El título, alude a lo que fue última trayectoria vital, en la villa de Manzanares, de su Pastor y Párroco, D. Pedro Álvarez de Sotomayor, desde 1816 hasta 1822, momento de su óbito.
Tras numerosos intentos, ya narrados en relatos previos, Sotomayor había logrado su mayor anhelo y deseo, apartar de sí cualquiera otra responsabilidad que no fuera la que él se debía a sí mismo como Párroco, la de darse en exclusiva a sus feligreses de Manzanares. En realidad, D. Pedro, siempre se reconoció, sobre todo, como eso, como Párroco de Manzanares, antes que cualquiera otra de las responsabilidades y cargos que la Orden de Calatrava le confirió en aquel tiempo.
Precisamente por ello, le agobiaba mucho su conciencia estricta de las cosas que, por tanta responsabilidad junta, tuviese carencias en todas ellas. Eso, prosigue D. Cosme, le atormentaba, pero, muy en particular, sentía muchísimo las carencias referidas a su labor pastoral. Sufría extraordinariamente, por ejemplo, cuando por estar en Almagro, no podía dar la última unción a alguno de sus vecinos, algo que tuvo muy a gala en su trayectoria de Párroco; o, también, la imposibilidad de organizar, con continuidad y protagonismo, catequesis para los jóvenes del pueblo, otra de las tareas pastorales que más apreciaba, y en la que se sentía más realizado como sacerdote y pastor.
Por aquel tiempo y con esas cuitas, solía citar a sus íntimos con mucha frecuencia el popular dicho castellano de «quien mucho abarca, poco aprieta», lamentando las percepciones que sentía. No es de extrañar, por tanto, que Frey Sotomayor buscase a toda costa, su acomodo personal en lo que su conciencia le dictaba como labor fundamental para su vida sacerdotal, la de Párroco de Manzanares. Y, por fin, tras todas las enormes y muy traumáticas vicisitudes comentadas en anteriores crónicas, lo había logrado, había conseguido concretar sus anhelos de ser lo que anuncia el título que le propuse para esta crónica: ¡solamente Pastor de Manzanares! Eso sí, concluye D. Cosme, todo ese proceso supuso al Pastor un gran coste físico y psíquico, deteriorando muy seriamente su estado de salud, tal como certificó su médico personal Miguel Dauxá.
Poco sabemos, a ciencia cierta, continua D. Cosme, de los últimos años de la vida de D. Pedro en Manzanares. En gran parte eso se debió a que Manzanares, elegida capital de la Provincia de La Mancha por los franceses fue, por eso, muy referido, (la villa y su gente relevante, especialmente Sotomayor) en muchos escritos galos y españoles, durante ese tiempo de ocupación y guerra. Afortunadamente para Manzanares, sigue D. Cosme, al fin del conflicto, nuestra villa había perdido esa importancia indeseada y sobrevenida y en los años de postguerra volvió a ser, solamente, una pequeña villa manchega, próspera y con grandes personalidades, sí, como, por ejemplo, la figura de D. Pedro, pero también perdida en la inmensidad de la llanura manchega, lo que «silenciaba» mucho toda su actividad.
Ya no se hablaba tanto de nosotros, ni tampoco de nuestra gente; cada cual en Manzanares quedó dedicado a sus tareas y labores de siempre, poco noticiosas y en tiempos, (me dice D. Cosme) en que la prensa y su gremio periodístico eran casi inexistentes. En ese contexto, D. Pedro Álvarez de Sotomayor abandonó por completo su actuación en lo civil y en lo político, algo que hubo de ejercer intensamente durante el tiempo de ocupación francesa; y pasó a ser, en ese tiempo de postguerra, solo y exclusivamente, el Párroco de Manzanares.
De manera que, para saber de su actividad, aparte algunas referencias orales de por entonces, hay que recurrir a los archivos parroquiales y, de lo escrito en ellos, se puede deducir que, efectivamente, D. Pedro recuperó, en la medida que le facultaban sus ya menguadas fuerzas, la actividad pastoral que tuvo en Manzanares, antes y durante la guerra, rubricando gran parte de las partidas de defunción que se produjeron en la villa, atestiguando, así, su auto implantado deber de llevar, personalmente, la Santa Unción, a feligreses que, como se dice vulgarmente, comenta son sorna D. Cosme, «entregaron la pelleja» en Manzanares, entre 1816 y 1822, año, este último, en el que aconteció su propia muerte.
Lo mismo cabría decir de su participación en las catequesis, que volvió a retomar como antaño y de los bautizos, bodas, comuniones, etc.; tareas parroquiales que acostumbraba a repartir mucho más con el resto de su curato. Lo que también se evidencia, a partir de 1819, es una disminución, cada vez más acusada, de toda su actividad, que seguramente delata su decadencia física, advertida en muchos comentarios de su entorno que lo reconocían muy avejentado y achacoso, D. Pedro Álvarez de Sotomayor, para sus más íntimos, estaba acercándose a su final en la tierra, concluye, serio, D. Cosme.
Pero no piense usted, mi querido plumilla, sigue diciéndome, cadencioso, D. Cosme, que toda esa última etapa en Manzanares de D, Pedro, por más que representaba su anhelado logro existencial, fue una balsa de aceite para nuestro insigne Párroco, pues la realidad es que seguía teniendo en el Cabildo de Manzanares algunos «moscones» que no dejaron de incordiarle, por celos, envidia o desacuerdo con su manera estricta de llevar las cosas. Por ejemplo, algo de lo que se dijo, fue que disgustó mucho a parte de su curato, cuando se mantuvo muy estricto en controlar a los miembros del clero manzagato que redactaron el famoso «Manuscrito de la Merced», (una historiografía de Manzanares) para que no dejasen escrita evidencia alguna de los pactos secretos que él llevó a cabo con los generales franceses, Liger Belair y Sebastiani, incluyendo la no mención del legendario encuentro histórico del cerro de la Agonía, entre la tropa francesa, de Sebastiani, Sotomayor y el pueblo de Manzanares, encabezado por él, con mucha de su curia al frente.
D. Pedro, se había juramentado con los jefes militares galos en el secretismo de esos hechos, y se tomó como algo personal el cumplimiento de ese compromiso. Para Sotomayor, el compromiso del pacto de silencio, incluía que, no pasasen a la posteridad de la historia escrita, aquellos acuerdos de palabra y, aunque no hay constatación de intervención del Párroco en este tema, probablemente ordenó e impuso ese criterio de silencio escrito a los redactores del Manuscrito. De ser así, es comprensible, en cierta medida, que aquellos curas, no entendieran a Sotomayor en ese aspecto, pues la guerra había terminado y no debía existir problema en que ese episodio tan relevante de nuestra historia que, incluso, motivaría el patronazgo de Manzanares y que engrandecía la propia figura de D. Pedro Álvarez de Sotomayor, quedase refrendado, pero, está claro que, para Sotomayor, el compromiso sellado con los galos era algo inexcusable y de por vida, y no estuvo dispuesto a ser él quien lo rompiese.
Otro motivo de posible discordancia de D. Pedro con ciertos miembros de su curia, continua D. Cosme, era la exigencia que mantenía sobre el trabajo eclesial que correspondía a cada uno de los curas, algo que no se compaginaba nada bien con la galbana que caracterizaba a parte de ellos. Desde su retorno estable a Manzanares, esos curas recelosos se mostraron puntillosos e impertinentes con D. Pedro y, sin llegar a desobedecerle, le incordiaban con propuestas absurdas o irrealizables, hasta que llegaron a replantearle, como antaño, que no estaba bien que la misma persona fuera, a la vez, párroco de la villa y rector del Cabildo.
Supusieron que Sotomayor, al que veían cansado y enfermo, sería proclive a no ejercer más como rector del cabildo; pero no contaban con que el inteligentísimo Sotomayor, tal como en otros momentos hizo, los iba a utilizar de nuevo a su propio favor pues, en realidad, le ponían «en bandeja» su último gran deseo, dedicarse en exclusiva a la Parroquia y a sus feligreses el tiempo que le quedase en este mundo, no teniendo que ser ya nunca protagonista en el cabildo, apartando de si la molestia continua de tanto «cabildeo», por esa parte minoritaria, pero díscola y pendenciera de su curato, que presumía en Sotomayor una prepotencia y ansias de mando eclesial, que no se correspondían, para nada, con las humildes pretensiones de nuestro Párroco.
Así las cosas, Sotomayor mantuvo en el engaño a sus «enemigos íntimos» del curato de Manzanares y, posiblemente, urdió que gran parte de sus curas más fieles no le votasen a él, el 30 de junio de 1819, y si lo hiciesen a D. Miguel Izquierdo, su contrincante de ese día en la elección de nuevo rector del cabildo. Sorprendieron en el Cabildo los 15 votos obtenidos por Izquierdo, pero más aún los solo 3 logrados por Sotomayor, como mucho, los conspiradores aspiraban a un empate o victoria mínima, por lo que, ante ese recuento tan abultado, a favor de su candidato Izquierdo, quedaron absortos y extrañados, no les salían las cuentas y se sospecharon algo raro, más aún, al advertir lo sonriente que se mostró el perdedor, cuando se acercó a felicitar a su rival.
D. Cosme, tras hacer una pequeña pausa, reanuda su relato, diciéndome: Querido plumilla, nunca se vio un perdedor tan satisfecho de su derrota, como tampoco a unos vencedores tan sorprendidos por lo abultado de su victoria, durante un breve tiempo, llegaron a pensar que algo raro pasaba, que D. Pedro, de alguna manera, les estaba engañando de nuevo con otra maniobra de las suyas. No habría tal, pero no se habían percatado que, efectivamente, Sotomayor les había sorprendido una vez más, con algo tan inesperado como suponía facilitarles lo que pretendían.
Sotomayor, se había salido con la suya de nuevo, dejando absortos y sin disfrutar de su victoria, como les hubiera gustado, a ese grupo insidioso. Desde aquel momento, sí que D. Pedro viviría, por fin, tranquilo y sosegado y, aprovechando sus ya muy escasas fuerzas, desarrolló sus tareas de Párroco, tal como a él le gustaba hacerlas, desocupado mentalmente de las luchas internas del cabildo manzagato y de cualquier tipo de mundana preocupación.
Con lo escrito, puede dar por concluida la crónica, en la que pudimos conocer e intuir de los últimos seis años de vida del insigne Pastor, Frey D. Pedro Álvarez de Sotomayor, que fueron vividos por él, íntegramente, tal como fue su mayor deseo, ejerciendo de Párroco de la no menos insigne villa de Manzanares de La Mancha.