La guerra terminó para Manzanares y es tiempo de dedicar un relato al balance de los cinco años que compartió nuestra villa con los franceses.
En ese tiempo, aproximadamente la mitad de él, Manzanares estuvo ocupado por los galos. De hecho, pocas ciudades de España y ninguna en La Mancha, estuvieron invadidas tanto tiempo como Manzanares. Por eso, sigue D. Cosme, teniendo en cuenta que hablamos de una guerra, las cosas negativas fueron mayoritarias, pero también hubo consecuencias positivas, que se harían notar en años posteriores del siglo XIX.
Las pérdidas de Manzanares fueron considerables. En una tasación que se hizo al final del conflicto y hablando de grandes cifras, en cuanto a la agricultura y la ganadería, de las 600 mulas que había en la villa antes de la guerra, solo quedaban 150, debido, sobre todo, a las que nos requisaron, tanto los franceses como los españoles, en sus pasos por la villa; en cuanto a cabezas de ganado, de 40.000 antes de la guerra, quedaron 2.000. Se perdieron muchas cosechas, por falta de laboreo y malas condiciones climáticas y del gran olivar que tenía Manzanares se talaron casi todos sus árboles y lo mismo sucedió con casi todas sus viñas.
Quedaron demolidos y en ruina, aproximadamente un tercio de los edificios, entre ellos, el Convento de Carmelitas y las Ermitas de San Isidro y del Santo Sepulcro, así como los más importantes molinos harineros y de aceite de la villa, arruinando la actividad industrial de Manzanares. Las Posadas sufrieron también muchísimo, cuatro de las más importantes fueron demolidas y otras quedaron muy deterioradas. La Posada de Treviño y su molino aceitero, al norte de la población, la de los Caballeros en la Plaza del mismo nombre, el Mesón del Toro y la “Casa de la Corneja”, quedaron arruinadas y muchas tiendas y establecimientos también sufrieron daños considerables.
Sin embargo, sigue D. Cosme, en ese balance global, teniendo en cuenta las circunstancias y el tiempo que Manzanares estuvo ocupado, fue positiva la escasa mortandad de paisanos, por efecto directo del conflicto. Solo un comerciante, D. Ramón Merino Valdivieso, fue asesinado por manos anónimas de la división polaca de Valance, cuando intentó evitar el robo de su tienda en abril de 1809. Este hombre y los dos que mandó ajusticiar el Tribunal Criminal, Martín Pobeda y Alfonso Eugena Martin, son los únicos paisanos de los que tuvimos noticia y constancia oficial de muertes violentas derivadas de la guerra y, aunque está claro que en esas circunstancias pudiese haber existido alguna víctima local más, lo cierto es que, como todos los fallecidos en el territorio municipal de Manzanares quedaron registrados en los Archivos parroquiales, cabe deducir, que no hubo más, no existiendo referencias de denuncias de los vecinos, por desapariciones de alguno de ellos.
Como sabe usted, continua D. Cosme, Sotomayor estuvo muy relacionado con esa escasa mortandad, pero también lo estuvo nuestro clero local, como intermediarios favorables a su pueblo. Con respecto a esa actuación del clero, cabe destacar, la rápida e inmediata presencia de varios de ellos en el hospital francés de sangre de Manzanares, al muy poco de iniciarse su asalto por la multitud exaltada, el día 6 de junio de 1808. Sin duda y como reconoció en su parte del día siguiente, el general Liger Belair, esa intervención cortó de raíz el ataque y evitó una auténtica masacre, quedando en doce el número de soldados franceses muertos.
Aunque no hay constancia, Sotomayor estuvo detrás de la orden de ir allí y quizá participó él mismo en la mediación, pues no le gustaba delegar de sus responsabilidades. Tras esa primera intervención decisiva, poco más tengo que decirle, querido reportero, de la transcendental importancia que tuvo Frey Sotomayor para Manzanares y su gente a lo largo de la guerra; sería reiterar todos los episodios que han sido narrados.
Habría que destacar de ellos, el pacto mutuo de no agresión en territorio manzagato, que estableció Don Pedro con el propio Liger Belair, en los días siguientes a la matanza del hospital, ratificado y escenificado, unos meses después, con el general Sebastiani, en el mítico encuentro que ambos mantuvieron, presidido por Nuestro Padre Jesús del Perdón en el Cerro de la Agonía y, naturalmente, continua D. Cosme, el sinfín de encuentros e intervenciones que mantuvo nuestro Pastor con el poder militar galo, los líderes afrancesados del poder civil, su participación, con ánimo de controlar todo lo francés en la Logia masónica de la villa y el ingente número de reuniones y tertulias que organizaba en el pueblo con iguales fines informativos y de control.
Ese entramado, siempre exitoso para sus fines, por la inteligencia y habilidad social que caracterizaron todas las acciones de D. Pedro, quedará como algo impagable para nuestro pueblo en las mejores páginas de su historia, donde hay muy pocos personajes que merezcan parecido reconocimiento, concluye enfático D. Cosme, su panegírico.
En cierta manera, además, Sotomayor, al propiciar esos encuentros entre paisanos y los refinados y cultos afrancesados que residían por Manzanares, tuvo importancia en la incardinación del espíritu liberal e ilustrado en la aristocracia manzagata, algo que se gestó en aquellas tertulias, consolidándose en Manzanares, por un lado, esa práctica social, las tertulias, como fuente de conocimiento e intercambio de saberes, (algo insólito hasta entonces en nuestros hábitos convencionales de vida, que se concretó, años más tarde, en los numerosos Casinos y locales culturales que hubo en Manzanares) y aprovechando, por otra parte, el acervo particular de personajes como D. Antonio de Porras, los hermanos Estela, Florentino Sarachaga y otros “tertulianos afrancesados”, que eran personajes muy cultos que nutrieron de información y textos a Manzanares, con las teorías de la Ilustración. Libros que terminaron en algunas de las bibliotecas particulares del pueblo, como la de D. Francisco Morales.
Esta situación en La Mancha, solo se dio en Manzanares y Almagro, por eso las gentes del pueblo fueron adelantadas a su tiempo en ese espíritu liberal e ilustrado, lo que se mantuvo, como característica propia de Manzanares a lo largo del siglo XIX, donde existieron ejemplos muy ilustrativos como el del político liberal D. Francisco González-Elipe, que participó en el complot liberal de O’Donnell o el del galeno González Mellado que fue pionero en La Mancha y en España, en aplicar conceptos científicos, basados en la observación empírica, diferenciando, como nadie hasta entonces en Manzanares, la medicina del chamanismo.
Lo mismo cabe decir de otros aspectos de la ciencia, la tecnología, la literatura, el arte o movimientos sociales, donde nuestro pueblo destacó comparativamente en La Mancha, durante el siglo XIX.
Y es momento ya, de dar fin a la crónica, que ha querido hacer un pequeño balance-resumen de lo peor y lo mejor de aquel tiempo de guerra en Manzanares y le sugiero termine usted la misma, con los últimos párrafos del Manuscrito de la Merced, escrito por parte de nuestro clero local.
«Fuera imposible detallar los males que esta villa ha sufrido, así como los servicios que ha prestado a la Nación en los cinco años de esta guerra cruel: bastará reunir en breve alguna cosa.»
«Doscientos voluntarios sin los que por suerte fueron a servir a la patria; haber sostenido grandes divisiones de tropas en las marchas y contramarchas que precisaban hacer las vicisitudes de la guerra al ejército español; haber calzado a regimientos enteros; la reunión y conservación de fusiles, monturas y municiones después de las dispersiones de Almonacid y Ocaña; la Tesorería guardada en esta última desgracia; el parque general de artillería mantenido y provisto de hierro, maderas y todo lo necesario su composición y reforma; todo esto, séanos lícito decirlo, todo esto es una muy leve parte de los servicios que Manzanares ha hecho a la Nación».
«En cuanto a los perjuicios y daños que ha sufrido, son indicio su agricultura reducida a unos ciento cincuenta pares de mulas, cuando eran seiscientos los que antes de la guerra labraban sus campos: lo son dos mil cabezas de ganado, corto residuo de las cuarenta mil que pacían en su término; lo son número muy considerable de olivas cortadas; una tercera parte de sus casas demolidas y arruinadas, entre ellas el convento de carmelitas descalzos, cuatro molinos harineros y de aceite; cuatro posadas del todo y las demás muy deterioradas, y en todas partes señalada la guerra con caracteres de fuego, ruina y desolación; el comercio obstruido y parada, más bien aniquilada la industria. Tales son los documentos que acreditan la gloria de Manzanares y que harán eterno su lustre y, agradable a todos, su nombre».
Pedro Villarroel González-Elipe