Habíamos dejado a rectores y cofrades de la “Hermandad de Jesús Nazareno con la Cruz a cuestas”, tras el estupor y la zozobra de su suspensión arzobispal, ligeramente aliviados por el AUTO respuesta del Arzobispado de Toledo a su alegato defensivo, ya que les permitía realizar las funciones de la inmediata Semana Santa y porque, además, en el citado AUTO, se solicitaba al cura de nuestra Parroquial contestase a cuestiones cuyas respuestas irían en el sentido que, se supone, permitiría la definitiva aprobación y ratificación de sus Ordenanzas por el Arzobispado de Toledo.
Pero, a pesar de todo ese optimista supuesto, no cabe ninguna duda que los Mayordomos, los cofrades y el todo Manzanares, estuvieron inquietos y preocupados, el tiempo que medió entre ese AUTO y la resolución final y, a eso, a contarle todo eso, voy ahora mismo –dice D. Cosme- para darle así contenido a la crónica que muy pronto tendrán a la vista sus lectores.
En Manzanares, está claro, en esos primeros días, todos los ojos estaban puestos en nuestro cura Frey D. Juan Manuel Carnero y, con sencillez y practicidad manchega, en la siguiente semana, elaboró el informe solicitado, refutando los aspectos que podrían interferir en la aprobación arzobispal; una vez cumplimentado y rubricado, lo remitió al Arzobispado de Toledo el 6 de marzo de 1742. Su contenido era el siguiente:
“En vista de lo mandado por el decreto que antecede, de los Señores del Consejo del Serenísimo Señor, Infante Don Luis, por la Gracia de Dios Cardenal Diácono de la Santa Romana Iglesia. Arzobispo de Toledo, he visto las Ordenanzas de la Cofradía de Jesús Nazareno con la Cruz a cuestas, que se venera en esta villa, en su capilla de la hermita de la Vera Cruz, que está intramuros de ella, las cuales no contienen cosa que no sea en servicio a Dios Nuestro Señor y de dicha santa Imagen de Jesús Arrodillado con la Cruz a cuestas, sin que contengan cosa que sea en perjuicio de la Dignidad Arzobispal ni del derecho Parroquial, y no hay ninguna otra cofradía de este título ni advocación, que es lo que puedo y debo informar a dichos Señores y al Señor Vicario de la ciudad de Ciudad Real, su Partido y Campo de Calatrava para que así les conste”. Manzanares y marzo seis, año de mil setecientos cuarenta y dos. Frey Don Juan Manuel Carnero.
Con este informe del cura de Manzanares en su poder –prosigue D. Cosme- el Vicario de Ciudad Real, se tomó más de dos meses en remitir el suyo al Arzobispado de Toledo, lo que fue, otra vez, causa de bastante desasosiego en la Hermandad y en Manzanares, que interpretaron esta demora como un mal presagio sobre la solución del problema. Sin embargo, todo llega y, por fin, también llegó el INFORME DEL VICARIO, fechado el 19 de mayo de 1742, y remitido al Arzobispado ese mismo día, con este texto:
Serenísimo Señor:
“En cumplimiento del precepto de V.A., de veintiocho de febrero próximo pasado, para que informe si de aprobarse las Ordenanzas que tiene la “Cofradía del Santísimo Cristo de la Vera Cruz, hermita de la villa de Manzanares, se sigue algún perjuicio a la Dignidad Arzobispal o Derecho Parroquial y si hay otra del mismo nombre con lo demás que se ofrezca, oyendo al cura de su Parroquial, debo ejecutar, diciendo como por éste se pone el correspondiente a continuación del Decreto del Consejo y yo tengo también las constituciones contenidas en la Real Provisión de las Ordenes por loables y muy útiles al aumento del culto divino y de la Santa Imagen y de especial devoción de aquella villa; y así, no encuentro reparo en su aprobación exíntegro y sin respeto a la referida Real Provisión, donde se reconoce la falta de jurisdicción para ello en aquel Tribunal confesando se debe acudir al Ordinario Eclesiástico, y por tanto excluyendo el dubio que sobre lo mismo ha formado la Orden de Calatrava en la Junta Apostólica, todavía pendiente, queriéndose atribuir este acto porque no se sigue perjuicio a la Dignidad Arzobispal, antes bien, se corrobora, siendo como es el Ordinario de este Campo de Calatrava, ni al derecho Parroquial, ni hay otra cofradía con la misma advocación, así lo siento salvo in ómnibus”. Villa de Daimiel, 19 de Mayo de 1742. Serenísimo Señor: Beso los pies a Vuestra Alteza. Su más humilde súbdito Dr. Don Thomás Martínez de la Torre (visitador enviado a Manzanares por el Vicario).
No sabemos si alguien “chivó” el contenido de este informe a Manzanares, pero en todo caso, la ansiedad de la Hermandad y las gentes del pueblo, solo duró una semana más, pues, finalmente, sigue D. Cosme, el informe del Vicario de Ciudad Real, llega a Toledo y, con fecha 26 de mayo de 1742, el Consejo Arzobispal, basándose en lo escrito por su Vicario en Ciudad Real, emite el siguiente y definitivo INFORME:
“…Y vistas por los del dicho Nuestro Consejo, y que de ellas resulta el servicio de Dios Nuestro Señor bien devotas almas, edificación y ejemplo a los demás fieles, tenemos por bien de aprobar, como por la presente confirmamos, loamos, aprobamos las dichas Ordenanzas, excepto la primera en cuanto al número cerrado de hermanos, porque ha de ser y será abierto. En cuya conformidad os mandamos las veáis, guardéis y cumpláis; hagáis guardar, cumplir y ejecutar so las penas expresadas y con apercibimiento que procederemos contra el inobediente a lo que hubiera lugar”.
OTROSI, os mandamos no uséis de otros acuerdos ni Ordenanzas sin que primero se vean y se prueben por los de Nuestro Consejo, y que pongáis por cabeza de éstas la Doctrina Cristiana, y la aprendáis y enseñéis a los de vuestras casas y familias, todo lo cual sea y se entienda sin perjuicio de nuestra Dignidad Arzobispal y del derecho Parroquial, en cuyo testimonio mandamos dar y dimos esta nuestra carta firmada de los del Nuestro Consejo, sellada con nuestro sello y refrendada del infrascripto nuestro Secretario”. En Toledo, a veintiséis de mayo de mil setecientos cuarenta y dos. NICOLAS LOPEZ ALVAREZ. Secretario de su Alteza C. Arzobispo.
Y así, mi querido reportero, continua D. Cosme, en otra fecha histórica de este pueblo de Manzanares, en ese 26 de Mayo de 1742, su más importante Cofradía, la de Jesús Nazareno con la Cruz a cuestas, quedó definitivamente aprobada por el Arzobispado y, con ello, legitimada para continuar desarrollando su brillantísima trayectoria histórica.
Hasta hoy, prosigue D. Cosme, en la historia de este episodio, falta saber quién fue su instigador, quien inició todo el proceso y, quizá, eso no se conocerá nunca. Pudo ser, simplemente, como apuntamos en el anterior relato, a iniciativa propia del Arzobispado, pues, como queda claro, (tanto en el informe del Vicario de Ciudad Real, como en el del Consejo Arzobispal), la Iglesia de aquel tiempo, comenzaba a querer mostrar su prevalencia sobre el poder civil (el Rey) en temas eclesiales y, de alguna manera, en esos aspectos, fue la jerarquía eclesiástica de aquel Siglo Ilustrado, la que inició en el Reyno de España, con episodios similares al de nuestra Hermandad de Jesús Nazareno con la Cruz a cuestas, una “separación de poderes y competencias”.
En cuanto a la posibilidad de celos o envidias de otras cofradías, continua Don Cosme, siempre, mi querido cronista, estará en el inventario humano una opción así. Ese aserto tan español, del “piensa mal y acertarás”, se cumple desgraciadamente muchas veces pero, de ser esa la hipótesis verdadera, ciertamente, sigue jocoso D. Cosme, a quien la instigase, cabría aplicarle ese otro aserto que dice “le salió el tiro por la culata”, porque la consecuencia final de este episodio, inicialmente preocupante para la Hermandad, devino y resultó, en el crecimiento ilimitado e imparable hacia el futuro, de la Cofradía de Jesús Nazareno con la Cruz a cuestas, que si ya destacaba entre las de la villa, desde aquel informe arzobispal, se concretó, definitivamente y para siempre, como la más importante de todas las Cofradías de este magnífico pueblo de Manzanares.
Por último, otra especulación, con grandes visos de verosimilitud, en función del texto final del Edicto Arzobispal, nos pondría en la hipótesis que, quizá, algún paisano influyente de Manzanares, con contactos en la jerarquía eclesial, pero que no podía entrar a formar parte de la Hermandad, (a causa de su “numerus clausus”) o, incluso, algún cofrade con visión de futuro y disconforme con esa norma de número cerrado de hermanos para la Cofradía, fuese en secreto, el instigador del proceso. De ser así, la estrategia fue perfecta pues, por una parte, ofrecía al Arzobispado la posibilidad de “marcar” su territorio, sin llamar mucho la atención, ya que la solicitud de ratificación ordenancista venía de alguien ajeno a la autoridad eclesial y, en contrapartida, puesto que ya era norma que no hubiera número cerrado de hermanos en ninguna cofradía, el Arzobispado eliminaba (como así hizo) ese “númerus clausus”, dejando abierto, a quien lo pidiese, su adscripción a la Hermandad.
Abrir a cualquiera la posibilidad de ser hermano, produjo una avalancha de peticiones, transformando, de pequeña a gran familia, la cofradía, que se constituyó en una auténtica congregación, haciendo necesaria la formación de una Junta de Consiliarios, integrada por los 12 cofrades más antiguos, que asistían a los Mayordomos.
Todo parecía ya tranquilo, -sigue D. Cosme- y con la Hermandad “viento en popa, a toda vela”, cuando el 28 de noviembre de 1770, el gobernador de Manzanares y Justicia Mayor de la villa D. Francisco Ruiz Esnoraga, personaje muy “sobrado de sí mismo”, a quien le gustaba hacerse notar, decidió inspeccionar todas las Cofradías de la villa. Algunas, como la Hermandad de Jesús Nazareno con la Cruz a cuestas, no le hicieron mucho caso y no le presentaron sus ordenanzas, por lo que, sin más, y sin avisar, dictó un interdicto de apercibimiento para revocarlas, lo que se solventó, intramuros de la villa, quedando la cosa en un simple incidente, sin mayor trascendencia, excepto la de dar capricho al ínclito Justicia Mayor, mostrándole las Ordenanzas recién aprobadas eclesiásticamente, con testimonio de todo ello por el escribano local; Ramón Ibáñez.
Y aquí, es momento de dar fin a este episodio histórico, en la ya larga historia, de la hoy “Cofradía de Nuestro Padre Jesús del Perdón” que, desde ese 26 de mayo de 1742, creció y creció, aún más todavía y, de hecho, se podría decir, tal cual va titulada la crónica, que de una manera ilimitada, en cofrades y en importancia, incrementando su grandeza y su leyenda de modo exponencial en la segunda mitad de ese siglo XVIII, sin conocer que lo mejor, y más grande, estaba por llegar.
Pedro Villarroel González-Elipe
