La Guerra de la Independencia, pasó una y otra vez por Manzanares, camino de Andalucía. Fue una guerra de ida y vuelta en nuestra villa, un ir y venir que afectó de lleno a nuestros antepasados y que, a punto estuvo de arrasar nuestro solar manzanareño.
Querido lector: ¿Cómo te imaginas que vivió aquello nuestro protagonista? ¿Cómo piensas que pudo ser físicamente en aquel 1808-1809?
Porque, siempre nos habían dicho que lo habían dejado solo los dirigentes municipales y que se encaminó al paraje de San Cristóbal, hoy del Cristo de las Agonías, acompañado de unos cuantos paisanos.
Pero… Después de leer estos relatos ¿te puedes imaginar a don Pedro Álvarez de Sotomayor, como un “curilla” viejo de pueblo?
Creemos que, después de estos relatos de Pedro Villarroel González-Elipe, se engrandece la figura de Sotomayor y, quizás no hemos profundizado todo lo necesario para conocerlo a fondo.
Hemos tomado unos cuantos relatos de los que sigue publicando nuestro paisano, al que recientemente se le ha otorgado un importante premio a nivel nacional, relativo a su profesión de médico y los publicamos, resumidos, todos juntos, para que, al menos los que estábamos “legos” en el asunto, podamos darnos idea de lo que aconteció en Manzanares a partir de aquel 2 mayo de 1808 y hasta el 6-7 de junio, en que se produjo el asalto al hospital de sangre de los franceses. Después… Después, se hizo el milagro. Mejor dicho, lo hizo Él, con la ayuda de un “curilla”, pero esa es otra historia.
LA GUERRA SE ACERCA AL PUEBLO
En este relato, comentaré sobre los días previos a la primera gran llegada de tropas francesas a Manzanares, el día 26 de mayo de 1808.
Eran momentos de crispación y exaltación en casi toda España y también en Manzanares, tras los múltiples altercados que se habían vivido al paso del ejército francés en varias ciudades y pueblos de España, más al norte que el nuestro, algunos con resultado de muertes, desde mediados de Marzo de 1808 hasta primeros de Mayo, sobre todo, desde que el ejército francés entró en Madrid, el 23 de marzo de 1808; los incidentes fueron crecientes en la ocupada capital y se hicieron muy frecuentes entre civiles y soldados franceses. Madrid empezó a notar desabastecimientos, agravando la creciente animosidad contra los franceses.
Al poco tiempo, además, se conoció el viaje de rey Fernando VII, y su corte, a Bayona, junto al Rey recién abdicado; Carlos IV e, incluso Godoy, (que había sido liberado por el mariscal Murat, máxima autoridad francesa en España) llamados todos a consulta por Napoleón Bonaparte.
Esto, desconcertó a los españoles, pues nadie entendía qué pasaba, salvo que España estaba a merced de Francia. Se generalizaron los pasquines contra los franceses en la capital y otras ciudades y, desde púlpitos y ayuntamientos, se lanzaban cada vez más comentarios disidentes. Ese ambiente crispado, y noticias de la mayoría de incidentes significativos, sobre todo los que sucedían en Madrid o en las ciudades del eje viario del Camino Real de Andalucía, más al norte de nuestro pueblo (Aranjuez, Ocaña, Tembleque, Madridejos, Villarta) y también las de Toledo, eran casi inmediatamente conocidas en Manzanares, por el amplio círculo de información civil que tenía nuestro alcalde mayor, Miret, o por los contactos con el Arzobispado y la Orden Calatrava, que tenía el párroco Sotomayor.
Así, en ese contexto de tensión creciente, llegó el motín del 2 de mayo de 1808 en Madrid, donde, según parece, participaron oficiales de artillería, liderados por Pedro Velarde, y también mucha gente de la capital y pueblos cercanos. La revuelta fue repelida con violencia, muriendo oficialmente 409 personas. Ese 2 de mayo, suele considerarse el punto de comienzo de la Guerra de la Independencia, pero fue unos días después, cuando la Gaceta de Madrid, del 13 y del 20 de mayo, publicó la noticia de la capitulación de la Monarquía Española ante Napoleón, en las abdicaciones de Bayona, es cuando se puede decir que comenzó de verdad la guerra, pues se generalizaron las rebeliones y alzamientos contra los franceses en muchos puntos de España y, a la vez, en casi todas las ciudades y villas, las autoridades civiles cesaron en sus cargos, siendo sustituidas por Juntas de Gobierno locales, formadas por personas relevantes de cada población.
La «Junta de Gobierno de Manzanares”, en ese decisivo tiempo de comienzos de la guerra, estaba formada por D. Juan Antonio Sánchez de Ávila; (secretario-escribano); Juan Josef Miret; (Presidente) y Frey D. Pedro Álvarez de Sotomayor, D, Francisco Morales, D. Juan Jose Morales, D. Julián de Sandoval y D. Juan Manuel Vélez de las Cuevas, (vocales), teniendo el objetivo de paliar los problemas que habría de sufrir el pueblo durante la guerra. Estaba claro, prosigue D. Cosme, que Miret y Sotomayor, por su influencia y posibilidades en sus respectivas competencias, civiles y eclesiales, eran los elementos principales de nuestra Junta Local, pues tenían información casi inmediata de las cosas de enjundia que iban ocurriendo durante esos días en el ocupado Madrid, seguramente, entre otras razones, a través de contactos que, de alguna manera, mantenía Miret con el Presidente de la Junta Suprema de Gobierno, D. Antonio Pascual de Borbón, que aunque fue un títere en manos del Mariscal Murat, para nuestro pueblo sí que pudo ser importante en cuanto a información de lo que pasaba en Madrid antes del 2 de mayo de 1808, ya que, además de Presidente de la Junta Suprema de Gobierno, se daba la coincidencia que también era Comendador de Manzanares y, aunque casi no pisó nuestro pueblo durante su tiempo de Comendador, sí existían vías de contacto con el personal de la Encomienda del castillo y con las autoridades locales de Manzanares que, seguramente, aprovecharía Miret para estar informado de lo que se “cocía” en la capital de España.
D. Antonio Pascual, había sido dejado al frente de la Junta Suprema de Gobierno de España por el Rey Fernando VII, cuando este marchó a Bayona el 10 de Abril de 1808; pero su mando resultó efímero, pues, ante los sucesos del 2 de Mayo y viendo la que se venía encima, quizá por miedo o quizá por no querer aparecer como cómplice de los invasores galos, el último Borbón que quedó en Madrid, nuestro bonachón Comendador, decidió marchar a Francia, uniendo su suerte al resto de la Corte, dejando la siguiente y curiosa nota manuscrita explicatoria -comenta D. Cosme-, riendo a carcajadas:
“A la Junta, para su gobierno, la pongo en noticia cómo me he marchado a Bayona por orden del Rey, y digo a dicha Junta que ella siga en los mismos términos, como si yo estuviese en ella. Dios me la dé buena. Adiós, señores, hasta el valle de Josafat”.
En ese ambiente confuso y lleno de acontecimientos diarios, el 10 de Mayo de 1808, Napoleón ordenó, desde Bayona, una operación militar de gran alcance, consistente en la marcha a Cádiz de los contingentes del ejército francés que estaban al mando del General Dupont, con el supuesto objetivo de proteger a la flota francesa del almirante Rossilly (bloqueada en el estrecho por los ingleses), aunque, en la mente de Napoleón, la realidad “escondida” de dicha expedición era ir sometiendo a Francia los territorios al sur de Madrid, La Mancha y Andalucía. En el desarrollo de esa orden, el general Belliard, organizó y ordenó la salida de la expedición militar de Dupont, compuesta por sus dos primeras divisiones, la caballería y una brigada de suizos que estaban al servicio de España, con un itinerario concreto de paso, de las sucesivas y distintas tropas, por varias localidades, de acuerdo al siguiente cronograma:
La primera división, llegaría a Tembleque el 19; el 21 a Villarta y el 22 a Manzanares, donde descansarían un día, siguiendo luego su trayecto, hasta llegar a Cádiz el día 6 de junio. La segunda división de ejército, llegaría un día después que la primera a cada uno de los puntos de paso, haciendo noche en nuestro pueblo de Manzanares el día 24 de mayo.
Todo estaba ya programado, cuando, por razones no bien conocidas, el día 16 de mayo se suspende el inicio del viaje hasta dos días después, 18 de mayo, en que se ordena la salida inmediata de la comitiva militar de Dupont, pero ahora, solamente con la primera de sus divisiones, reforzada con la caballería y el regimiento de suizos. Nunca sabremos la importancia que esta merma de potencialidad militar, tendría en lo que sucedió después, aunque, tal como fueron las cosas, se puede intuir que, por fortuna, esa decisión fue buena para la causa española, e infausta para la francesa.
Lo cierto fue que, de acuerdo al nuevo cronograma, el día 23 de mayo de 1808, (día en que se sublevaron varias ciudades del Levante Español) se dispuso el comienzo de la marcha de Dupont a Cádiz, con su primera división, de 6.200 soldados de infantería (mandados por el general Barbou); una división de caballería ligera (al mando del general Fresia), con un total aproximado de 2.000 caballos, que componían una brigada de cazadores, al mando del general Dupré y otra de Dragones, comandada por el general Privé. El contingente llevaba 18 piezas de artillería, y se completaba con dos regimientos de soldados suizos al servicio de España, pero que iban al mando del general Rouger; dos batallones de la guardia de Paris y otro de los temibles marinos de la guardia imperial.
En Manzanares, sigue D. Cosme, nuestras autoridades fueron informadas por la Junta Suprema de Murat, de la expedición militar y de la fecha prevista de la llegada al pueblo de las primeras tropas del contingente, 26 de mayo de 1808, ya que estaba programado que harían noche en Manzanares; y había que acondicionar el pueblo, y espacios de su extrarradio, para la gran cantidad de militares que iban a pernoctar.
El ánimo de Miret y Sotomayor ante la noticia, estando como estaban, bien al día de lo que nos llegaba, quedó enmarcado en un patriotismo prudente, se juramentaron en que todas sus acciones irían en el sentido de minimizar los daños y previsibles problemas que podrían tener nuestros paisanos y se dedicaron a preparar el escenario de ese día, intentando que la exaltación anti francesa de la gente, ya existente en Manzanares, como en otros lugares de La Mancha, no se concretase en motines o revueltas, que podrían representar una masacre para nuestra gente, ya que se acercaba un contingente militar fuertemente armado, mayor en número al de habitantes de Manzanares por entonces.
Los pregoneros del Ayuntamiento, y los curas desde los pulpitos, atemperaron a los manzagatos, para que no mostrasen hostilidad a las tropas francesas, pues, al fin y al cabo, venían de paso, en una misión, cuyo objetivo oficial era proteger a su flota del estrecho. El gran ascendiente de Sotomayor y, en menor medida, el de Miret, sobre los paisanos, fue decisivo para que ese día en que la Guerra de la Independencia se acercó por primera vez a Manzanares, no sucediera ningún incidente de mención.
EL ENEMIGO EN CASA. PRIMER DIA CON LOS FRANCESES.
En la tarde del jueves, 26 de mayo de 1808, festividad de la Ascensión, las primeras tropas francesas llegaron, según lo previsto, a Manzanares.
Miret, Sotomayor y otras personas relevantes del pueblo, conocían muy bien todos los sucesos que habían ocurrido en los dos meses previos, también los focos de rebelión anti francesa que ya se habían producido y, por ello, sus sensaciones personales hacia los franceses, que llegarían muy pronto a Manzanares, eran las de considerarlos una tropa enemiga de ocupación.
Precisamente, el salvajismo asesino que habían mostrado en sus réplicas a las revueltas de Madrid y otros lugares, teniendo en cuenta que, en Manzanares íbamos a recibir a un ejército “armado hasta los dientes”, con un número de soldados mayor que el del vecindario, la primera reflexión en que estuvieron de acuerdo nuestro alcalde mayor, Miret y nuestro Párroco, Sotomayor, fue la de ser prudentes y asumir como verídico el carácter oficial de la milicia francesa que llegaba, que lo hacían como aliados.
Por eso, a pesar de la fogosidad decidida y valiente de Miret y la no menor determinación argumentada y justiciera de Frey Sotomayor, ambos, muy inteligentes como eran, acordaron desde días antes una estrategia común de acción, consistente, por un lado en garantizar a los franceses un tránsito por Manzanares sin incidentes y, por otro, preparar a la ya exaltada población para que no los provocaran.
Sotomayor y Miret, consiguieron introducir en las mentes manzagatas, algo que siempre hemos manejado muy bien en tierras manchegas, al razonamiento de Sancho Panza, reconocer al que pretende engañarnos y utilizarlo en beneficio propio, haciendo creer al timador que no has reconocido su trampa, algo en lo que el engreído y prepotente francés de aquella época, resultó una presa fácil para la picara estrategia de nuestra gente de Manzanares. Por eso, en el mensaje conjunto del concejo y del clero, se insistía a nuestra población en la conveniencia de una actitud gestual que, sin exageraciones, no mostrase antipatía a los franceses que arribarían a Manzanares.
Sotomayor y Miret, se repartieron las tareas a realizar, para que todo saliera bien. Miret hizo habilitar en el Castillo, siguiendo instrucciones del Consejo de Castilla, aposentos para los mandos militares de la tropa francesa que pernoctaría en Manzanares, así como amplias zonas de acampada para la soldadesca, seguramente en las eras adyacentes a la fortaleza. Sotomayor, por su parte, aprovechando su prestigio y ascendencia personal, se pateó el pueblo, casa por casa, para, a su estilo directo y convincente, instruir a los vecinos en cómo debían recibir a los franceses, cortésmente, pero sin alharacas. Se entrevistó personalmente con Pierre Ferrandis y Jean Conde, dos ciudadanos franceses, vecinos de Manzanares hacía años, que estaban muy bien integrados. Ambos, poseían comercios de tejidos, y eran muy respetados entre la gente del pueblo. Pero, asustados como estaban ante la posible reacción contra ellos de algún vecino, apreciaron con alivio y agrado la propuesta que les hizo Sotomayor, acerca de actuar de intérpretes entre Dupont y demás dirigentes franceses y nuestra Junta local de Gobierno. En contrapartida, prometieron a Frey Sotomayor que comentarían al General Dupont, de las virtudes y buena crianza que adornaban a las gentes de la villa.
El 26 de Mayo de 1808, a primera hora de la tarde, según estaba ordenado por el Consejo de Castilla y la Junta Central de Gobierno, nuestra Junta local de Gobierno salió a recibir a Dupont y a sus primeras tropas a la entrada del pueblo, Éstas, que estaban encabezadas por su caballería y seguidas por los batallones de infantería, entraron a Manzanares, avanzaron por la calle Ancha hasta llegar a la Plaza, donde se agolpaba gran parte del vecindario, instruido para ese recibimiento por Sotomayor y Miret. Al paso de las marciales tropas de Francia, al repique de los tambores y la música de otros instrumentos de viento, se produjo entre nuestra gente la natural impresión, a la vista de la flamante uniformidad azul y blanca de la infantería y, sobre todo, del espectacular aspecto de los “dragones”, en sus monturas, adornados con grandes cascos rematados en largas colas de caballo.
El silencio de los manzagatos ante el paso de las tropas, fue el principal rasgo de la jornada. Solo algunos aplausos y vítores aislados, seguramente fingidos y siguiendo las veladas indicaciones que Miret y Sotomayor habían sugerido al vecindario en los días previos, podrían dar la impresión de un recibimiento amistoso, pero, en conjunto, la frialdad que dominaba el ambiente, dejaba lugar a pocas dudas sobre el sentimiento que dominó el espíritu de nuestras gentes ese día de finales de mayo de 1808.
Esto que le acabo de comentar, prosigue D. Cosme, quedó plasmado en escritos de los visitantes y de los anfitriones. Por ejemplo, el General Dupont comentó la primera jornada de su estancia en Manzanares en su parte oficial de todos los días al mariscal Murat, de la siguiente manera: «Manzanares, 26 de mayo de 1808.- A su Alteza Imperial el gran duque de Berg. Lugarteniente general del Reino. -Monseñor: Tengo el honor de dar cuentas a Vuestra Alteza Imperial de nuestra marcha sobre Cádiz; se ejecuta con orden y los habitantes muestran a nuestras tropas disposiciones favorables. Espero que no tendré más que partes satisfactorios que rendiros. Tengo el honor de ser de V.A.I. el más humilde servidor. – El general Dupont».
El laconismo de este parte de Dupont, teniendo en cuenta que era de una personalidad soberbia y prepotente, trasluce bien a las claras, que el recibimiento no fue precisamente exultante. Pero es que, cuando leemos lo que algunos clérigos de Manzanares, testigos directos de la jornada, dejaron escrito de ella, en 1814, nada más acabar el conflicto, que formaría parte de uno de los compendios históricos más importantes de Manzanares, conocido como “Manuscrito de la Merced”, (porque se conserva en el Archivo Parroquial de la Merced, en Ciudad Real), las cosas acerca de ese día y del recibimiento que dimos a los franceses, quedan mucho más claras, pues nuestros curas de entonces, escribieron, literalmente, esto: «El 26 de mayo llegó la primera división de tropas francesas, que bajo el mando del general Dupont caminaban a Andalucía. Ni las ordenes de los que entonces gobernaban relativas al buen trato y provisión de los que llamaban falsamente aliados, ni la mentida apariencia de amistad con que se presentaron, fueron causa para que dexasen de ser mirados desde luego por estos vecinos como enemigos y aborrecidos de todo corazón. Sin plan convenido, ni más influxo que el del propio corazón, guiados de un instinto de lealtad, hasta los más ignorantes hallaron el modo de oponer estorbos y dificultades a la empresa de nuestros contrarios: se negaban todos a los servicios que de ellos exigía el enemigo; si eran preguntados, ocultaban con sagacidad cuanto podía favorecerles y daban aquellas noticias que podían equivocarle o intimidarle: sembraban en la tropa francesa la desconfianza y cundiendo hechos fingidos o abultados, hicieron temer al soldado y al general y que formasen juicio de lo temerario de su empresa»´
Dupont y los primeros contingentes de sus tropas hicieron noche en Manzanares el 26 y el 27 de mayo de 1808, días en que continuaron llegando a Manzanares más y más soldados de las distintas compañías que formaban la expedición militar de Dupont. Al amanecer del 28, sábado, Dupont y las tropas que habían llegado con él, partieron hacia el sur, sin que se hubieran producido incidentes reseñables en nuestro pueblo de Manzanares. En un parte de ese 28, dirigido a Murat y en otro similar, dirigido a Belliard, Dupont comentó: “La marcha de las tropas continua con orden. Los habitantes muestran confianza. Yo les hago prevenir por adelantado, de villa en villa, que la llegada de los franceses no debe en nada turbar su seguridad y no ha habido hasta aquí la más ligera cuestión entre el soldado y el habitante”. “He hecho establecer un hospital en Manzanares, en donde quedará un centenar de hombres heridos o ligeramente enfermos. Esta precaución será necesaria en todos los lugares de descanso”. Queda apuntada en este parte, la habilitación de un hospital (en el Convento de los Carmelitas) para la milicia francesa en tránsito; este lugar será protagonista, unos días después, de uno de los sucesos más trágicos y de mayor enjundia, de los que hubieron de vivirse en Manzanares de la Mancha a lo largo de esa terrible Guerra de la Independencia.
Y aquí y ahora, es momento que usted, querido plumilla, dé por concluida esta crónica, que da cuenta de la primera jornada, (que en realidad se prolongó a tres), en que las tropas francesas, ya en guerra contra España, pasaron por Manzanares sin dañar paisanos ni patrimonios, entre otras cosas, por los buenos oficios e inteligencia de nuestro Alcalde Mayor, Miret y de nuestro Párroco, Frey D. Pedro Álvarez de Sotomayor.
233 – MANZANARES 1912: LA REBELION MANCHEGA
Sabemos que el 29 de mayo de 1808 cruzaron nuestra villa las últimas unidades del contingente militar del General Dupont, algo que transcurrió sin incidentes, igual que cuando transitó por pueblos más norteños al nuestro, como Ocaña, Tembleque, Madridejos o Villarta o, cuando lo hizo, en los últimos días de mayo, por las villas de Valdepeñas o Santa Cruz de Mudela, hasta llegar a La Carolina el día 31 de Mayo de 1808.
Tal como ocurrió en Manzanares, los habitantes de todas esas villas se mantuvieron prudentes al paso del grueso de las tropas, sin motivar altercado alguno, pero, al igual que en Manzanares, en cada una de ellas, sus gentes vivían ya en exaltación anti francesa, por lo que conocían de los sucesos de Madrid y otros lugares, algo que se acrecentó al paso de las tropas galas, por su trato inamistoso e impositivo y, sobre todo, por las requisas de bienes y enseres que exigían a las gentes de cada lugar que cruzaban.
En Manzanares, esquilmaron el Pósito y requisaron vino y productos de la tierra en muchas bodegas y casas particulares, lo que transformó la animadversión en resentimiento. Ese ánimo anti francés, además, iba creciendo día a día, en toda España y, por supuesto, en La Mancha, a lo largo de la última semana de mayo de 1808, por las noticias que llegaban de Bayona, acerca de la sumisión de la corona española al imperio francés.
Descrito ese escenario manchego de finales de mayo de 1808, le hablaré del final de la primera semana de junio de 1808, cuando en La Mancha, por ese desafecto progresivo, ocurrirían, sucesivamente, pero casi al unísono, altercados importantes en distintas villas, entre ellas Manzanares, con enfrentamientos sangrientos y numerosos, muertes civiles y de la milicia francesa. Se puede afirmar que, en esos primeros días de junio de 1808, La Mancha se rebeló, y entró en guerra con el invasor.
La mayoría de esos incidentes graves se concentraron en los días 5 y 6 de junio de 1808, justo cuando Napoleón decidió nombrar nuevo monarca de España a su hermano José Bonaparte, con este manifiesto: «Españoles: después de una larga agonía, vuestra nación iba a perecer. He visto vuestros males, y voy a remediarlos. Vuestra grandeza y vuestro poder hacen parte del mío. Vuestros príncipes me han cedido todos sus derechos a la corona de las Españas; yo no quiero reinar en vuestras provincias; pero quiero adquirir derechos eternos al amor y al reconocimiento de vuestra posteridad. Vuestra monarquía es vieja; mi misión se dirige a renovarla; mejoraré vuestras instituciones y os haré gozar de los beneficios de una reforma, sin que experimentéis quebrantos, desórdenes ni convulsiones».
«Españoles: he hecho convocar una asamblea general de las diputaciones de las provincias y de las ciudades. Yo mismo quiero saber vuestros deseos y vuestras necesidades. Entonces depondré todos mis derechos y colocaré vuestra gloriosa corona en las sienes de otro. Yo mismo, asegurándoos al mismo tiempo una Constitución que concilie la santa y saludable autoridad del Soberano con las libertades y los privilegios del pueblo».
«Españoles: acordaos de lo que han sido vuestros padres y mirad a lo que habéis llegado. No es vuestra la culpa, sino del mal gobierno que os regía. Tened suma esperanza y confianza en las circunstancias actuales; pues yo quiero que mi memoria llegue hasta vuestros últimos nietos, y que exclamen: Es el regenerador de nuestra patria». Dado en nuestro palacio imperial y real de Bayona a 25 de mayo de 1808.
El 5 de junio de 1808, Napoleón cedía el nuevo trono de España a su hermano José y, esto, terminó con la confusión existente en España acerca del poder que mantenía Fernando VII; pues mostró, descarnadamente, que ninguno, ya que la monarquía borbónica era sustituida por otra impuesta desde Francia. Por otro lado, -comenta solemne, D. Cosme-, ese manifiesto fue determinante para alentar la rebeldía general del pueblo español contra una Francia que se había «quitado la careta” y enseñaba su verdadera faz. Francia, había atentado contra los valores más intrínsecos y acendrados del espíritu hidalgo de las gentes de España, particularmente insertos en el alma castellana de cualquier manchego de entonces.
El 5 de junio, el grueso del ejército militar francés de Dupont había cruzado toda la provincia de Ciudad Real, por lo que solo quedaban en sus pueblos pequeños contingentes de soldados, en defensa de distintos enclaves donde los franceses habían establecido asentamientos de intendencia, almacenes, hospitales o puntos de enlace entre sus tropas.
Ese día, ocurrió el primer altercado serio de los vividos en La Mancha entre la población civil y el ejército francés. Fue en Santa Cruz de Mudela, donde los galos habían habilitado un almacén de galletas y pan, producto de las requisas en las villas por donde habían transitado y como, precisamente, las requisas, eran uno de los principales motivos de desafecto contra el invasor, los paisanos de Santa Cruz de Mudela, rabiosos por el espolio a que habían sido sometidos, pretendieron recuperar lo robado, y se rebelaron en masa, atacando a los 120 soldados franceses que habían quedado allí para custodiar el almacén. Armados de hoces y otros utensilios de labor y alguna escopeta de caza, los aldeanos de Santa Cruz de Mudela, sorprendieron a esos soldados, sin dejarles tiempo de respuesta y dieron muerte a gran parte de ellos, aunque algunos lograron huir hacia el norte, llegando a Valdepeñas de noche, pero la gente de esa villa les cerró el paso, obligándoles a continuar campo a través hasta Manzanares, donde, desde el día anterior se encontraban las tropas del Roize y las del General Ligier-Belair, que acababa de llegar a nuestra villa con 500 dragones, transitando hacía el sur, para apoyar al General Dupont, ante las dificultades que estaba encontrando en Andalucía.
Las tropas de Roize y Ligier, enteradas por sus compatriotas en fuga de lo que les había ocurrido en Santa Cruz de Mudela y Valdepeñas, acordaron acudir a poner orden en la zona, alcanzando Valdepeñas a las primeras luces del día 6 de Junio de 1808, donde se encontraron a un vecindario exaltado y en armas y comenzó una de las batallas más sangrientos de la Guerra de la Independencia en La Mancha, con numerosos muertos civiles y también muchos militares galos, con Valdepeñas semi destruida y en llamas. En la mañana de ese día 6, llegan noticias a Manzanares de lo que estaba sucediendo en Valdepeñas y, al poco, se desarrolla en nuestra villa otro dramático suceso en el Hospital de campaña habilitado por los franceses en el convento de los Carmelitas
Ya no habría tranquilidad ni sosiego en los seis años siguientes, este fue el inició de la rebelión contra el invasor francés en La Mancha y en la que, muy pronto, sería conocida como Fidelísima Villa de Manzanares de La Mancha.
VIDA Y SENTIMIENTOS PREVIOS A LA TRAGEDIA
El altercado que se vivió en Manzanares el día 6 de junio fue, en su inicio, el último de los tres citados, aunque, como ya hemos visto, fue consecuencia de los dos anteriores. Pero, antes de entrar a considerar ese episodio trágico del asalto al hospital de campaña que el General Dupont dejó habilitado en el Convento de los Carmelitas Descalzos, al salir de Manzanares, dirección Andalucía, el 28 de Mayo de 1808, me parece oportuno relatarle algunos aspectos de la vida en nuestra villa, en los días que mediaron entre esa salida de Manzanares de las últimas unidades de Dupont y el asalto al hospital, porque ilustrará sobre algunas cosas de las que pasaban en Manzanares y, explicarán, en gran medida, otras que pasarían después, incluido el citado asalto.
Por lo que hemos sabido después, de aquel tiempo en Manzanares y aunque no hay ninguna certificación escrita que pueda avalarlo, por el secretismo lógico en que se llevaron a cabo, muchos de los hechos que sucedieron en el pueblo y en su entorno, contra los franceses, llevaban el sello de Miret y contribuirían, meses más tardes, al reconocimiento de Manzanares como «fidelísima villa».
De una manera subrepticia e inadvertida para el ejército galo, en Manzanares se fue conformando un grupo de valientes paisanos, que infundidos de un sentimiento patriótico creciente, con la muy probable instigación y ayuda de nuestro alcalde mayor Miret, y poniendo en grave riesgo sus vidas, los últimos días de Mayo de 1808, cuando recalaron en Manzanares las tropas del llamado «contingente suizo» del ejército de Dupont, que estaba formado, en una gran parte, por soldados españoles, se acercaron a hablar con ellos, aparentemente sobre las circunstancias de su expedición a Cádiz. El resto del ejército francés, no se extrañó demasiado por algo así, que había ocurrido ya en otros pueblos y que, además, cumplía en cada villa uno de los objetivos galos, seguir mostrándose como fuerza aliada y conseguir la cercanía del pueblo, cuando contemplaba tropa española integrada en su contingente militar con un objetivo común.
Lo que los franceses desconocían, es que esos paisanos nuestros, lo que hicieron, fue poner en conocimiento de los soldados españoles que, en Murcia y en el levante español, desde seis días antes, existían focos de rebelión anti francesa, lo que animó a 16 de ellos a desertar, para ir a incorporarse a esas tropas rebeldes, vía Alhambra, atravesando zonas no ocupadas por los galos, tal como les indicaron nuestros paisanos.
Esos patriotas manzagatos, así organizados, serían también, probablemente, los responsables de muchas de las intercepciones que sufrieron los correos y postas intercambiados entre Murat (en Madrid), y Dupont (en Andalucía), pues muchas de esas postas y correos, «desaparecieron» en las inmediaciones de Manzanares, algo que también reconocieron las autoridades españolas de Andalucía, como un mérito más de Manzanares, que contribuyó de manera decisiva al fracaso final de Dupont en Bailen, en Julio de 1808, a la hora de reconocernos como «fidelísima villa».
El expolio completo del Pósito de Manzanares y la confiscación de vinos y productos de la tierra a muchos vecinos, llevado a cabo por la soldadesca gala en nuestra villa, desbordó las ya crispadas emociones de las buenas gentes de Manzanares, embridadas prudentemente por Miret y Sotomayor a la llegada y paso del ejercito de Dupont. La ira y el resentimiento a los franceses se generalizó y, en los días posteriores, el entorno de la Plaza del Castillo y sus aledaños, incluido el hospital de campaña francés que se habilitó por Dupont en el Convento de los Carmelitas, donde estaban ingresados los franceses de ese destacamento, que habían llegado a Manzanares enfermos o heridos; aproximadamente 80 soldados, acompañados de unos 30 soldados de reten para custodiarlos, era observado por el vecindario como un gueto indeseado, con una mezcla de recelo, desdén y odio, justificada por lo que habían hecho sus compatriotas, pero totalmente contraria a la bonhomía de estirpe que siempre caracterizó a nuestra gente.
Tras el paso de las tropas, la rabia de los vecinos por el expolio sufrido y la prepotencia humillante de los franceses hacia ellos, fue incrementando la animadversión y la protesta, con cuchicheos malsonantes o insultos, a cualquiera de los soldados franceses que se adentrase hacia el pueblo, desde la Plaza del Castillo. En esas estaba Manzanares, y sus gentes, cuando se supo de la llegada de una compañía de caballería francesa, con 600 hombres, al mando del general Liger Belair, que se dirigía a ayudar a Dupont en las batallas de Andalucía, donde, este último general, pasaba por graves dificultades.
A pesar de la magnitud de este contingente militar, cuando entraron en Manzanares, el día 5 de junio de 1808, la ira de la gente de la villa, ya incontenible, se hizo evidente a la llegada de estas tropas, que fueron hostigadas con insultos e improperios a su paso por la Plaza y desde los balcones de las casas. Afortunadamente, no hubo altercados físicos de trascendencia, pero las citadas tropas estuvieron patrullando el pueblo a caballo, toda la tarde y la noche de ese día 5 de junio de 1808, proclamando un toque de queda, por el que se instaba a todos los vecinos a que cesasen sus protestas y permanecieran en sus casas.
Este ambiente, sabemos que fue más o menos así, porque quedó plasmado y descrito por nuestro clero local en el Manuscrito de la Merced de la siguiente manera, en este texto entresacado del mismo: «…la fermentación se aumentó en los días adelante, de tal forma, que el cinco de junio se vio precisado el General Liger-Belair, que llegó a esta villa con seiscientos caballos, a patrullar el día y la noche, no creyéndose seguros y notando el descontento del vecindario. Se sabía de la resistencia de Andalucía, y sin embargo de haber quedado guarnición francesa, un hospital militar en el Convento de Carmelitas Descalzos, y cruzar continuamente por Manzanares tropas enemigas, se esparcieron papeles de Valencia y Murcia pertenecientes al levantamiento general de la Nación y, a pesar de la diferencia de circunstancias y de situación, los unos libres y esta villa oprimida por tantas fuerzas, no querían ser menos atrevidos y resueltos sus vecinos. En la noche del cinco al seis hubo algunos que pasaron a acometer a la caballería de Liger-Belair, y conmover toda la provincia; pero dando lugar a la reflexión, dejaron para otro día sus pensamientos…”
Las cosas pintaban tan mal en Manzanares para las tropas de Liger Belair que, casi resultó un alivio para ellos ver llegar a la villa, campo a través, al pequeño número de soldados galos que habían escapado del motín de Santa Cruz de Mudela, a los que, como sabemos del anterior relato, les había sido impedida su entrada a Valdepeñas, pues eso motivó la orden que les dio el mando en la madrugada del día 6 de junio, de partir hacia Valdepeñas, para sofocar la rebelión de esa villa y la de Santa Cruz de Mudela.
Manzanares vio salir, entonces, a toda la compañía de Liger Belair, y lo que habría de suceder en las horas siguientes, consecuencia de los sangrientos enfrentamientos que esa tropa tuvo con los valdepeñeros, desencadenó enseguida los acontecimientos posteriores en nuestra villa, la misma mañana del día 6 de junio, produciéndose uno de los más trágicos sucesos vividos por Manzanares en la Guerra de la Independencia, el asalto de la muchedumbre exaltada al hospital militar francés.
SANGRE EN EL HOSPITAL DE SANGRE.
Al alba del 6 de junio de 1808, los 600 soldados de caballería francesa del General Ligier Belair, habían partido de Manzanares hacia Valdepeñas, con el objeto de sofocar la rebelión que se estaba gestando en esa villa, quedando la nuestra casi libre de soldados galos y en plena exaltación.
Las tropas de Ligier-Belair llegaron enseguida a Valdepeñas, pero sus aldeanos habían cortado los accesos a la villa y sus calles principales, impidiéndoles el paso. Los orgullosos galos decidieron entrar a saco, sin valorar de lo que serían capaces nuestros vecinos en su resistencia. Se generó una batalla desigual y sangrienta, que se mantuvo durante toda la jornada, ocasionando muchos muertos en ambos bandos. A eso de las once de la mañana de ese infausto día, comenzó la participación de Manzanares en esta historia de la rebelión manchega contra los franceses.
Un lugareño de Valdepeñas, a galope tendido, entró en nuestra villa por el Camino Real de Andalucía, alcanzando enseguida nuestra Plaza Pública, donde encontró una masa humana enfervorizada de segadores, muchos de ellos forasteros, pero contratados por nuestra Encomienda, que habían decidido no ir al campo a laborar esa mañana, a la vista de lo que había pasado el día anterior en Santa Cruz de Mudela, Valdepeñas, y Manzanares. Estaban expectantes, a la espera de más noticias y, sobre todo, para saber qué sucedía en ese momento en Valdepeñas.
Cuando el desasosegado enviado valdepeñero alcanzó a explicarse e informó al paisanaje encendido, que llenaba nuestra Plaza, de la vesania sangrienta de los galos en Valdepeñas, la exaltación generalizada se disparó todavía más. Las campanas de la Iglesia tocaron a rebato, atrayendo a muchos más lugareños, concentrándose, al poco tiempo, en la Plaza pública unas 2.000 personas, casi todas armadas con hoces, horcas, hachas, navajas y otras armas blancas, además de alguna que otra escopeta. A instancias de los más ardorosos y beligerantes, (y con la más que posible anuencia de algunas de nuestras autoridades, aunque no lo expresasen públicamente), tras escuchar la muchedumbre al emisario de Valdepeñas, con el ánimo sobrecogido ante lo que este había contado de la atrocidad que se estaba desarrollando en la vecina villa, gran parte de los presentes se mostraron dispuestos a marchar a Valdepeñas para ayudar a sus gentes.
Todo esto, quedó plasmado por el clero local, testigo de los hechos, en escritos de 1814 sobre la historia de este pueblo insigne de Manzanares de La Mancha, contenida en el “Manuscrito de la Merced”.
“…Salió, pues, el seis por la mañana la caballería francesa para Valdepeñas y, salida y aún apenas sabida la resistencia de aquel pueblo, se puso en movimiento Manzanares. Todos los individuos, sin distinción de clases, concurrieron al toque de rebato, a las once del mismo día y, armados cada uno con las desiguales armas que suministraba la casualidad, trataron de salir al socorro de Valdepeñas, sin temer las divisiones que ya marchaban desde la Corte con la misma dirección…”
A los gritos de «abajo el francés», la muchedumbre se dispuso, sin más dilaciones, a partir hacia Valdepeñas, pero, alguno de esos lugareños anónimos, tuvo la idea de acercarse hasta el hospital de sangre que el general Dupont, al paso del grueso de su ejército por Manzanares, diez días antes, mandó habilitar en el Convento de los Carmelitas Descalzos. La idea prendió enseguida, y el encendido paisanaje se llegó a las puertas del convento, con el fin de apropiarse de los fusiles y armas de fuego del centenar de soldados que allí estaban ingresados, enfermos o heridos, y de los 20 o 30 guardias que lo custodiaban. La suerte de la tragedia estaba echada.
El nudo gordiano y el meollo del trágico episodio vivido en Manzanares, al mediodía de esa jornada del 6 de junio de 1808, está todavía, hoy día, algo más de un siglo después, sujeto a controversia en cuanto a sus magnitudes, pero, en cualquier caso, la esencia del suceso también fue transcrita por nuestro clero local, testigo de los hechos en el Manuscrito de la Merced, en los párrafos que se entresacan:
“…En el primer impulso y tratando de armarse con más ventaja, van todos al hospital militar, y no creyendo pudiese la guardia tener la osadía de resistirlos, se presentan desarmados, se intima entreguen sus fusiles y los de los enfermos; pero imprudente la guardia dispara sobre el paisanaje; y algunos enfermos desde las ventanas tratan de ofender y sostenerse; entonces faltó la tolerancia y rompiendo por todo estorbo, sin temor de balas ni bayonetas, unos paisanos desarmados y ofendidos atropellan cuanto encuentran y se verificó una escena de sangre muy difícil de explicar, muriendo en la confusión algunos infelices, que por la enfermedad estaban incapaces de pelear y de huir. No fue posible, al pronto, evitar estas desgracias; pero al segundo momento, dando lugar la ira a la compasión, fueron puestos en seguro los demás y asistidos y curados con humanidad”.
Nuestros curas, en este relato, continua D. Cosme, ciertamente, “barren para casa”, dulcificando la atrocidad de lo vivido en el hospital y, aunque dejan entrever lo horripilante del escenario, también dejan preguntas en el aire”. En primer lugar, el aguerrido paisanaje no era un regimiento bien pertrechado, pero sí llevaba armas, incluso alguna escopeta y, al verlos llegar los guardias del retén de soldados franceses, que custodiaban el hospital, más que osados o imprudentes, como los curas comentan, resulta lógico que cerrasen las puertas del mismo y utilizaran sus armas desde las ventanas para intimidar a la gente, pero es casi seguro que dispararon al aire, pues no hay constancia alguna de civiles muertos en los registros parroquiales de defunción el día del asalto, ni en fechas inmediatamente posteriores; y tampoco hay mención en el Manuscrito de la Merced a heridos entre los atacantes.
Lo más probable, es que el pequeño número de soldados del retén, no más de 30, ante la vorágine humana que rodeaba el hospital y golpeaba sus puertas, se sintieran atemorizados y, debieron pensar que si entregaban, sin resistencia, la fusilería a los exaltados lugareños, estos se calmarían y, con su objetivo cumplido, marcharían rápidamente a Valdepeñas sin causarles daño. Con esa idea, seguramente les abrieron paso y, enseguida, se dieron cuenta de su error, ante lo que les vino encima. Los segadores más enfurecidos, los primeros en entrar, no se preocuparon solo en buscar y requisar el armamento, pues se abalanzaron sobre los guardias, y “escondidos” en el anonimato de la masa, atacaron con saña, y de manera impía, brutal y despiadada, a los enfermos que estaban allí ingresados, matando e hiriendo a bastantes de ellos. Pero, según los informes más fiables del suceso, parece ser que un grupo de sacerdotes de la villa, muy probablemente enviados allí por Sotomayor, entre ellos quizá alguno de los que escribieron sobre este suceso en el Manuscrito de la Merced, entraron a gritos en el hospital, pidiendo el cese inmediato del ataque y afeando a los lugareños su conducta asesina, inhumana y anticristiana, con los soldados franceses ingresados, enemigos, sí, pero enfermos e indefensos.
Esa estrategia intervencionista del clero manzagato, seguramente la primera de las ideas y actuaciones decisivas para Manzanares del Párroco Sotomayor en aquella terrible guerra, según lo que hemos sabido después, resultó muy eficaz y determinante, pues logró parar esa orgía de sangre en sus primeros momentos; a pesar de la ira y la rabia desatada de aquellas gentes, la actitud contundente, beligerante y admonitoria del curato de Manzanares, resultó capaz de morigerar el ánimo de los atacantes, que se retiraron, a los pocos minutos, con las armas francesas requisadas, dejando tras de sí una docena de muertes de entre los soldados franceses enfermos o heridos, pero sin hacer más daño al resto, mucho mayor, de la humanidad yacente de ese hospital de sangre.
Y esta que, aquí le he contado, querido reportero, parece ser la crónica más aproximada y fidedigna del trágico episodio del hospital de sangre francés de Manzanares, aquel día terrible del 6 de junio de 1808. No fue, ciertamente, un día para presumir de día, en la grandiosa historia de días que tiene la villa de Manzanares de la Mancha, pues la ira y la rabia contenida de nuestra gente, agredida y humillada por el invasor francés, provocó sangre en el hospital de sangre, -dice con sentido patetismo D. Cosme-
En aquellos momentos iniciales del trágico episodio, prosigue, el odio superó a la bonhomía y buen sentido que siempre acompañó a nuestro hidalgo carácter, hasta que, por fortuna, parte del clero local, dirigido hasta allí por la impagable figura humana de D. Pedro Álvarez de Sotomayor, al que Manzanares deberá siempre un pedestal, consiguió atemperar la situación, devolviendo a aquellas exaltadas gentes parte de lo mejor de su espíritu, terminando así, bruscamente, la tragedia criminal que nunca debió existir, pero que por desgracia, puede aparecer y aparece, en situaciones límite del ser humano.
Solo cabe decir, concluye D. Cosme, que Dios y la historia perdonen ese baldón ignominioso, esa flaqueza de nuestro devenir histórico, considerando que se dio en un contexto de necesaria defensa de lo propio y de nuestros valores identitarios más profundos, no pudiendo empañar en modo alguno toda la mayoría de buenas acciones y extraordinarios episodios que adornan nuestra historia como pueblo.
Pedro Villarroel González-Elipe