamentablemente para los intereses españoles, de La Mancha y de Manzanares, los planes de Liger Belair y de Sebastiani, se verían facilitados por la pésima estrategia diseñada, en aquel tiempo, por la Junta Central Gubernativa del Reino para el ejército español del sur y, en concreto, para el ejército de la Mancha, como tendremos ocasión de conocer muy pronto.
FRANCIA RODEA AL PUEBLO
Iba a comenzar otro ciclo en la historia de Manzanares en la Guerra de la Independencia y será pródigo en sucederes, hechos legendarios y momentos trágicos, que enriquecerían aún más, como veremos en sucesivas crónicas, la grandísima historia de este pueblo.
En tiempos de final de febrero de 1809, Manzanares seguía libre, tras el cuarto intento fallido de tomarlo por parte de las tropas galas, pero el incesante tránsito de soldados españoles por la villa, dejaba un aroma de guerra flotando en el ambiente.
En aquel momento, Manzanares tenía un hospital de sangre, donde ingresaban militares heridos, provenientes de pueblos y lugares próximos, que dejaban su rastro documental, cuando fallecían, en los registros parroquiales, como Juan Sabaté, de Lérida, Francisco de Paula Vargas, de Plasencia o Leandro López de Guadix, por citar solo algunos de los finados.
En los edictos municipales, aún se utilizaba en sus encabezados el título de Fidelísima villa, después de Manzanares, pero, la Junta Local convino, ya entrado marzo, que era más prudente retirarlo de los membretes, por si las cosas se tornaban difíciles y, Manzanares tenía motivos para la incertidumbre. En solo tres semanas la situación de las tropas del ejército manchego, acantonadas en la villa, había cambiado como de la noche al día. Por un lado, habían disminuido mucho en número, aún más, en moral de victoria, sobre todo desde que el aguerrido coronel Freire, idolatrado por sus soldados y por todo el pueblo, fue sustituido en una incomprensible decisión por otro coronel, llamado Albento, de mala fama previa, lo que motivó, como vimos en una anterior entrega, protestas escritas de los soldados instalados en Manzanares a la máxima autoridad sevillana de la Junta Central de Gobierno.
Lo vivido en Manzanares, estaba inmerso en una remoción general de tropas y mandos que resultaría funesto para los intereses de La Mancha y de sus gentes, como veremos pronto. Algo similar ocurrió en Ciudad Real, con el inesperado cese del prestigioso coronel Lacy y el nombramiento del general José Urbina, conde de Cartaojal, como Jefe del recientemente creado Ejercito de la Mancha, un hombre al que se consideraba entre los propios compañeros, como poco capacitado para ese puesto, al igual que ocurría, en esa valoración castrense, con el general Francisco Abadía, nombrado Jefe del Alto Estado Mayor.
A esto hay que añadir que, el día 22 de febrero, en Ciudad Real, el Jefe máximo de la tropa española operativa en la Mancha, Duque de Alburquerque, discutió agriamente con el Conde de Cartaojal y decidió marchar con su cuerpo de ejército a reforzar el frente de Extremadura, dejando a su suerte al incompetente general Urbina y a su segundo; Abadía, al frente de una muy menguada tropa de unos 16.000 hombres, para defender la vasta y amplia región manchega. Al ínclito Abadía, para terminar de complicar las cosas, no se le ocurrió mejor idea, que debilitar su exigua tropa, desplegándola a la vera del Guadiana y del Cigüela, en un espacio muy amplio, entre Ciudad Real y Manzanares, repartiendo efectivos en los dos pueblos y entre ambos lugares, destacando también contingentes de soldados en diversos pueblos de la provincia, como Daimiel, Almagro, Torralba y Valdepeñas, de tal modo que en cada lugar solo existía una muy pequeña guarnición de efectivos, claramente insuficiente para aguantar el mínimo embate del reorganizado ejército francés del Tajo.
Sebastiani, militar avezado, debió quedar perplejo e incrédulo de esta disposición de la tropa enemiga, al ser informado por alguno de los múltiples espías que uno y otro bando tenían infiltrados en aquel tiempo. De hecho, dudó de la veracidad de esos informes, pero, cuando pudo confirmarlos, debió esbozar una sonrisa ganadora, y fue cuando se lanzó hacia el sur, comprobando esa falta de resistencia, hasta que, como sabemos de una crónica anterior, se encontró cortado el puente de Villarta de San Juan, con el Cigüela crecido, y sin posibilidad para la caballería de vadearlo por las aguas. Sebastiani, con los antecedentes previos en su cabeza, al observar la tropa del ejército manchego que le aguardaba tras el puente y sabedor también de la imponente muralla defensiva que se encontraría al llegar a nuestra villa, no quiso entretenerse en arreglar el puente, lo que le obligó a retroceder, y le impidió llegar a Manzanares en aquel final de febrero de 1809.
Entonces, utilizó las dos primeras semanas de marzo para evaluar las posibilidades más rápidas y seguras de tomar Manzanares y alcanzar la Sierra Morena. No lo sabemos, sigue D. Cosme, pero es casi seguro que Sebastiani habló bastante de Manzanares con Liger Belair en ese tiempo y, quizá, de esas conversaciones surgió la nueva idea de abordar la toma de Manzanares. Yo, sigue D. Cosme, sospecho que fue así, por cómo se desarrollaron los acontecimientos enseguida.
Cuando, seguramente, Sebastiani ya tuvo todo dispuesto para el golpe definitivo, de nuevo el conde de Cartaojal tuvo otra muy desafortunada ocurrencia. Dada la debilidad de su anchísima línea de vanguardia, el 21 de marzo, el conde envió una columna de sus tropas hacia Toledo, lo que precipitó la réplica inmediata de Sebastiani, que, por medio de la división del general Valance, tomó Consuegra, en tanto que Sebastiani hacía lo propio con Madridejos, casi sin encontrar resistencia. Cartaojal, por su parte, en su trayecto hacia Toledo, solo pudo llegar hasta Los Yébenes, pero hubo de retirarse cuando advirtió la llegada de Milhaud con sus Dragones, que persiguieron en su retirada a las tropas de Cartaojal, y así llegaron de nuevo los galos a Urda y Villarta de San Juan. Sebastiani encontró todavía cortado el puente romano del rio Cigüela, que da salida a la vasta y larga llanura que conduce a Manzanares. El rio seguía bajando algo crecido, lo que impedía el paso a su través de la caballería francesa, y Sebastiani no quiso entretenerse en arreglar el puente, porque intuía que llevaría mucho tiempo y no quería correr el riesgo de ser otro nuevo damnificado de Napoleón que, sin duda, esperaba noticias de la toma de Manzanares y de la Sierra Morena.
De modo y manera que, Sebastiani, posiblemente influido por Liger Belair, que conocía muy bien nuestro pueblo y sus aledaños, decidió, en ese momento, dar un rodeo, salir de la ruta natural del Camino de Andalucía, y alcanzar la Sierra Morena, cruzando el Guadiana por el puente de Alarcos, en Ciudad Real. Sebastiani, astuto y estratega, podía justificar ese cambio de rumbo, puesto que era el que seguía en retirada, por delante de él, buena parte del ejército manchego. Por tanto, sigue D. Cosme, en base a esa persecución, explicó el cambio de rumbo en su parte de aquel día, indicando que daba orden a Milhaud para avanzar en la nueva dirección.
Este último, sigue diciéndome D. Cosme, cumpliendo la orden, avanzó sus tropas con gran rapidez, tomo Malagón y Fernán Caballero, para acabar el día pernoctando en la orilla del Guadiana, a la altura del puente de Peralvillo. A la mañana del día siguiente, 27 de marzo, lunes de Semana Santa, Sebastiani doblegó la resistencia española tras un breve tiroteo, y cruzó por fin el rio Guadiana por aquel puente; la suerte de Ciudad Real estaba echada, y Sebastiani entró en la capital sin resistencia, con Cartaojal huyendo hacia el Moral de Calatrava. Enterado de eso, prosigue D. Cosme, Sebastiani no se detuvo en la desguarnecida Ciudad Real, donde dejó un contingente de su tropa, y continuó la persecución de Cartaojal. Así, llegó a Almagro, hizo noche y, al alba, continuó raudo por la llanura, y se plantó en Santa Cruz de Mudela, donde arrolló, literalmente, a las tropas de reserva del general Lapeña. Con la Sierra Morena a sus pies, y tras estar tentado a introducirse en ella. Sebastiani, hombre prudente, decidió permanecer en Santa Cruz, ya que las ordenes que tenía de Napoleón no eran todavía las de entrar en Andalucía. Ya era bastante; Sebastiani había conseguido una autentica proeza, en solo una semana, desde Toledo se había plantado a los pies de Sierra Morena, logrando uno de los dos objetivos que le había marcado Napoleón, pero le quedaba uno, tomar nuestro gran pueblo, Manzanares de la Mancha.
Y si tal como reza el enunciado, sigue D. Cosme, Manzanares había quedado rodeado por Francia. Hasta ahora, casi siempre nos llegaban por el norte, pero, en este momento, los teníamos al sur, en un lugar inesperado y carente de fortificaciones en nuestras calles sureñas, como las que habían hecho inexpugnable el norte de Manzanares. Además, en la tropa francesa estaba Liger Belair, que conocía perfectamente esas entradas meridionales. No le quepa duda, me sigue diciendo D. Cosme, que esta nueva estrategia de tomar nuestro pueblo, estaba más que comentada en los días previos, entre Sebastiani y Liger Belair, y no es descabellado pensar lo que le voy a contar, como hipótesis personal, al final de este relato.
Está claro que ese lunes de Semana Santa, y el día siguiente, martes, nuestro Pastor, Frey Sotomayor, conectado establemente con Almagro y Ciudad Real, a través de la Orden Calatrava, de la que era máximo dirigente, recibió noticias de la toma de ambas ciudades por los franceses y a lo mejor también y esto entra dentro de esas hipótesis lógicas que a mí me gustan, cuando se carece de escritos que ratifiquen una historia concreta, sigue D. Cosme, me parece bastante probable, por la sucesión de acontecimientos que hemos de conocer, que alguien del entorno de Sebastiani, quizá el mismo Liger Belair, dejase «caer», a otro alguien significado de la Orden Calatrava, bien en Ciudad Real, o bien en Almagro, que él, Liger Belair, se encontraba entre la tropa francesa y le enviaba un mensaje conciliador y de pacto de no agresión, en la línea del que nueve meses antes habían concertado D. Pedro y el propio Liger Belair. Es muy posible que Liger Belair, sabedor del talante de Sotomayor, de su inteligencia, y de lo cumplidor que había sido con el pacto anterior, no solo no tuviese muchas dudas en replantearle ahora uno nuevo, es que estaba casi seguro que lo aceptaría, porque si en el pacto de nueve meses antes, la situación era muy complicada para ambas partes, en esta ocasión, Manzanares, desguarnecido de milicias propias, se encontraba rodeado por un potentísimo ejército, lleno de moral e irritado contra nuestra gente, pues para ellos ese osado villorrio llamado Manzanares, se había mostrado irreductible en cuatro ataques anteriores de la caballería de Dragones.
Ese mensaje, posiblemente añadió algo que era cierto; era costumbre en batallas difíciles, y la de Manzanares lo estaba siendo, buscar algo que enardeciera a los combatientes y muchos oficiales franceses motivaron a sus tropas con el recuerdo del asalto al hospital de sangre francés, reclamando venganza para sus compatriotas contra la gente de nuestro pueblo. Liger Belair, casi seguro, de ser cierta esta hipótesis, debió garantizar a Sotomayor que su palabra no se rompería nunca y, posiblemente, dejo en manos de nuestro Pastor la escenificación del nuevo pacto, para el momento de la inminente llegada de los franceses a Manzanares.
De hecho, el mismo martes santo, 28 de marzo de 1809, el general Sebastiani ordenó en Santa Cruz de Mudela, a varias de sus unidades, la toma de las villas ciudadrealeñas, que habían quedado por encima, todavía bajo mando español, concretamente, Viso del Marques, Almuradiel, Valdepeñas, Manzanares y Villarta.
En Manzanares, Frey Sotomayor, hombre inteligentísimo, a la par que defensor a ultranza de la integridad de sus feligreses, por encima de cualquier otra consideración, no tuvo que reflexionar demasiado, a la vista de la desproporción de fuerzas y de la debilidad de nuestro flanco sur, para pergeñar una idea, que se concretaría, primero en una leyenda histórica y, años después, en un nuevo patronazgo para Manzanares.
Es momento ya, querido cronista, de dar fin al relato, dejando en suerte y preludio de la siguiente, lo antes referido, quizá el hecho más legendario, histórico y simbólico, de los que tuvieron lugar en el siglo decimonónico, en la insigne y nunca bien reconocida villa de Manzanares de la Mancha.