Son tantos los trabajos, desvelos e ilusiones que preceden a la salida de Jesús del Perdón, abriendo Procesión del Silencio, tantas las inquietudes, zozobras y preocupaciones que, cuando, sobre las tres de la madrugada del Viernes Santo, entra en último lugar, tras una salva de aplausos, la Madre de la Esperanza de Manzanares, el nazareno entona una oración de agradecimiento y alabanza de nuestro Creador y ha de concluir con esa frase que encabeza estas letras.

Porque, aunque muchos o muchas piensen que cada año todo es igual, nunca es lo mismo del año anterior, nunca se repiten los pasos, los gestos, las miradas, los suspiros, las lágrimas y, hasta las pisadas de unos pies descalzos sobre el pavimento. Unos pies que prometieron descalzarse, porque, cuando ya no hay a quien recurrir, miras al cielo y juras, aunque sea pecado, que recorrerás ese entrañable y emocionante Viacrucis haciendo el sacrificio de pincharte o hasta dañarte esos pies, en oración, para que esto o aquello que consideras imposible, te sea concedido por El o La que todo lo pueden. 

O quizás, por tradición familiar o porque te sale del alma, embutido en tu túnica y capirote, capuz o capillo, te atrae la idea de pasear esa noche de primavera tan especial cada año, junto a ese Cristo Arrodillado o a esa Madre Esperanzada y Misericordiosa o ese Cristo que, cosido a la Cruz, te mira y pronuncia sus palabras más sufrientes, mientras agoniza.

No somos masoquistas. No. Somos, lo que nuestros padres y abuelos nos enseñaron con su ejemplo, un pueblo que reza y trabaja, un pueblo que sufre y disfruta, un pueblo que mira al cielo y le pide a Dios que, por su misericordia, nos permita sacar, cada Viernes Santo, de madrugada, unas tallas de madera que, de las manos de Quintín de Torre Berástegui, Luis Ortega Bru o Manuel Téllez Berraquero, se han convertido en el símbolo palpable de esta hermandad varias veces centenaria.

Y este año, han confluido diferentes circunstancias, que han hecho que, la Procesión del Silencio, haya resultado a pedir de boca, como diría un castizo. Empezando por la climatología que, a mediados de abril, ha sido agradable para que los manzanareños, manzanareñas y visitantes en muy buen número, porque, como es tradición, había muchos visitantes de los pueblos vecinos, se hayan lanzado a la calle a esas horas de la madrugada, sobre todo en las aceras del lado derecho de la procesión, por aquello de la mirada de Jesús. También, porque había expectación de contemplar sobre la imagen de la Virgen de la Esperanza el nuevo manto que Jesús Díaz-Hellín Gude y su equipo, han confeccionado en sus talleres de Alcázar de San Juan y también y a resaltar favorablemente, ese saber estar de los que, dentro y fuera de la procesión, han observado un silencio, prácticamente total, que hacía que el paso del desfile de imágenes y nazarenos, junto al de las bandas de música, invitara a la oración y al recogimiento.

Han confluido muchas circunstancias que han hecho que, cuando la puerta de la Ermita se cerró hasta, si Dios quiere, el año que viene, con principios de Septiembre por medio, al cronista le diera por rezar una oración de gratitud y alegría, porque la Semana Santa, en esta cofradía de nazarenos, es eso, un cúmulo de sensaciones e ilusiones que, cuando se hacen realidad, ya estamos pensando en qué nos deparará el futuro, porque nuestro fin, es ese, dar gloria a Dios, en la persona de Jesucristo, arrodillado y humillado, que te mira en profundidad y te pide que no te duermas, porque siempre habrá una “MADRUGÁ”  para seguir caminando a su lado.

Os dejamos unas imágenes hechas desde el corazón y para el corazón de todos los fieles, devotos y manzanareños y manzanareñas que lo son y presumen de ello. Feliz Pascua de Resurrección, porque CRISTO HA RESUCITADO ¡ALELUYA!